Los rusólogos occidentales se dividen en dos campos. Por una parte, los que consideran que el totalitarismo ruso o su versión más suave, el autoritarismo, es una cuestión genética, según los genes sean rojos o blancos. Y por otra, los convencidos de que es necesaria una relación más constructiva con los rusos, independientemente de cuales sean sus genes.
Rusia se considera humillada en la posguerra fría. Esto es lo que explican tanto su revisión de la historia reciente como su brutal intervención en Georgia. En los tiempos de Boris Yeltsin, Rusia se veía a sí misma como Plutón en el sistema solar occidental. Es decir, se creía lejos del centro, pero dentro. No duró mucho: la OTAN rompió las promesas de Bill Clinton y George W. Bush y se amplió hacia Rusia, lo que provocó que Vladimir Putin diera un giro copernicano.
El 11 de septiembre del 2001, ya sin Yeltsin, fue interpretado en Moscú comouna oportunidad histórica para recuperar el terreno perdido. Putin se declaró dispuesto a aceptar el liderazgo estadounidense si se le reconocía su influencia en el antiguo espacio soviético. Pero la oferta fue rechazada. Y la respuesta fue contundente. Putin suspendió, entre otras cosas, el cumplimiento del tratado de fuerzas convencionales, un símbolo del fin de la guerra fría que limita el despliegue de armas en Europa. Firmado por Yeltsin en 1990, cuando el imperio soviético se derrumbaba, el tratado fue actualizado en 1999, y Rusia lo ratificó, pero Estados Unidos lo condicionó a que Rusia retirara sus tropas de Moldavia y Georgia. Putin se negó entonces a que se le dijera qué debía hacer.
En la discusión sobre la nueva estrategia de la OTAN, un comité de doce expertos, entre ellos un embajador español, Rusia también dividió a los occidentales, pero al final se ha impuesto el punto de vista de Estados Unidos y Alemania, partidarios de darle un trato de socio preferente. La OTAN ha aprobado ahora en Lisboa su propio giro: otra estrategia en la que a Rusia se la considera un socio estratégico. ¿Por qué? Primero, porque Moscú disfruta de una nueva relación con Washington después de que la Administración Obama decidiera que había que volver a empezar. Segundo, porque Alemania funciona con el gas ruso. Y tercero, porque la OTANnecesita a Rusia en Afganistán, en el desarrollo de otra estrategia nuclear y en el combate contra el terrorismo y el narcotráfico.
El desafío para estadounidenses y europeos, como ha escrito Strobe Talbott, presidente de la Brookings Institution, es mover a Moscú hacia la interdependencia política global. Después de todo, Rusia también tiene mucho que perder si la guerra va mal en Afganistán, país que en 1979 invadió para evitar el contagio islamista en el bajo vientre del imperio. Ahora bien, no es seguro que Moscú se contente con ser Plutón, es decir, con estar dentro del sistema, pero lejos del centro.