Obama tampoco es ajeno a la crispación, por cuanto lo dejó todo, o casi, para la convocatoria de septiembre. Ocho meses después de su entrada en la Casa Blanca, el presidente demócrata ha roto de palabra con su antecesor, pero su intención de acometer ambiciosos cambios estratégicos, tanto en la escena nacional como en política exterior, aún no ha superado la prueba de los hechos.

Obama no lo tiene fácil. En los medios diplomáticos europeos de Washington crece la impaciencia por la indefinición del presidente sobre tres temas que en septiembre tienen marcada una fecha límite: Afganistán, donde Obama debe pronunciarse sobre un incremento o no de las tropas estadounidenses; Irán, para cuyo régimen se agota el plazo para dialogar, y el conflicto palestino-israelí, que espera para este mes un plan de paz estadounidense mientras el Gobierno israelí no responde a la petición de la Casa Blanca de congelar la ampliación de los asentamientos judíos en Cisjordania. A falta de iniciativas concretas, a Obama se le critica porque, de hecho, aunque sólo sea por inercia, sigue en el continuismo.

La política interna es otro campo de batalla. En una semana en Washington, este corresponsal ha oído, en medios políticos y mediáticos, comparar a Obama con Kim Jong Il y Sadam Husein, acusarlo de "socialista" y denunciarlo por haber nacido en Kenia, no en Hawái, por lo que los instigadores de la campaña dicen que el presidente, al no haber venido al mundo en suelo estadounidense, ocupa ilegalmente la Casa Blanca.

El pasado martes, Obama se dirigió a los estudiantes del instituto Wakefield de Arlington (Virginia) y les habló de la necesidad de no faltar a clase y estudiar en serio. El discurso fue retransmitido en directo por televisión, pero en distritos escolares de Maryland, Texas y Virginia, entre otros estados, no se encendieron los televisores. ¿Qué de incendiario tuvo un mensaje a favor de la asistencia a clase y del estudio? Steve Russell, senador republicano por Oklahoma, lo tuvo muy claro. "Esto es algo (la iniciativa de Obama) que uno espera ver en Corea del Norte o en el Iraq de Sadam Husein", afirmó. La comparación de Obama con Kim Jong Il o Sadam tiene otra lectura en el bando demócrata. "Esto demuestra el nivel de paranoia que rodea algo tan inocente como que el presidente pida a los estudiantes que estudien", afirma Matthew Iglesias, del Centre for American Progress, un think tank que cojea por la izquierda. El equipo de Obama, sin embargo, cometió un error, como comentó a La Vanguardia Mary Beth Sheridan, corresponsal diplomática de The Washington Post. Organizó un plan para pedir a los estudiantes que escribieran cartas de ayuda al presidente. Y la idea, ya olvidada, dio alas a los conservadores, para quienes el discurso de Obama sólo quería ser partidista.

Uno de los principales instigadores de la campaña es un comentarista de la cadena Fox News, Glenn Beck, que el pasado agosto acusó a Obama de "racista". Pero algunos dirigentes republicanos tampoco se quedan cortos. El presidente del Partido Republicano de Florida, Jim Creer, manifestó que la intención de Obama de dirigirse a los estudiantes era "adoctrinarlos"con "ideología socialista" y "propaganda liberal".

La reforma de la sanidad es ahora el frente central. El pasado miércoles, Obama defendió ante el pleno de las dos cámaras del Congreso el imperativo moral y económico de la reforma, y fue convincente, aunque no despejó todas las dudas. Utilizó todo su arsenal retórico moral, detalló su propuesta, tendió la mano a los republicanos moderados y criticó la crispación, que también hubo. Un congresista republicano llamó "mentiroso" a Obama después de que este dijera que ningún inmigrante sin papeles se beneficiaría de su reforma. Rahm Emanuel, jefe de gabinete de Obama, manifestó que "nunca un presidente había sido tratado de esta manera".

Obama reiteró su apoyo a la creación de un programa de seguros respaldado por la administración para competir con el sector privado, pero, ante las sabidas reservas republicanas, dejó abierta la puerta al consenso bipartito. Las cuentas parlamentarias aún no le salen. Obama se ha situado en el centro y pide ahora un compromiso entre demócratas liberales y republicanos moderados, ya que, para desatascar su reforma, no sólo necesitará el poder de su retórica.