Ya estamos acostumbrados. Poco se vende en positivo y con ilusión y mucho con descalificación y bajas pasiones. Como mucho, hay quien disfraza el recurso al miedo bajo el paraguas del mal llamado “voto útil”, esa herramienta perversa que prima una intención de voto sobre otras opciones en aras de un pragmatismo tan artificial como estéril.

La teoría del voto útil se ha sostenido sobre la base de que tres partidos de centroderecha  compitiendo por un mismo bloque de votantes, habida cuenta de la ley electoral que se aplica en España, lleva a que los restos se pierdan, particularmente en circunscripciones pequeñas. No voy a entrar una vez más a discutir el planteamiento, porque la realidad es más dura que cualquier teoría. Ahora que la izquierda se fragmenta aún más, con la irrupción psoealizada de Íñigo Errejón y su Más Madrid (¿Más España?), la teoría de la inferioridad del centroderecha no se sostiene. Lo que sí se puede defender es que los pilares del bipartidismo siguen en crisis y difícilmente podrán presentarse como fuerza hegemónica.

En cualquier caso, hay toda una batería de preguntas aún por resolver. Por ejemplo, ¿es el centroderecha realmente de derechas?  Ciudadanos abandonó voluntariamente su definición de fuerza socialdemócratas para abrazar el campo del liberalismo. El PP, amalgama de diversas corrientes, también se ha ido escorando hacia el liberalismo. Al menos desde los intentos renovadores de Pablo Casado tras el desierto ideológico de los años de Rajoy-Soraya-Montoro.

Es verdad que algunos se cuestionan ya el alcance de la renovación a tenor del posado de Casado con Rajoy, despistado este último del relax al que está acostumbrado. Y no sólo, parecería que hay una incipiente pinza entre líderes regionales, de Galicia al País Vasco, pasando tal vez por Andalucía, quienes prefieren menos liberalismo y más pragmatismo del de siempre. Maniobras perversas como empadronar en un pueblecito der Castilla y León con nocturnidad y alevosía a Javier Maroto lejos de su tierra, por que allí no tiene quien le vote, y poder recolocarle así en el Senado, poco tienen de espíritu renovador. Si, como se rumorea, se repesca a las figuras claves del marianismo, la renovación estará más en duda y el empuje de la actual cúpula se quedará en poco o nada.

Sea como fuere, queda otra pregunta por resolver: ¿no ha sido el liberalismo la fuente de todos nuestros actuales problemas? Y no entro en la dejadez de Rajoy quien pudo evitar lo que ahora es inevitable, el gobierno de Sánchez, y no lo hizo. Como tampoco quiso atajar el problema del separatismo catalán enviando de emisaria a Soraya para echarse unas risas con Oriol Junqueras. Me refiero en realidad a los presupuestos básicos que defiende el liberalismo: para el individuo todo es válido mientras sea consentido y no atente contra la seguridad de los demás. Lo que se aplica a rajatabla tanto para el mercado como para los valores que conforman una sociedad. De ahí que el PP esté a favor de una reforma liberalizadora del mercado de trabajo como de exhumar a Franco y trasladar sus restos del Valle de los Caídos; a favor de la globalización comercial y también de sostener la Ley de la Memoria Histórica; a favor de la UE que tenemos, y de la Ley de violencia de género; a favor del estado de las autonomías y de subvencionar el día del orgullo gay. Por poner sólo algunos ejemplos. La lista podría resultar interminable. Pero baste saber una sólo cosa: el liberalismo sólo funciona en tiempos de bonanza económica y en sociedades relativamente homogéneas. En todo lo demás es un suicido colectivo porque alienta el disfrute inmediato, no la responsabilidad; la multiculturalidad, no la identidad de los pueblos; el secularismo extremo, no la religión, base de toda sociedad; el internacionalismo extremo, no las naciones.

Puede que todas estas cosas suenen a abstracto en este momento donde los esfuerzos debieran centrarse a echar a Sánchez de la Moncloa. Pero de aquellas aguas provienen los actuales lodos. Y si no, escuchen a estos superliberales de Génova, avisando ya de que no van a proponer bajar los impuestos a los españoles, dada las circunstancias de crisis en las que entra nuestra economía. Sí, al menos lo advierten, no como antes. Pero los impuestos son los impuestos y el malgasto que se hace de ellos, algo ya inasumible. Y eso tampoco piensa el PP arreglarlo. Véase Madrid, capital o comunidad. Salvo usted sea un MENA o un ilegal, yo me lo pensaría.