Aaron Sorkin, guionista de El ala oeste de la Casa Blanca y gran conocedor de los mecanismos de poder estadounidenses, ha explicado de manera magistral lo sucedido en Afganistán antes y después de la derrota de la Unión Soviética. 

Sorkin lo escribió para La guerra de Charlie Wilson,una película que desmerece su guión. En la recta final de la historia de Wilson - un congresista que multiplicó la ayuda a los muyahidines afganos-,el agente de la CIA que le ayudó reflexiona sobre si la operación estadounidense fue o no algo glorioso. Y para explicarse, el agente recurre a la historia de un maestro zen que observa a los habitantes de su aldea cuando estos están celebrando que a un muchacho de catorce años le han regalado un caballo. Ante la alegría de todos por el detalle con el joven, el maestro, prudentemente, se limita a decir: "Ya veremos". 

Poco después, el muchacho cae un día del caballo y se rompe una pierna, lo que rápidamente es interpretado por los lugareños como una maldición. El maestro, sin embargo, dice: "Ya veremos". Más tarde, estalla una guerra, y el joven, a causa de su pierna herida, no puede ser reclutado, decisión que los aldeanos interpretan como una señal inequívoca de que, después de todo, el caballo fue efectivamente un regalo maravilloso. Pero el maestro zen dice: "Ya veremos". 

En Afganistán se repite esta historia del muchacho y el caballo. Los guerrilleros musulmanes derrotaron a los soviéticos, lo que Estados Unidos interpretó como un regalo maravilloso, ya que aceleró la descomposición de la Unión Soviética. Pero Washington se olvidó de Afganistán y las guerrillas musulmanas se enfrentaron entre sí, lo que echó agua al vino. El conflicto desembocó, sin embargo, en la victoria de los talibanes, hecho que cierta prensa estadounidense saludó con alegría. Pero el régimen talibán dio refugio a Osama bin Laden, que se hizo yihadista autónomo en la guerra del Golfo y organizó el 11 de septiembre. Estados Unidos derrocó entonces a los talibanes, lo que fue interpretado como una prueba inequívoca de su poder. Pero las consecuencias de la guerra, a punto de cumplir nueve años, están por ver. 

La lección del maestro zen no sólo es aplicable, evidentemente, a Afganistán. Pensemos, por ejemplo, en Iraq. La historia es la misma. Bush padre le dio un capón a Sadam Husein por invadir Kuwait, y el mundo se felicitó por la derrota del dictador. Pero, años más tarde, Bush hijo invadió Iraq y derrocó a Sadam en otro abrir y cerrar de ojos, lo que determinada prensa saludó con entusiasmo, aunque, como advirtió el maestro zen, aún había mucho que ver. Ahora, los iraquíes suelen celebrar elecciones entre atentados. Ya veremos.