La economÃa juega un papel tan importante como los misiles para frenar la competencia estratégica de PekÃn. Se acabó la primacÃa del sector financiero. Se acabó el neoliberalismo. Se acabó, en realidad, el liberalismo como el mundo lo ha conocido desde la llegada de Margaret Thatcher al poder en 1979. Es la hora de la polÃtica industrial, de la colaboración entre el Estado y el sector privado, de la red de protección social. No por ninguna razón ideológica, sino por algo mucho más pragmático: para que Occidente no caiga ante el enemigo exterior, que es el capitalismo de Estado de China y, tampoco, ante el enemigo interior, que es el auge del populismo de izquierda y derecha.
Hasta ahora, ésa era la política de facto lanzada por
Estados Unidos por la presidencia de Donald Trump y continuado por la de Biden
(que ha añadido, además, el componente de la red de protección social). Pero
ahora eso ya es explícito. El consejero de Seguridad Nacional de Estados
Unidos, Jake Sullivan, así lo explicó hace algo más de un mes en el think tank
centrista Brookings Institution.
La tesis de Sullivan es simple: en la nueva estrategia de
seguridad nacional de Estados Unidos, orientada a frenar la competencia
estratégica de China, la economía juega un papel tan importante como los
misiles. Se acabaron los sueños de que la apertura económica traería de la mano
a la democracia -algo refutado por la vía de los hechos por China hace ya más
de una década- sino incluso de que la liberalización generaría más riqueza para
todos. El mundo del siglo XXI es de suma cero. Cada país deberá defender sus
propios intereses, eso sí, siempre que esté alineado con Washington en el
objetivo general de contener a Pekín. Y uno de los ejemplos de cómo seguir esa
política es la Unión Europea, y muy especialmente su presidenta, Ursula von der
Leyen.
El título de la conferencia, Comentarios sobre la
Renovación del Liderazgo Económico Estadounidense, era muy significativo,
porque ése es el territorio del Departamento del Tesoro o del Consejo de
Asuntos Económicos del presidente. El Consejo de Seguridad Nacional, que fue
creado en 1947, en plenos albures de la Guerra Fría, para coordinar desde la
Casa Blanca la política exterior y de seguridad, no suele tener mucho que decir
en materia económica. De los 12 miembros que forman parte de su Comité de
directores, ocho están relacionados con la Defensa, dos representan a la Casa
Blanca y apenas dos más -el secretario del Tesoro y el director de la Oficina
de Presupuestos- tienen competencias económicas. Al entrar en ese terreno,
Sullivan, que a sus 47 años es una de las estrellas con más brillo del
firmamento del Partido Demócrata, estaba reafirmando el control de la
estrategia sobre la economía en EEUU.
El consejero de Seguridad Nacional llamó a su plan
"el nuevo consenso de Washington". Es una expresión no exenta de
cierta ironía, ya que el término consenso de Washington, que fue acuñado en
1989 por el economista angloestadounidense John Williamson, significaba
exactamente lo contrario: interferencia mínima del Estado en la economía. Bajo
ese consenso de Washington se llevaron a cabo las privatizaciones, la
estabilización económica y la liberalización en América Latina. Ésa fue la
razón por la que se convirtió en una expresión común el término neoliberal, que
tuvo una serie de duros choques con la realidad de los países con el efecto
tequila de México en 1994, la devaluación de Brasil en 1999 y la suspensión de
pagos de Argentina en 2001. Aún más paradójico es que Williamson lanzara su
propuesta en un edificio situado exactamente en frente de Brookings
Institution, en la Avenida de Massachusetts de Washington, el Instituto
Peterson para la Economía Internacional.
NUEVO 'CONSENSO DE WASHINGTON'
Este nuevo consenso de Washington es muy diferente del de
Williamson. Es más: es casi trumpiano. Sullivan lanzó ideas que parecían
propias del predecesor de Joe Biden, si no fuera porque su lenguaje burocrático
y tecnócrata, está muy alejado del de Trump . "El postulado de que la
liberalización comercial ayudaría a Estados Unidos a exportar productos, no
empleos y capacidad [industrial] fue una promesa que se hizo pero no se
mantuvo", dijo, en un rechazo claro de la política de libre comercio que
había sido, con sus más y sus menos, el eje de la política de Estados Unidos
desde prácticamente la Gran Depresión de los años 30 hasta que Trump abjuró de
ella cuando sacó a su país del Foro Transpacífico (TPP), que había acordado la
creación de una zona de libre comercio entre los países de las dos orillas de
ese océano, en su cuarto día como presidente. Aquella decisión fue no solo una
bofetada a la posición tradicional del Partido Republicano de Estados Unidos;
también, parte de la tarea de Trump para destruir el legado de Barack Obama.
Ahora, Sullivan, que estuvo en el Gobierno de Obama, ha venido a decir que los
demócratas tampoco creen en el libre comercio.
