No hay tantas doctrinas como presidentes estadounidenses, pero han abundado. Unas han hecho historia, otras han pasado a los libros con más pena que gloria. Las decisivas han sido aquellas que se han basado en la tradición. Por ejemplo, la doctrina Monroe, que asoció la libertad, la prosperidad y la seguridad con la expansión continental. Y la doctrina Truman también se basó en la tradición estadounidense: la oposición a que Europa llegara a ser dominada por una potencia hostil. Bush echó mano de otra tradición, la del excepcionalismo estadounidense, pero el resultado ha sido muy distinto.

Bush abrazó el idealismo americano para anunciar en su segunda toma de posesión que su política sería "apoyar los movimientos democráticos en cada nación y cultura, con el objetivo último de acabar con la tiranía en nuestro mundo". Barack Obama parece adoptar una posición más pragmática. El pasado enero, Hillary Clinton, secretaria de Estado, resumió su idea de la política exterior de la nueva Administración en "las tres D: defensa, diplomacia y desarrollo". Pero no citó la D de democracia.

¿Qué explica este cambio de tono en Washington? Obama no dice que haya renunciado a la extensión de la democracia en el mundo. En su reciente visita a Pekín, Clinton pasó de puntillas sobre la cuestión de los derechos humanos en China, pero días después un informe del Departamento de Estado provocó la ira de los dirigentes chinos. La propagación de los valores de la democracia americana ha sido, desde la presidencia del demócrata Woodrow Wilson, un argumento que ha servido para justificar la defensa de los intereses nacionales. Y los resultados de la doctrina Bush, que instrumentalizó el wilsonismo, han hecho que Obama escarmentara en cabeza ajena.

Henry Kissinger, secretario de Estado de Nixon y Ford, publicó en 1994 Diplomacia,un análisis sobre cómo funciona el mundo para los realistas, en el que lanzó una advertencia a los entonces responsables de la política exterior estadounidense. Para Kissinger, los estadounidenses, protegidos por las dimensiones continentales y el aislamiento de su país, se han guiado en materia de política exterior por el idealismo, como si el mundo tuviera que ser como ellos quisieran que fuera y no como realmente es. Bush, efectivamente, actuó como si el mundo tuviera que ser como él quería que fuera.

El cuento neoconservador nos prometió un final feliz en Oriente Medio. Una vez derrocado Sadam Husein, dijeron los entusiastas, los acontecimientos se precipitarían: los iraquíes se convertirían en un abrir y cerrar de ojos en un electorado prácticamente escandinavo; los sirios no tardarían en contagiarse democráticamente; el régimen iraní caería por su propio peso o con un ligero empujón, y la celebración de elecciones entre los palestinos proporcionaría a Israel, por fin, un auténtico interlocutor, no como Yasir Arafat. Todo, sin embargo, ha salido al revés.

Las ideas son consecuencia, a menudo, de los acontecimientos. La idea de Francis Fukuyama de que la historia terminó con el triunfo de la democracia fue consecuencia de un acontecimiento: el fracaso comunista. Los asesores de Bush, por el contrario, tuvieron la idea de que podían provocar el acontecimiento de la democratización del mundo. Y Bush, entusiasmado, utilizó la idea para explicar por qué la invasión de Iraq sería un atajo hacia la paz en Oriente Medio. Pero, después de Bush, cuando Occidente teme que las autocracias china y rusa sean un modelo alternativo, los regímenes árabes prooccidentales siguen enfrentándose a la aporía descrita por Henry Laurens: cuando abren la mano, las urnas favorecen al islamismo; y cuando la cierran, la autocracia alimenta el terrorismo.

Los realistas argumentan que Estados Unidos no debería involucrarse en guerras más allá de sus capacidades. Así, el inspirador de la doctrina Monroe, John Quincy Adams, ya advirtió que Washington no debería ir "al extranjero en pos de monstruos que destruir". Pero los liberales subrayan la democracia y los derechos humanos como objetivos. ¿Quiénes se impondrán? E. H. Carr, crítico del idealismo, escribió: "Los estados europeos ven a los anglosajones como maestros en el arte de esconder sus intereses egoístas bajo el disfraz del bien general". Obama se enfrenta ahora al problema decisivo: la relación entre lo que es y lo que debe ser.