Pero al final, el presidente de EE.UU. no ha satisfecho a nadie: sus votantes le llaman ya el «premio nobel de la guerra», porque con el envío de 30.000 soldados más, aunque sea solo por un año, Afganistán deja de ser la guerra de Bush para ser la guerra de Obama, lo que, inflamados de pacifismo barato, no se lo perdonan; los militares, cuyas estimaciones ya habían sido rebajadas drásticamente, se quedan sin los medios que creen son imprescindibles para ganar; y todos aquellos que persiguen la victoria sin edulcorantes, piensan que el curso de acción adoptado por su presidente es el camino seguro para la derrota. Y con fecha. Afganos y paquistaníes tampoco han quedado satisfechos.

 

 

Quien sí puede estarlo es el líder de los talibanes y antiguo asociado de Bin Laden, el mulá Omar. Cierto, sus avances de los últimos meses se van a complicar al tener que enfrentarse a miles de soldados más, algo que posiblemente evitará que sus designios puedan realizarse el año que viene. Pero al mismo tiempo, Omar y los suyos saben que el verano del 2011 es la fecha fijada por Obama para comenzar la retirada. Y Omar y los suyos tienen prisa para alcanzar sus objetivos, pero también han dado prueba de tener una gran paciencia estratégica. Pueden esperar dieciocho meses más, hostigando y desgatando, pero sin poner en peligro sus fuerzas.

 

Obama se ha decantado por la peor alternativa. Zapatero debería pensarse muy bien lo que va a hacer con nuestros soldados a partir de ahora.