Hace poco más de un año, el presidente Álvaro Uribe mencionó por primera vez su frase de la "encrucijada en el alma". Se refería en ese momento a la disyuntiva que enfrenta entre sus responsabilidades como gobernante y los límites que impone la democracia. Sea como sea, esa frase se tradujo en que 2009 fue un año marcado por la incertidumbre que se generó por la falta de definición de la reelección de Uribe. Y esa incertidumbre ha paralizado al país políticamente, con preocupantes repercusiones en varios frentes.

En el campo político la duda existencial del primer mandatario hizo mucho daño, en particular en lo que tiene que ver con la sucesión presidencial. El sí pero no del Presidente dejó en un limbo a la mayoría de los candidatos. Los más afectados fueron los de la coalición de gobierno que aspiran reemplazarlo sólo en la eventualidad de que él se retire. En esta categoría están Juan Manuel Santos y Uribito. Al primero le ha tocado estar en sala de espera y hacer una campaña clandestina disfrazada de apoyo a un referendo que, en el fondo, quiere que se caiga. Al segundo le ha tocado exactamente lo contrario. Adelantar abiertamente una campaña sabiendo que no va para ninguna parte, pues no es más que una estrategia para amarrar el Partido Conservador a la reelección de Uribe.

Y a los anteriores les ha ido mejor que a otros miembros de la coalición de gobierno que decidieron que ocho años de uribismo es suficiente y que están dispuestos a enfrentarse al Presidente sin criticarlo. Concretamente, se trata de Germán Vargas y Noemí Sanín. La ambigüedad de esta posición no ha sido bien recibida por la opinión pública, la cual identifica la oposición a la segunda reelección con antiuribismo. Y esto se ha reflejado en las encuestas en una menor intención de voto de la que podrían tener dos pesos pesados de la política colombiana.

Los candidatos de oposición, por su parte, han tenido resultados mixtos bajo la sombra de la reelección de Uribe. Al que mejor le ha ido es a Gustavo Petro quien, a pesar de su aproximación al centro, es visto como el símbolo de la oposición real y coherente que encarna el Polo Democrático. Menos bien le ha ido a Rafael Pardo, quien en sus coqueteos con Petro perdió, por lo menos inicialmente, electorado liberal de centro. Ahora el candidato de ese partido está tratando de enderezar esa situación al distanciarse del Polo, pero estas idas y vueltas ya le hicieron daño temporal.

El que ha salido mejor librado es Sergio Fajardo, el único candidato independiente inscrito por firmas cuya estrategia de venderse como ni uribista ni antiuribista tiene la ventaja de ser verdad. Como nunca perteneció a la coalición de gobierno, y al mismo tiempo nunca lo ha atacado de frente, ninguno de los dos bandos le tiene bronca.

En términos de la sucesión presidencial se podría decir que la encrucijada en el alma se ha traducido en una serie de candidaturas débiles relativamente comparables que significan que si él no se lanza, cualquier cosa puede pasar. Y una de las razones de esa debilidad es que la espada de Damocles del tercer período hizo que los resultados electorales de las consultas internas del Partido Liberal y del Polo Democrático fueran mucho más bajos de los que se registraron en consultas anteriores.

Como la gente tiene en la cabeza que Uribe puede ser candidato, no le para bolas a un proceso de selección de aspirantes que muy probablemente no van a llegar a ninguna parte. Aunque en otros años la Consulta Liberal se hacía simultáneamente con las elecciones parlamentarias, y esto jalaba votos, la situación este año fue particularmente preocupante. En total esa consulta tuvo menos de un millón y medio de votos, la mitad de los esperados por las directivas del partido.

En el caso del Polo, las cosas no fueron mejores. Sin maquinaria, Gustavo Petro se convirtió en el 'palo' de la jornada y derrotó al entonces favorito, Carlos Gaviria. Sin embargo, lo hizo con apenas 220.912 votos, 20.000 más que su contendor. La indiferencia creada por la encrucijada del alma del Presidente se reflejó en el altísimo nivel de abstención de las consultas de ambos partidos, que superó el 80 por ciento.

