Los europeos europeístas están preocupados por una posible victoria de David Cameron, líder de los conservadores británicos, en las elecciones del 6 de mayo. Temen que, con Cameron, vuelvan a complicarse las relaciones entre las islas Británicas y la Unión Europea, a la que ya le sobran los achaques. Por eso, los europeístas han puesto sus esperanzas en Nick Clegg, líder de los liberaldemócratas, el tercer partido en discordia.

Los liberaldemócratas son considerados el partido más proeuropeo de las islas y su líder se opuso a la guerra de Iraq y se declaró partidario de abandonar la libra esterlina por el euro.Hay estados en los que la orientación de la política exterior, e incluso la suerte de los conserjes del ministerio, depende de quien gobierne. No ha sido este el caso británico. La política exterior británica no siempre ha sido exactamente la misma, pero lo ha parecido. La conducta exterior británica es una continuación de la disputa entre lord Castlereagh, uno de los grandes del congreso de Viena, y George Canning, que fue decisivo contra la esclavitud. Pero la sangre no ha llegado al río casi nunca.

Para Castlereagh, un aristócrata más bien aburrido, la política exterior debía ser la defensa de los intereses nacionales; para Canning, un plebeyo que prosperó gracias a su extraordinaria elocuencia, la política exterior tenía que ser la defensa de los valores democráticos. Es decir, el primero fue un realista; el segundo no le hizo ascos al idealismo. Y el resultado de este debate ha marcado la política exterior británica de los dos últimos siglos.

La rivalidad entre Castlereagh y Canning desembocó en un duelo en 1809. Un día de septiembre, Canning, entonces ministro de Negocios Extranjeros, y Castlereagh, ministro de la Guerra, se enfrentaron en un duelo con pistolas en el que ninguno de los dos sufrió heridas de consideración. Pero en cuanto a las ideas, ganó Castlereagh, aunque a veces alguien se acuerde de Canning. 

Entre los británicos ha habido grandes europeístas, como fue el caso de Edward Heath. Pero la cuota de mercado de los europeístas británicos es similar a la del cristianismo en Japón. Por eso los europeos europeístas temen una victoria de Cameron, que lo único seguro es que no se trata de otro Heath. El pasado jueves, en el segundo debate, Cameron copió a Castlereagh y dijo que el objetivo prioritario en Europa es "defender el interés nacional británico". Y el laborista Gordon Brown replicó: "David (Cameron) es antieuropeo, Nick (Clegg) es antiamericano"; es decir, se cubrió con la tradición churchilliana: proestadounidense inequívoco y proeuropeo ambiguo. ¿Es posible entonces que gane Clegg? Es más que improbable. Y si nadie tiene la mayoría absoluta, ¿moderará Clegg al euroescepticismo? El sistema electoral, que cada comicio pincha el globo del tercero en discordia, juega a favor de que la niebla aísle al continente, no a las islas.