Vaya por delante que yo condeno la quema de cualquier libro, incluido el Corán, el cual me gusta leer de cuando en cuando aunque debo decir (o confesar, ahora que hablar de cristianismo es visto como un pecado social) que prefiero la Biblia.

Pero también hay que decir que usted puede quemar un Corán si le apetece. Algo que un musulmán no puede hacer con la Biblia a menos que se la suministre el gobierno de turno para tal propósito. Porque la diferencia esencial entre nosotros, sociedades occidentales, decadentes o no, y la mayoría del mundo musulmán, es que somos libres y ellos no.

Somos sociedades asimétricas. Y nada mejor ejemplo que las críticas contra Terry Jones. Si en un país del Golfo las masas quemaran biblias como protesta, nadie les criticaría. Se vería bien porque creen firmemente que su religión no sólo es superior a las otras, sino que debe dominar sobre las demás. Como lo cree la mayoría de emigrantes musulmanes en nuestro suelo según las encuestas de Rubalcaba.

El acto de Terry Jones no es un atentado a la libertad religiosa. Es un acto de provocación motivado por las continuas concesiones a favor del islam y en contra del catolicismo. Y se enmarca en esa otra provocación de querer construir una mezquita en la Zona Cero.

Y lo más ridículo, que el general Petraeus, ese héroe americano que salvó Irak, se rebaje a condenar la propuesta de Terry Jones porque, según él, «pone en peligro la seguridad de las tropas en Afganistán». ¿se imagina ustedes a Montgomery criticando las soflamas de Churchill porque exacerbaría el odio de los soldados alemanes contra los suyos?