Mark Lilla, profesor de la Universidad de Chicago, ha escrito de Kojève: "Es difícil citar a otro pensador del último siglo de tanta relevancia en la política europea" (Pensadores temerarios,Debate, 2004).

Kojève murió en 1968 pero fue resucitado en 1992 por Francis Fukuyama, autor de El último hombre y el fin de la historia,ensayo en el que se inspiró en las ideas del filósofo ruso. Kojève fue el primero en dar crédito a Hegel cuando éste afirmó que la historia llegó a su final con el triunfo de las ideas de la Revolución Francesa (libertad e igualdad) en la batalla de Jena, en 1806. Fukuyama vio el punto final en la victoria de la democracia y de la economía del libre mercado.

Dominique Auffret, biógrafo de Kojève, afirma que, después de 1945, Robert Marjolin, que durante veinte años se dedicó a la reconstrucción de Francia y a la creación del Mercado Común, propuso a Kojève entrar en el Gobierno francés como consejero en la Oficina de Relaciones Económicas del Ministerio de Hacienda. El filósofo aceptó y hasta su muerte fue un influyente consejero (Alexandre Kojève: La philosophie, l´État, la fin de l´histoire,1990). Durante un cuarto de siglo despachó con Pierre Mendès France, Jean Monnet o Robert Schuman.

Con Europa encajonada entre la Unión Soviética y Estados Unidos, Kojève imaginó una tercera fuerza, una Europa unificada, en la que Francia sería primus inter pares.Entre la etapa del Estado nacional, que consideró superada después de 1945, y la formación de un Estado universal, que marcaría el final de la historia, Kojève anunció un interregno caracterizado por la existencia de imperios, como el anglosajón y el soviético, y trabajó para la formación de un imperio europeo.

Kojève, como más tarde Thatcher y Mitterrand, temía que Alemania terminara uniéndose al imperio anglosajón,por lo que propuso la creación de una unión latina como contrapeso. La idea fue rechazada por De Gaulle, pero Kojève, entusiasta de los imperios, estuvo en el origen de la Comunidad Económica Europea, con Alemania dentro, a la que los ingleses denominaron imperio europeo y los franceses llaman potencia europea.

Ahora, cuarenta años después de la muerte de Kojève, la construcción comunitaria está paralizada por el no de franceses y holandeses al tratado constitucional europeo. Pero ¿en qué cambiará la situación las elecciones presidenciales francesas? Los tres candidatos con más posibilidades - Nicolas Sarkozy, Ségolène Royal y François Bayrou- pidieron el sí a la Constitución europea, cosa que no hizo el resto de los candidatos, pero los tres tienen distintas posiciones sobre cómo salir del atolladero, aunque la única discusión en la campaña se ha limitado a pronunciarse sobre si el nuevo tratado debe ser aprobado por el Parlamento, como defiende Sarkozy, o sometido a referéndum, que es el compromiso adquirido por Royal y Bayrou.

Hubert Védrine, ministro de Asuntos Exteriores con François Mitterrand, acaba de publicar un ensayo, Continuer l´histoire (Fayard, 2007), en el que subraya que la historia no ha terminado, como demuestran el 11 de septiembre y la intervención estadounidense en Oriente Medio. Yen cuanto a la Unión Europea, Védrine considera urgente que Europa decida cuál es su lugar en el mundo. Para Védrine, las negociaciones comunitarias deben ir más allá de un minitratado que facilite la toma de decisiones. Según el ex ministro, los europeos deben resolver cuatro desacuerdos: la identidad europea y, por tanto, cuáles son sus fronteras (Sarkozy y Bayrou son contrarios al ingreso de Turquía); la integración política, entre el federalismo y el club que quiere Londres; la globalización y cómo tratarla, y si Europa debe ser una potencia, como decía Kojève, o una ONG.

Védrine se lamenta de que los estados nacionales hayan perdido fuelle, pero recuerda a Kojève cuando éste se preguntaba cómo había que convencer a los franceses de que Francia "está muerta políticamente" y que debe "engendrar un imperio para prolongar la autonomía y la grandeza que su presente puramente nacional no le permitirá sostener". El ministro de Mitterrand dijo recientemente en Barcelona que la política exterior común es un objetivo difícil, pero apostó por Europa como potencia, como Kojève.

Entre 1982 y 1983, los servicios de información franceses incluyeron a Kojève en una lista de altos funcionarios franceses que trabajaron para los soviéticos (Le Monde,16/ IX/ 1999). El biógrafo de Kojève ha sugerido que los contactos del filósofo ruso con el KGB se habrían realizado con la aprobación de Francia. La historia no sólo no habrá terminado, sino que aún dará muchas vueltas.