Otro efecto de la indecisión del Presidente se hizo evidente en el proceso legislativo que quedó congelado. Durante los primeros siete meses del año, el Congreso se concentró en la discusión del referendo, y dejo de lado temas fundamentales. Así, por ejemplo, en medio de la peor crisis económica de los últimos años, tan solo el 5 por ciento de los proyectos de la legislatura que terminó trató sobre temas presupuestales, tributarios o financieros. En gran parte la razón de este resultado fue que para sacar adelante el referendo, el gobierno, en cabeza del ministro del Interior, Fabio Valencia, le dedicó la mayor parte de su tiempo en el año a armar las mayorías necesarias en el Congreso para que no se hundiera.

Ha sido tal la obsesión por los aspectos políticos del referendo, que ya prácticamente nadie habla de los institucionales, que en el fondo son los más graves. La Constitución de 1991 tenía un sistema de pesos y contrapesos para un período presidencial de cuatro años. Al volverse ese período de ocho años, esos contrapesos se han debilitado considerablemente y si llega a haber 12, prácticamente desaparecen del todo. Es el caso de la independencia de la Junta del Banco de la República, la Comisión Nacional de Televisión, la Fiscalía e indirectamente de otras instituciones como la Corte Constitucional, la Procuraduría y la Defensoría del Pueblo.

Una consecuencia adicional del año de la encrucijada fue el debilitamiento de los partidos. Como la prioridad del gobierno era fortalecer las mayorías uribistas para asegurar la reelección, éste promovió el transfuguismo en la reforma política. Esto permitía que algunos congresistas de partidos no alineados con el referendo, como Cambio Radical, por cuenta de algunas prebendas burocráticas o dádivas de esa naturaleza, tuvieran a última hora un incentivo para cambiar de bando y pasarse al lado de la reelección.

Los efectos de la incertidumbre reeleccionista han tenido implicaciones no sólo en el país, sino internacionalmente. Varias personalidades extranjeras e importantes medios de comunicación se han tomado la molestia de insinuarle sutilmente o recomendarle de frente al Presidente que no se lance. En la primera están Barack Obama, Hillary Clinton, Javier Solana, Lula da Silva, Michelle Bachelet y muchos otros. A ese nivel el tema se maneja diplomáticamente y por lo general todos se limitan a decir que en su país eso no se hace o que ellos no lo harían. La presidenta de Chile, por ejemplo, con el 80 por ciento de popularidad, manifiestó que no es "elegante" reelegirse cuando uno está en el poder.

Pero los periódicos han sido menos sutiles. Los más importantes del mundo, como el New York Times, la revista The Economist, el Washington Post, el Wall Street Journal, el Financial Times, Le Monde, y El País de España han publicado editoriales o artículos para pedirle a Álvaro Uribe que no caiga en la tentación en que han caído varios de sus vecinos del área.

Se refieren, obviamente, a Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, en donde se regresó al caudillismo. Lo que esas voces están expresando es su anhelo de que Uribe sea diferente y honre una seriedad en los asuntos públicos que hasta ahora ha sido valorada internacionalmente. En otras palabras, que se incline por la salida institucional que fortalece la democracia y no por el camino caudillista que la debilita.

Y ese anhelo es compartido por casi la mitad del país y el 90 por ciento de su clase dirigente, quienes a lo largo de su historia han considerado un orgullo que su país no ha caído en las tentaciones populistas, ni en los regímenes autoritarios o unipersonales.

Por todo lo anterior, SEMANA considera que el personaje del año ha sido el Presidente de la República con su alma en la encrucijada. Es evidente que este estado existencial ha tenido implicaciones negativas para el país.

La popularidad del Presidente, sin embargo, se ha mantenido pues hasta ahora la dimensión de su obra de gobierno es valorada por la mayoría de los colombianos. Como se ha dicho una y otra vez, su puesto en la historia ya está asegurado.

Pero la incertidumbre que ha creado con la indefinición del tercer período y el malabarismo político al que ha tenido que recurrir para seguir en el poder dan al traste con los valores que él invoca y que han hecho que el grueso de los ciudadanos considere su gobierno un gran éxito: su responsabilidad con el país, su capacidad de trabajo y su patriotismo.

Si el desenlace de la encrucijada en el alma es un tercer cuatrienio para Álvaro Uribe Vélez, su permanencia en la Casa de Nariño se prolongará hasta 2014. En ese escenario un niño que tenía 10 años cuando Uribe fue elegido por primera vez, habrá llegado a los 22 sin haber conocido otro Presidente. La mayoría de los colombianos nunca pensó que fuera a vivir esa experiencia. Un mundo tan nuevo como peligroso para la democracia colombiana