Hubo una vez en que Europa se dividía en un Occidente democrático y liberal y un Este, totalitario y comunista. No deja de ser una paradoja, pero a punto de cumplirse los 30 años del derribo del infame muro de Berlín, parecería que las tornas se han invertido y lo que tenemos en la actualidad es una Europa del Centro y Este amante de la libertad, el individuo, sus valores, derechos, obligaciones e identidad cultural, y un Occidente que se abraza desesperadamente al socialismo, la corrección política, al multiculturalismo, a la pérdida de raíces y valores y, en suma, al totalitarismo.
Y no me estoy refiriendo al auge de los partidos de extrema
derecha. No. Señalo al establishment europeo que ha traicionado a sus
conciudadanos nacionales en aras de una quimera federalista, supranacional y,
como estamos viendo estos días, antidemocrática.
La UE, recordemos, fue puesta en pie por sus padres
fundadores con tres grandes promesas: la continua prosperidad económica, la
continua seguridad y la creciente libertad de sus ciudadanos. Pues bien, como
ya sabemos, el famoso espacio europeo y todas sus derivadas, incluida el euro, han sido incapaces de prevenir o aliviar el
mayor de los shocks para el bienestar laboral y la riqueza de los europeos como
ha sido la crisis de 2008, y no parece que 10 años después esté mejor preparada
institucionalmente para hacer frente a la que se nos viene en cima. El progreso
de los europeos no está garantizado ni muchísimo menos. Salvo, eso sí, los de
las capas más altas y ricas, que siguen acumulando enormes fortunas, y las más
bajas y pobres, incluidos inmigrante, que viven de los subsidios públicos.
Capitalismo para los de arriba y socialismo para los de abajo, pero un infierno
fiscal para los del medio. Esa es la realidad.
De la seguridad no es necesario hablar mucho. Desde el
punto de vista exterior, nuestros ejércitos han servido más para alimentar
intereses industriales concretos que para dotar de una autonomía estratégica al
continente. Aún peor, con la transformación de la guerra y la amenaza creciente
del terrorismo jihadista, no sólo la seguridad cotidiana de los europeos se ha
visto gravemente sacudida, sino que la lucha contra el terrorismo pasa por una
movilización mayor de los servicios de inteligencia y de las fuerzas de
seguridad del estado, que por lasa fuerzas armadas, relegadas aunque contentas
con las misiones de paz en el exterior y la recogida de inmigrantes ilegales y
su traslado a suelo español, tal como manda el gobierno. Con una euro-orden que
no funciona, la UE es impotente colectivamente para salvar a los europeos de la
lacra del jihadismo. Máxime cuando muchos de sus gobiernos siguen apostando por
la entrada masiva de inmigrantes procedentes del norte de África y oriente
Medio. La victoria sobre el jihadismo sólo vendrá de una más estrecha
cooperación internacional, esto es, entre naciones que compartan la misma
visión y los mismos objetivos, no de una amalgama dispar que apenas se pone de
acuerdo sobre qué es terrorismo.
Por último la libertad. Está claro que desde el punto de
vista del comportamiento individual, Europa se ha movido durante años en la
dirección de ampliar la libertad de comportamientos, particularmente en lo
tocante a todas las cuestiones de género, desde la igualdad de derechos y
oportunidades entre mujeres y hombres, así como la llamada “revolución sexual”.
Sin embargo, a medida que el centro de atención se ha desplazado desde el
individuo a la tribu, la libertad se ha degradado enormemente. De hecho, hoy lo
que impera es la censura sobre la libertad de expresión, religión y
comportamiento. La UE sólo ha servido para defender la libertad de quienes sólo
la quieren para ellos y su tribu, olvidándose no hay del bien común sino del
derecho que todos tenemos a gozar de las mismas condiciones de libertad. Y por
lo que vemos, con los ataques a los carnívoros, el exacto color de verde de los
guisantes que se comercializan, o la estandarización del diámetro y longitud de
los condones (decisiones que han exigido sesudos estudios y debates en
Bruselas), la EU sigue en la senda del recorte de libertades y sólo si se le
resisten las naciones, se puede salvaguardad nuestra autonomía individual.
Es más, en el plano político la UE se ha manifestado
continuamente como un Leviatán totalitario. Empezó con la presión para que
franceses e Irlandeses repitieran su voto popular hasta transformarlo de un no
inicial a la constitución europea a un si a la misma y ha acabado por
reemplazar gobiernos enteros, eliminando de un plumazo a los dirigentes
democráticamente elegidos con tecnócratas de su gusto, como en Italia. Por no
hablar de la estrategia montada contra la decisión de los británicos de
abandonar la institución, el famoso Brexit. Una organización que no respeta la
voluntad popular de uno de sus miembros y que no tiene interés en contar con
mecanismos para que uno de sus estados la abandone voluntariamente, no es una
institución democrática, sino todo lo contrario.
El gobierno español y los partidos tradicionales podrán
sacar pecho de haber logrado colocar a tal o cual de sus militantes en altos
cargos de responsabilidad en Bruselas, pero eso es lo mismo que un reo a muerte
felicitándose de contar con el mejor verdugo. La UE hace tiempo que dejó de ser
la promesa que quiso ser y se ha convertido en un monstruo que, al igual que
todo sueño de la razón, devora a sus hijos. En este caso las clases medias y
trabajadoras. La alegría europea se la reparten y quedan los de arriba y los de
abajo.