George Kennan, probablemente el más grande de los diplomáticos estadounidenses del siglo XX, odiaba a los automóviles. Decía que el automóvil había arruinado la vida en las ciudades estadounidenses. Fue el padre de la política de la contención, que significó la ruina de la Unión Soviética, pero su animadversión hacia los automóviles no impidió que el petróleo siguiera siendo un factor decisivo en la política exterior estadounidense.
El petróleo explica mucho de la conducta histórica de Washington en el exterior. El crudo y el automóvil se convirtieron, a partir de la segunda década del siglo XX, en los grandes símbolos de la manera de vivir americana. Por eso, cuando la producción interna comenzó a no ser suficiente, Estados Unidos buscó en el exterior. En 1925, los pozos estadounidenses producían el 70% del total mundial; en 1941, el 63%, y en 1950, sólo el 50%. Desde entonces, la solución ha sido siempre más petróleo.
Barack Obama ha dicho ahora que hay una oportunidad en la crisis del vertido de petróleo en el golfo de México. El presidente defiende el desarrollo de energías alternativas que reduzcan la dependencia que Estados Unidos tiene del petróleo. La sociedad americana no es la única que, como dijo George W. Bush, es adicta al petróleo, pero su caso es paradigmático, ya que es el primera consumidora. La dependencia estadounidense es doble porque, además, importa la mayor parte de lo que consume. En 1973 Estados Unidos importaba el 33%; ahora roza el 60%. Y la razón última del accidente de British Petroleum (BP) en el golfo de México es precisamente esa adicción, aunque la compañía británica, que fue privatizada por Margaret Thatcher en la década de 1980, tampoco habría escapado a la constante de ciertas privatizaciones: la relajación de los controles de calidad y seguridad en nombre del beneficio (en el 2009, 14.000 millones de euros).
El petróleo ha sido inseparable de la política exterior estadounidense desde que Winston Churchill decidió que los buques de la Royal Navy dejaran de quemar carbón y se alimentaran de petróleo. Fue una iniciativa que cambió el mundo a partir de la Primera Guerra Mundial, cuando la importancia del petróleo se hizo evidente para la sociedad industrial y para la guerra. Estados Unidos entró en la gran contienda después de que Francia y Gran Bretaña aceptaran sus objetivos en Oriente Medio. Exigió una política de puertas abiertas, especialmente en Iraq, donde los británicos habían instalado a Faisal I en el trono. Y el contencioso se resolvió con un chocante reparto del petróleo: Gran Bretaña, Francia, Holanda y Estados Unidos obtendrían un 23,75% cada una, aunque el negocio, del que fue marginado Iraq, también lo hizo el magnate Calouste Gulbenkian, a quien, por su mediación, le correspondió el 5% restante.
Después de Iraq, las compañías estadounidenses obtuvieron concesiones en Bahréin (1930) y Arabia Saudí (1933), donde uno de los protagonistas más intrigantes fue Harry St. John Philby, un arabista inglés que desertó del British Colonial Service para convertirse al islam y trabajar para el rey Saud. Philby llamó la atención de la familia real sobre la riqueza que pisaba y, de paso, le jugó una mala pasada a Gran Bretaña: intrigó hasta conseguir que la explotación del crudo fuera a Socal, posteriormente la estadounidense Aramco. Años más tarde, Franklin Roosevelt se comprometió a defender el reino saudí a cambio del suministro de petróleo.
Desde entonces, la política exterior estadounidense ha desprendido un fuerte olor a petróleo. No sólo el crudo ha condicionado la conducta estadounidense en el exterior, sino que también ha repartido los papeles. Históricamente, el Departamento de Estado, donde suelen decidir los pragmáticos, ha representado los intereses de las grandes compañías petroleras, que son las que influyen más en la política exterior. Y el Congreso, por el contrario, ha defendido a las compañías pequeñas y a la industria del carbón, cuyos intereses dependen más del mercado nacional.
Después de que Kennan publicara en 1947 sus ideas sobre cómo se podría ganar la guerra fría, Truman omitió deliberadamente la palabra petróleo en el discurso con el que anunció su doctrina, en 1947. Pero el 10% de la ayuda del plan Marshall se invirtió en las importaciones de petróleo. Después, todas las doctrinas de los presidentes, desde Eisenhower hasta Bush hijo, han estado relacionadas, directa o indirectamente, con el petróleo y Oriente Medio. El pasado mayo, Obama denunció la "íntima relación" que el sector del petróleo ha tenido históricamente con Washington.
Las siete hermanas