Estados Unidos se replanteó su relación con el resto del mundo en dos históricas ocasiones del siglo XX. El salto estadounidense desde el aislacionismo hasta el globalismo es inseparable, aunque no fueran las únicas razones, de dos agresiones, el hundimiento del transatlántico Lusitania y el ataque contra Pearl Harbor, que fueron cruciales para que Washington se replanteara su papel en el mundo.
La tragedia del Lusitania, provocada por un submarino alemán en 1915, costó la vida a 1.200 personas, entre ellas 129 estadounidenses, lo que contribuyó a que Estados Unidos entrara en la Primera Guerra Mundial, a pesar de que Woodrow Wilson había sido reelegido en 1916 con la neutralidad como eslogan. Una vez ganada la guerra, Wilson propuso al mundo su modelo de seguridad colectiva: la Sociedad de Naciones, basada en los postulados del internacionalismo liberal, pero no triunfó. Los republicanos sólo querían ratificar el tratado de Versalles si se aceptaba que Estados Unidos no se sintiera atado por el organismo multilateral. Pero no hubo acuerdo, y la consecuencia fue el aislacionismo.
La Administración de Franklin Roosevelt entró en la Segunda Guerra Mundial, tras la agresión en Pearl Harbor (2.043 muertos), imbuida de una filosofía global. Fue el fin del aislacionismo como principio de la política exterior estadounidense. Roosevelt se impuso a los aislacionistas e introdujo a Washington en el multilateralismo como mejor manera de defender los intereses nacionales.
Otra agresión, ya en el siglo XXI, llevó a la Administración Bush a replantearse el papel de Estados Unidos en el mundo. Después de los atentados del 11 de septiembre, que segaron 2.986 vidas, Bush y los neoconservadores concluyeron que Estados Unidos, al contrario de sus antecesores, debía reaccionar unilateralmente. Washington hizo correr entonces ríos de tinta para persuadir a la opinión pública de que la ONU dejó de funcionar en el conflicto de Iraq a causa de la negativa de otros dirigentes a secundar sus planes. Roosevelt, que impulsó la creación de la ONU, comprendió que la cooperación multilateral era esencial para la supervivencia; Bush, después del 11 de septiembre, entendió todo lo contrario.
Barack Obama parece haber aprendido los límites de su poder, especialmente en Oriente Medio, y esta semana ha reafirmado en la Asamblea General de la ONU que está comprometido en la promoción del multilateralismo, aunque no es menos cierto que también ha subrayado que espera ser correspondido por las potencias que utilizaron a Bush para explicar su inacción. ¿Se repetirá, entonces, con Obama la historia de Wilson o de Roosevelt? Hay una diferencia: lo que obliga a Obama a replantearse el papel de Estados Unidos en el mundo no ha sido esta vez una agresión, sino las aventuras de su antecesor.
