El presidente de Ecuador, Rafael Correa, salió airoso de lo que llamó el “día más triste de su vida”. Después de una revuelta protagonizada por integrantes de la Policía, estuvo confinado más de 10 horas en el Hospital de la Fuerza Pública. La noche de este jueves Correa fue rescatado por más de 200 integrantes del Ejército que lo trasladaron al Palacio de Carondelet. El operativo dejó al menos una persona muerta y una decena de heridos.

El Gobierno logró contener la sublevación y dar un parte de victoria, pero del otro lado quedó un grupo de inconformes con las recientes medidas de Correa por su injerencia en la Asamblea Nacional y el trato a la oposición, que se mostró dispuesta a apoyar a los miembros de la Policía. La crisis se apaciguó, pero el país respira una tensa calma. 

Los hechos ocurridos en Ecuador dejan varias conclusiones: que la institucionalidad ecuatoriana es frágil; que por muy “benéficos” que sean los cambios que propone un Gobierno, deben ser concertados, y que la respuesta ágil de la comunidad internacional es clave para contener un golpe de estado. 

Aunque al principio la manifestación de los policías reivindicaba derechos salariales, al rato tomó visos de lo que parecía un golpe de Estado. Las arengas de los manifestantes decían “vámonos a una guerra civil”, mientras sectores de oposición alentaron a los descontentos a salir a las calles, ya no por las prebendas que perdieron los policías con la aprobación de la Ley orgánica de servicio público, sino para protestar contra el Gobierno. 

La interpretación que hizo la Presidencia de lo ocurrido fue que los manifestantes actuaron movidos por golpistas que buscaron alterar el poder constitucional. Inmediatamente, el canciller Ricardo Patiño llamó a rodear y “rescatar” al Presidente, lo cual ocurrió varias horas más tarde. 

No está claro que la revuelta tuviera en un principio la intención de dar un “golpe de Estado”. Sin embargo, el politólogo Fernando Giraldo considera que “la asonada no fue una simple revuelta de tres policías. Detrás tuvo que haber alguien interesado en alterar el orden institucional”. 

En el mismo sentido, el director del centro de estudios constitucionales Plural, Armando Novoa, argumentó que “sectores de oposición, como el ex comandante Lucio Gutiérrez, que habló desde Brasil, no rechazaron lo ocurrido, sino que se mostraron complacidos con la protesta”. 

Al respecto, los dos analistas consideran que aunque la revuelta no terminó en un golpe de Estado, sí demostró que la institucionalidad ecuatoriana es todavía muy débil, que no han quedado atrás los tiempos en que los cuartelazos quitaban y ponían gobiernos de facto. Y quedó en evidencia que en Ecuador no hay garantía de que el poder civil controla con eficacia al militar. 

La reacción de los organismos multilaterales fue inmediata. El Consejo Permanente de la OEA celebró una reunión de emergencia y rechazó la tentativa de golpe de Estado y llamó a las instituciones a respaldar a Correa. 

La Unión Suramericana de Naciones (UNASUR) hizo lo propio. Logró reunir en tiempo récord a los mandatarios de la región para pronunciarse. Además del protagonismo político que adquirió el naciente mecanismo, “el anuncio de que se pronunciaría envió un mensaje a las instituciones: que si prosperaba el golpe, Ecuador quedaría aislado”. 

Este mensaje quedó refrendado cuando el Departamento de Estado de Estados Unidos rechazó la sublevación. 

“También quedó claro que hay una conciencia regional para reaccionar contra los golpistas, de que hay que proteger las instituciones”, agregó Novoa. 

La prontitud del rechazo de la OEA y el anuncio de la reunión de UNASUR obligaron a las instituciones del Estado ecuatoriano a rechazar tajantemente el golpe. El presidente de la Asamblea Nacional de Ecuador, Fernando Cordero; los Altos Mandos de la Fuerza Pública, y casi todos los principales funcionarios de los organismos del Estado rechazaron la manifestación y defendieron la institucionalidad. 

No obstante, el fantasma del golpe que asomó en Venezuela en el 2002, durante el primer mandato de Hugo Chávez, y que prosperó en Honduras contra Manuel Zelaya en el 2009, no ha desaparecido del todo. 

3- Un sabor amargo 

El Presidente ecuatoriano sin duda resultó fortalecido políticamente de esta crisis. Con el respaldo internacional y el de las instituciones del Estado, seguramente saldrá con una imagen favorable. 

Pero la revuelta demostró que hay un sector inconforme con el Gobierno, o con lo que Novoa llama “el estilo plebiscitario de esa democracia”. 

Muchas de las personas que salieron a respaldar los reclamos de la fuerza pública argumentaron que no estaban de acuerdo con el poder de “veto” que tiene el Presidente en la asamblea legislativa, con su estilo impositivo. Es decir, en el fondo, la coyuntura política de Ecuador estaba sufriendo una crisis pasiva que detonó con el reclamo de los policías. 

Sin embargo, la vía de la reclamación no fue el escenario democrático natural para los acuerdos, que es la Asamblea, por ende, no hubo conciliación ni diálogo. Para Novoa, el hecho puede derivar en una crisis peor, pues hay reclamos de la ciudadanía que son legítimos y “Correa no ha logrado construir una institucionalidad ni una democracia basada en los acuerdos”. 

Correa corrió un riesgo muy alto al encarar el problema en persona y arriesgarse a que le agredieran, gritándole a una turba de cientos de policías enardecidos. “No sólo puso en riesgo la institucionalidad, sino la vida”, argumenta Novoa. 

Por esta razón, para el analista político ecuatoriano Simón Pachano, la salida de Correa fue la más desacertada que pudo escoger. “Su intención, expresada en el discurso que fue transmitido en directo por los medios audiovisuales, era desactivar la insubordinación por medio de una combinación de persuasión e imposición de la autoridad presidencial”, explicó. 

Sin embargo, ese riesgo le sirvió para mostrarse como un Presidente frentero, que se encara a los subordinados “sin rostro” y al mismo tiempo puede acusarlos de golpistas. 

Además, con su actitud puso en una encrucijada a los sectores militares: participar o no de un golpe de Estado. Al final, se echó al bolsillo a la cúpula militar, que optó por respaldarlo y restableció el orden sin comprometer la institucionalidad. 

La red de apoyo del Gobierno reaccionó rápidamente. Desde diferentes provincias llegó al Palacio de Carondelet para respaldar al mandatario y marchó hacia el Hospital de la Policía para intentar su “rescate”. “La rapidez con la que actuaron los seguidores de Correa demostró que la maquinaria política del Gobierno está aceitada”, dice Giraldo. 

“Correa no sólo consiguió mantener el poder, sino el apoyo de la comunidad internacional, con lo cual ahora podrá enfrentar con más ventaja a sus opositores”, agrega.

 

El riesgo que asumió el Presidente fue muy alto, así como el rédito que consiguió. No obstante, como dice Novoa, “saber si Ecuador dejó atrás su historia de interrupciones de facto del poder constitucional dependerá del análisis de las circunstancias en las que se anidó el intento de golpe, y de las medidas que tome el Gobierno con cabeza fría”. De lo contrario, el fantasma podría volver a aparecer.