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10/10/2018 | Opinión - España: La derecha que molesta a la izquierda

Rafael L. Bardají

En las últimas semanas, desde que las encuestas ya no pueden ocultar el crecimiento de Vox, se han redoblado los ataques contra esta formación. Lo más suave que he leído ha sido el calificativo de “la nueva extrema derecha” por parte de un periódico nacional. Y tengo que decir que no me extraña. La irrupción de Vox viene a desmontar muchos mitos de nuestra actual política, para empezar el concepto mismo de “extrema derecha”.

 

Es cierto, hay una nueva derecha emergiendo no sólo en España sino en todo el continente europeo. Y su fuerza en algunos países es tal que amenaza con sacudir los cimientos del consenso que ha caracterizado la política tras la Segunda Guerra Mundial y, en España, desde el 78. A saber, que la izquierda se instalaba en la socialdemocracia y vendía su producto sobre la base de expandir y profundizar los beneficios sociales del estado de bienestar (al menos durante las fases expansivas de la economía) y unos conservadores que compraban la orientación neoliberal para salir de las crisis a las que nos llevaban los socialdemócratas inexorablemente. Para no matarse entre ellos, se adopto un acuerdo tácito de alternancia en el poder.

Pues bien, ese consenso es lo que viene a romper la nueva derecha. Y es lo que teme la izquierda. Por una simple razón, los conservadores, a fin de poder llevar adelante sus políticas neoliberales durante unos pocos años, aceptaron que la cuestión cultural y educativa quedara siempre en manos de la izquierda. Eso es algo que la nueva derecha ni acepta ni está dispuesta a aguantar. La nueva derecha sabe que hay una batalla que dar por los valores y la cultura, empezando por atacar en su línea de flotación lo políticamente correcto y llamando al pan, pan y al vino, vino. Sin florituras ni engaños.

La nueva derecha, por mucho que se quiera presentar como un puñado de carcas, en el mejor de los casos, o de fascistas y nazis en el peor, es temida porque es profundamente democrática. Sus líderes son jóvenes profesionales en la mayoría de los países, que no han conocido otro sistema político. Y se muestran profundamente constitucionales. No digamos en España, donde los anticonstitucionalistas están sentados en gobiernos autonómicos y, si me apuran, hasta en Madrid. Resulta bastante raro ver en un periódico como El País acusaciones de extrema derecha contra Vox, como si se tratase de un partido autoritario y antidemocrático cuando es desde el gobierno socialista donde se agrede a la libertad de expresión, se castiga el libre ejercicio del periodismo, y se aspira a acabar con la independencia de los jueces… Para credenciales de democracia no están los voceros de La Moncloa, desde luego.

Lo que no acepta la nueva derecha es el actual estado de las cosas y la pasividad de unos y otros, de los partidos tradicionales en el poder o en la oposición, más enzarzados en su propia supervivencia que en dar respuesta a los problemas de los ciudadanos. Ni en emigración, ni en seguridad, ni en protección social, ni en educación… los españoles se encuentran desamparados. Los políticos españoles se contentan con elaborar nuevas leyes que nadie cumple, convirtiendo con su malhacer España en una jungla donde los que pueden más, los pícaros, los cargos políticos y los criminales son los siempre beneficiados. Claro que exponer estas verdades de un régimen corrompido de arriba abajo es, se escupe, de populistas. Pero no. Con el ahorro de suspender todas las autonomías y acabar con los entes autonómicos, de las asambleas a las televisiones regionales, pasando por un sin de empresas públicas, podríamos reducir significativamente los impuestos y dejar el dinero en el bolsillo de su dueño, el siempre sufrido y castigado trabajador contribuyente. ¿Pero dónde podrían colocar entonces los partidos a sus allegados?

La izquierda, socialdemócrata o radical, hace tiempo que perdió su razón de ser, desde el momento que perdió el proletariado. Y por eso también teme a la nueva derecha. Porque términos derecha o izquierda han dejado de tener sentido para mucha gente pero que sí se sienten identificados con ideas como nación, patria, España y los españoles primero. La nueva derecha no es transversal, eso sería una exageración, por tampoco es pura derecha. Es soberanista e identitaria, es orgullosa y no acomplejada, es moderna y próxima. Un terreno que la izquierda tenia monopolizado para lo que le convenía. Pues ya no.

La nueva derecha es, al fin y al cabo, no el producto ni de hijos de banqueros ni de terratenientes, ni de profesores de ciencia política (y que conste que no tenga nada en contra de ninguno). Es el desarrollo, simple y llanamente, del sentido común. De preocuparse por lo que de verdad preocupa al español de a pie y de bien: la Unidad de la nación; la independencia; el bienestar y la seguridad. Y de la confianza. Líderes honestos que dicen lo que piensan y sienten, no que critican a los ricos para comprarse chalets de medio millón de euros en la sierra o que crean sociedades instrumentales para pagar menos impuestos mientras que moralizan sobre por qué los demás tenemos que pagar más.

La nueva derecha no es extrema, aunque si radical en el sentido de enfrentarse a los problemas de raíz. No quiere -no queremos si me incluyo- más abusos de los españoles; no quiere más privilegios para unos dirigentes sin currículum ni honestidad; no quiere que los ciudadanos sostengamos con nuestro dinero sindicatos, partidos políticos ni fundaciones; no quiere que los inmigrantes disfruten desde el primer pie en nuestro suelo de más beneficios sociales que los españoles; no quiere más ataques contra los símbolos nacionales ni contra nuestra Historia, guste o no el pasado, reciente o remoto; no quiere que se acose a los católicos por el mero hecho de sus creencias; no quiere que se nos gobierne desde Bruselas.

Y por mucho que chillen, eso no es ser fascista. Es ser un español de bien, patriota y orgullos de España.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 



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