Stéphane Hessel, antiguo miembro de la resistencia francesa y encarcelado en campos de concentración nazi, publicó el año pasado un libro, o panfleto, como prefieren catalogarlo sus críticos, que calentó Francia. En Indignez vous! (¡Indignaos!, Destino, 2011), Hessel invita a los jóvenes a resistir pacíficamente "la dictadura internacional de los mercados financieros" y a defender "los valores de la democracia moderna". Ahora, y desde el pasado domingo (15-M), más de medio centenar de ciudades españolas son escenarios de manifestaciones de jóvenes convocados por Democracia Real Ya para gritar que están hartos.

La dimensión de las manifestaciones ha sorprendido a los mismos organizadores. El movimiento de protesta, espontáneo y transversal, ha sacado a la superficie la crisis, después de tres años sin protestas, cuya ausencia costaba explicar, y los partidos políticos, en plena campaña electoral, han sido pillados a contrapié. El presidente José Luis Rodríguez Zapatero ha declarado que "se trata de una expresión democrática que hay que escuchar y que se da en varios países europeos". Pero, de puertas adentro, los socialistas temen que sean ellos los grandes perjudicados electoralmente. Por el contrario, en el Partido Popular dicen que se frotan las manos, ya que consideran que los manifestantes y los que les apoyan en las redes sociales no son su electorado. Para Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, quienes protestan son "antisistema".

¿Antisistema? Los manifestantes, sin apoyo político o sindical, integran un movimiento heterogéneo en el que pueden estar los antisistema y la reacción populista que pretende deslegitimar el parlamentarismo, pero el movimento reúne mucho más. Los manifestantes expresan un malestar social. Hay hartazgo por una situación de crisis, como se ha demostrado en las anteriores protestas en Grecia e incluso en el Reino Unido, donde los jóvenes universitarios hicieron trizas la idea convencional de que en la crisis económica prevalecería la tradicional flema británica.

El primer ministro francés, François Fillon, reaccionó ante el libro de Hessel para decir que "la indignación por la indignación no es una manera de pensar". Y eso es cierto, como lo es que la oposición al sistema parlamentario puede dar pie a propuestas liberticidas. Pero no es menos cierto que la clase política, con la corrupción y la incompetencia ante la crisis, suscita una gran desconfianza entre la población (en las últimas elecciones autonómicas catalanas hubo 91.631 votos en blanco). Por eso, el descrédito de la política institucional es la principal causa de este movimiento de protesta.

En un espectro político en el que las listas electorales cobijan a imputados por corrupción y donde el desempleo afecta al 45% de los menores de 25 años, las propuestas de los manifestantes son confusas, pero los partidos pueden entender que se les dice que no están utilizando correctamente el parlamentarismo para dar con la respuesta a la crisis.