El presente mundo financiero es el resultado de unos cuatro mil años de evolución económica, que no es poca evolución. Dicen los expertos en comunicación que los hombres se comunican desde hace un millón de años. Pero los expertos en dinero (que no son expertos en comunicación, aunque esto también lo utilizan como excusa en toda crisis) añaden que desde hace unos mil años la mayor parte de la comunicación entre los hombres está dominada por el dinero, es decir, por la relación entre acreedores y deudores.

El valor de las cosas dejó entonces de ser la medida de la vida de quienes las han hecho y fue sustituida por el dinero que es su equivalente. Y este dinero –es decir, el mercado o el capitalismo– se demostró tan eficiente –mucho más que el feudalismo o la planificación centralizada– que el modelo financiero occidental se impuso, primero con el imperialismo y después con la mundialización.

La crisis actual tiene muchas explicaciones. Primero, la especulación y la codicia, valga la redundancia. Pero en su origen también hay un acontecimiento singular: la aparente inversión de los factores en la histórica relación entre acreedores y deudores. Si Hegel dijo que la Revolución Francesa permitió que amo y esclavo se reconocieran, ¿qué significará ahora el hecho de que China –con una renta per cápita al menos veinte veces inferior a la estadounidense– sea el primer acreedor del mundo, incluido EE.UU., que acaba de ver rebajada la nota de su deuda.

El origen de este acontecimiento está en la decisión de los dirigentes chinos de dar empleo a su inmensa población a través de la exportación de productos manufacturados y baratos. Y para garantizar que sus precios fueran competitivos, esto es, baratos, China decidió fortalecer el dólar con la compra masiva de bonos del Tesoro estadounidense. El resto es conocido: cuanto más dinero prestaban los chinos, más norteamericanos podían pedir créditos baratos, y así empezó la proliferación de los fondos de riesgo, la hipotecas subprime y, finalmente, el estallido global que tampoco deja dormir a los europeos. Pero China teme ahora que no le paguen lo que le deben.

Cuando la Gran Depresión de los años treinta, Edsel Ford, hijo del fundador de la Ford Motor Company, quiso hacer las paces después de una protesta obrera que acabó como el rosario de la aurora. Decidió encargarle al pintor mexicano Diego Rivera la realización de un mural que expresara lo necesario de la cooperación y de los recortes sociales en tiempos de crisis. Y Rivera, comunista heterodoxo, aceptó el encargo para escándalo de la élite del dinero de Detroit. Una vez terminado el mural, el pintor explicó así su alegoría: "La raza amarilla representa la arena, dado que es la más numerosa. Y la raza roja, la primera de este país, es como el mineral de hierro, el primer elemento necesario para fabricar acero. La raza negra es como el carbón (...) La raza blanca es como la cal no sólo por ser blanca. Une a los otros elementos, y, así, se ve a la raza blanca como la gran organizadora del mundo". Rivera, con la rebaja de la nota de la deuda y de la solvencia occidentales, quizá habría pintado ahora una escena distinta.