Lo mismo vale sobre la intervención del Estado en la
economía. En la política de Estados Unidos de 2023, un socialista como el
ministro de Economía con Felipe González Carlos Solchaga, al que se le
atribuye, hace casi un cuarto de siglo, la frase "la mejor política
industrial es la que no existe", no tiene cabida. Sullivan dejó claro que
"sin una valiente inversión pública en la economía, la transición
energética será imposible" y, además, reclamó la necesidad de reducir el
poder de sectores como el financiero, que "se ha visto privilegiado por
una serie combinada de reformas, mientras que otros sectores esenciales, como el
de los semiconductores y las infraestructuras, se atrofiaron". El máximo
responsable de la Casa Blanca, con un vocabulario que recuerda al del ideólogo
de Donald Trump, Stephen Bannon -que, según algunos, ha asesorado a Vox en
España-, acabó defendiendo "nuestra capacidad industrial" que, dijo,
"es crucial para la capacidad de cualquier país para innovar". La
gran diferencia es que Sullivan no despreció a los aliados estadounidenses,
aunque dio por sentado que éstos van a seguir los mismos pasos.
Así que de lo que se trata ahora no es de liberalizar la
economía, sino de hacer que ésta sea invulnerable. El ejemplo del Covid-19, con
su fragmentación de las cadenas de suministros, y de la guerra de Ucrania, con
el peligro todavía latente de una crisis energética fueron las bases de las
palabras de Sullivan. No en balde, ésta es la primera vez desde hace más de un
siglo que Estados Unidos tiene frente a sí a una potencia que no solo le
amenaza en términos de seguridad, sino también de supremacía económica. En la
década de los 80, EEUU cayó en el miedo a que Japón le arrebatara el liderazgo
económico mundial. Pero, como país derrotado en la Segunda Guerra Mundial y con
una Constitución que amputaba su fuerza militar, Tokio nunca planteó un reto a
Washington, ni siquiera cuando su PIB alcanzó en 1990 el 40% del
estadounidense.
Con China es diferente. El PIB de ese país es ya el 73%
del de EEUU, alcanzará el 87% dentro de cuatro años y lo igualará en 2030,
según estimaciones de la consultora de riesgo político Eurasia Group. Es cierto
que el crecimiento chino se está frenando, y que el gigante asiático afronta en
el medio plazo una crisis demográfica de dimensiones nunca vistas en la
historia de la humanidad, a medida que la contracción de su población se
acelere. Pero no lo es menos que Estados Unidos también crece menos, y que sus
tensiones políticas y sociales internas son un lastre para cualquier tipo de
estrategia nacional. Según Sullivan, esas tensiones -frecuentemente acompañadas
de retórica guerracivilista- se solucionarán, también, con un Estado que dirija
a la economía.
Paradójicamente, para Sullivan, sin embargo, no se trata
de hacer una desconexión ("decoupling") de China, sino una reducción
de riesgos ("de-risking"), un término creado por Van del Leyen. Pocos
días después del discurso, el comunicado oficial de la Cumbre del G-7 celebrada
en Japón repetía, casi palabara por palabra, el texto de Sullivan, al declarar
que "no estamos separándonos y mirando hacia dentro de nuestras fronteras.
Pero al mismo tiempo, tenemos que reconocer que la resiliencia económica
requiere reducir el riesgo y diversificar". China, sin embargo, no ha
comprado esa idea. Pekín respondió al G-7 con un editorial en su agencia
oficial de noticias Xinhua que afirmaba que "en esencial, "de-risking"
y "decoupling" son la misma cosa", y que lo que sus rivales
están haciendo "no es más que juegos de palabras".
Son juegos de palabras. Pero también un cambio en la
política estadounidense, incluso dentro del Gobierno de Joe Biden. Pocos días antes
del discurso de Sullivan, la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, había hablado
en la Escuela de Relaciones Internacionales (SAIS) de la Universidad Johns
Hopkins -de nuevo, al lado del PIIE y enfrente de Brookings- para expresar sus
esperanza de que China "juegue de acuerdo con las normas
internacionales". En las palabras del consejero de Seguridad Nacional esa
esperanza no aparece por ningún sitio. Acaso sea una cuestión generacional.
Yellen es 29 años mayor que Sullivan. La secretaria del Tesoro pertenece a la
generación que vio caer el Muro de Berlín y que cree en la globalización. Es
casi una cuestión de familia. Hace unos años, de nuevo en el PIIE, el esposo de
Yellen, el Nobel de Economía George Akerlof, defendió el modelo económico
chino. Sullivan, que tenía 13 años cuando la Unión Soviética se desintegró, no
pertenece a esa generación. Y, además, su poder está en ascenso. Hace tiempo
que Yellen quiere dejar el cargo. Si Biden es reelegido en 2024, parece casi
seguro que no repetirá.
El futuro, así, es de los halcones, por más que estos
digan que se trata de reducir riesgos. También lo es de muchos empresarios. Al
menos, de los que no tienen intereses en China, como Elon Musk, que dejó por 48
horas su compulsión de Twitter porque viajó a ese país, donde su red social
está prohibida y en el que su empresa de coches eléctricos Tesla obtiene la
cuarta parte de sus ingresos. Hace dos meses, el ex consejero delegado de
Google, el republicano moderado Eric Schmidt, publicó un artículo en la revista
más influyente en el ámbito de la política exterior de EEUU, Foreign Affairs
demandando que el Estado invierta más en la economía de EEUU. La tesis de
Schmidt era clara: "Hay que hacer que la innovación se traduzca en poder
duro'.