Hillary Clinton ha resucitado. Física y políticamente. Tras un mes de desastre en desastre, culminado por su desfallecimiento en la ceremonia de homenaje del 11-S, y su revelación de que llevaba varios días ocultando a la opinión pública que le había sido diagnosticada neumonía, la ex secretaria de Estado se impuso en el primer debate televisado de la campaña presidencial de EEUU de forma incontestable a un Donald Trump que casi la había igualado en las encuestas.

Trump, lisa y llanamente, no se había preparado para el debate. Hillary, sí. Y el empresario pagó con creces el exceso de confianza. Su rival solo tuvo que recordarle las innumerables contradicciones en las que ha caído en su campaña.Trump a duras penas pudo controlar su irritación personal con Clinton, y cayó, una y otra vez, en todas las trampas que está le tendió.

Algunos intercambios van a perseguir a Trump en las seis semanas que quedan hasta las elecciones. Cuando Hillary le recordó que no había pagado impuestos, contestó: "Eso significa que soy más listo". Cuando Trump se lanzó a una defensa del gasto público en educación e infraestructuras -algo que en sí mismo es una herejía para el Partido Republicano, que siempre ha defendido a ultranza la iniciativa privada-, Clinton le recordó que cómo se iba a financiar todo eso si él mismo alardeaba de no pagar a Hacienda. Y cuando se planteó la cuestión de si Obama había nacido en Kenia, como sostienen muchos votantes republicanos, Trump perdió el hilo de la conversación varías veces.

Así que Hillary se comió a Trump. De eso no hay duda. Es lo que reflejan las encuestas ad hoc de los medios de comunicación. Y también las opiniones de sus seguidores. Un simpatizante de Trump que colabora en su campaña y que no ha querido ser identificado, valoró a EL MUNDO el debate en estos términos: "Ganó el pueblo y la democracia. Fue un debate respetuoso y mesurado. Ningún candidato fue noqueado. Ambos presentaron su visión con fuerza". Un ex alto cargo de la Casa Blanca con Obama se limitó a decir: "Fue una noche difícil para Trump". Como es habitual en estos casos, la campaña del candidato y sus medios más fieles, encabezados por la web breitbart.com, cargaron ayer contra el moderador del debate, Lester Holt, a pesar de que éste apenas intervino en la discusión.

Una prueba importante

Ahora bien, ¿importa que Trump haya perdido por goleada? En cierta medida, sí. Porque el debate de ayer era crítico para que el candidato logre el apoyo de los líderes políticos republicanos y de los donantes del partido. Para ello, tenía que mostrarse dignificado, presidencial. Y no lo logró. Clinton, por el contrario, adoptó tono de estadista, que es como mejor se encuentra.

Pero no es menos cierto que Trump no necesita esos apoyos para ganar. Es más: no necesita ganar debates para ganar elecciones. El empresario perdió en teoría muchos debates en las primarias, y acabó imponiéndose no sólo a sus rivales, sino al aparato republicano en pleno, que estaba dispuesto a hacer lo que hiciera falta para frenarle. Y es que Clinton y Trump se dirigen a votantes tan diferentes que es casi como si cada uno hiciera campaña en países distintos. En ese contexto, encontrar un punto en común es una pérdida de tiempo. Pero también lo es determinar una tendencia de voto a nivel nacional.

"Ambos fueron a por sus votantes más fieles. Pero Trump fue repetitivo, y repitió sus discursos de siempre. Hillary trató de encontrar en el debate nuevas vías de atraer a mujeres, a gente con educación, a afroamericanos", explicaba a EL MUNDO James Fallows, corresponsal político de la revista 'The Atlantic', uno de los medios con más solera de EEUU, tras una fiesta organizada por esa revista y por Aspen Institute para seguir el debate (la obsesión política en Washington es tal que, cuando acabó el debate, el servicio de taxis Online Uber cuadruplicó sus tarifas por él ruta,aumento de la demanda de gente que volví a casa tras haber visto lo que para la capital de EEUU es el equivalente de una final de la Champions entre el Real Madrid y el Atlético).

Pero Fallows admitía que "los simpatizantes de Donald Trump probablemente piensan que le ha ido bien. La pregunta es, ¿qué piensan las mujeres indecisas, las minorías que aún no saben a quién votar, o los jóvenes que apoyaron a Bernie Sanders [el candidato de l izquierda demócrata que disputó las Primarias a Hillary]?" Para saberlo, habrá que esperar a las encuestas que reflejen el debate, y que llegarán en torno al viernes o sábado.

Autocontrol

En realidad, cualquiera de los dos candidatos tiene en su mano ganar. Todo depende de su capacidad de autocontrol. O sea, de no ser ellos mismos. Trump tiene que ceñirse al mensaje, dejar los insultos personales, y ser capaz de comprender que, cuando Hillary y los demócratas critican su carácter, no es una cuestión personal: de lo que se trata es de ganar unas elecciones.

La disputa en la que se metió ayer con la ex Miss Universo Alicia Machado, de la que volvió a decir que "ha ganado una barbaridad de peso" es un ejemplo eximio de cómo perder el tiempo y demostrar que no está preparado para ser presidente. Lo mismo cabe decir de su absurdo empecinamiento en decir que ganó el debate, y que las informaciones de los 'fact checkers' -los encargados por los grandes medios de comunicación de determinar la veracidad de las afirmaciones de los candidatos- son falsas.

Si a cambio Trump emplea su capacidad para conectar con el público, para dar la impresión de que él es un tipo como cualquier otro, afable y condescendiente sin resultar cargante -como Hillary- el 7 de noviembre puede ganar. Porque, como ha repetido en numerosas ocasiones el cerebro electoral de Barack Obama, David Axelrod, los estadounidenses quieren un cambio. No solo un cambio político, sino también de personalidad. Y, tras el frío, cerebral, y 'cool' Obama, quieren a alguien simpático, intuitivo, y que dé la impresión de que toma decisiones por instinto. Ese hombre es Donald Trump. Pero, sin embridar, Donald Trump se pasa muchos pueblos en espontaneidad.

Clinton, por su parte, tiene que abandonar el secretísimo absurdo que la mete en líos innecesarios, ya sea por el uso de un servidor privado de correo electrónico cuando era secretaria de Estado o por la incomprensible decisión de tratar de ocultar una neumonía. También tiene que comprender que no necesita tratar de parecer simpática y agradable, porque, lisa y llanamente, no lo es, y encima es una pésima actriz. Su baza está en su aspecto de profesionalidad y en su conocimiento enciclopédico de la situación de EEUU. En otras palabras: tiene que ser cerebral sin ser hostil o pedante.