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El Universal (Mexico)

 

26/10/2006 | Mirada cristiana sobre el islam

Jean Meyer

Un sabio lector, después de disentir con muy buenos argumentos en torno a mi idea de que Manuel II fue el perdedor en la comparación de las Tres Leyes (judaísmo, cristianismo, islam), concluye que "como cristianos, nuestro deber es defendernos con el uso de la razón y el diálogo y reconocer la naturaleza y la realidad del islam".

 

Por lo tanto, quiero presentar a un cristiano que conocía muy bien el islam recién nacido, Juan de Damasco. Diez años después de la victoria de Bizancio sobre Persia, al final de una guerra de 100 años que dejaba exhaustos los dos imperios, Siria cayó bajo el yugo de un nuevo amo, Omar, el sucesor de Mahoma, en 636.

Los cristianos, como los judíos, pasan bajo la condición de "dhimmis", negociada por san Sofronio cuando la toma de Jerusalén: salvan la vida y conservan sus bienes, a cambio de la lealtad hacia el califa musulmán y de una serie de discriminaciones civiles y fiscales. Su primera reacción, frente al islam, fue de considerarlo como una de tantas herejías cristianas, en ese Medio Oriente dividido en varias iglesias cristianas por las controversias teológicas sobre la naturaleza de Cristo. Juan (Hasán) Mansur, nuestro san Juan de Damasco, nació en una familia de altos funcionarios bizantinos. De cultura griega, esa familia muy ortodoxa tenía viejas raíces sirias, como lo indica su apellido árabe. El abuelo de Juan llegó a ocupar el cargo de responsable de la Hacienda de todo el joven imperio árabe; su padre ejerció la misma función y Juan tuvo la responsabilidad de los impuestos pagados por los cristianos de la provincia de Damasco. En 723 Juan renunció a los honores y se retiró en un convento hasta su muerte en 754. No escribió mucho sobre el islam, pero su testimonio es muy valioso porque sabía de qué hablaba.

En su Libro de las herejías, el islam es la herejía número 100, entre las numerosas herejías cristianas. Para él, Mahoma es un "falso profeta" que seduce a los pueblos y anuncia el Anticristo; que escribe bajo la mala influencia de un monje cristiano hereje y que tiene unos conocimientos dispersos y tergiversados de la Biblia. No acepta que Jesús murió en la cruz y no entiende nada a la Trinidad. Además, dice Juan, las prescripciones del Corán sobre la mujer son una vergüenza y más vale desistir de contar tantos absurdos.

Escribió también una breve Controversia entre un musulmán y un cristiano; de hecho no hay ninguna controversia y se trata más bien de un pequeño tratado para que los cristianos sepan derrotar los argumentos de sus amos musulmanes. Los dos temas principales son el libro albedrío y la naturaleza de Cristo. En este siglo VIII, y hasta la fecha, el islam no ha definido muy bien la relación entre el determinismo absoluto y la libertad del hombre, entre la predestinación absoluta y la justicia de Dios. Si el hombre no es responsable, no es culpable y no puede recibir castigo. Para Juan esa contradicción en el Corán demuestra que no es un libro revelado. Siglos después, a la hora de la reforma protestante y del jansenismo, los cristianos volverían a sufrir sobre este tema. Seguir al Damasceno sobre la naturaleza divina de Cristo y, en otros textos, sobre la defensa de los iconos, nos llevaría demasiado lejos. Basta con saber que aquel profundo espíritu fundaba así una tradición que siguieron muchos de los cristianos interesados en conocer y entender al islam como Pedro el Venerable, Ricoldo da Monte Croce, Francisco de Asís, Raimundo Llull. Juan Mansur conocía muy bien el Corán y no cometió errores al presentar el islam.

Eso sí, no "dialogaba"; argumentaba para rechazar una religión que consideraba como errónea. Piensa que es tan absurda en muchos puntos que ni merece una reflexión prolongada. La controversia se termina así: "El musulmán muy sorprendido y desconcertado, al no poder contestar nada más al cristiano, se retiró sin otro argumento" (Jean Damascène, Ecrits sur l´Islam, París, 1992).

Raimundo Llull, fabuloso personaje, a la diferencia de Juan Mansur, pretendía, esperaba convertir los musulmanes al cristianismo. Por cierto, preferimos olvidar que murió apedreado por unos musulmanes no muy abiertos al "diálogo". En su Libro del gentil y de los tres sabios, escrito en 1275, en un tono muy cortés y pacífico, tampoco aparece la menor intención de hacer la más mínima concesión al islam. Como Juan, tiene la convicción de la absoluta superioridad del cristianismo.

En la misma línea de rechazo liso y llano encontramos a santo Tomás; el capítulo 6 de su Suma contra los gentiles retoma la polémica antimusulmana de su tiempo (y del siglo VIII y quizá del siglo XXI). "Mahoma sedujo a los pueblos por sus promesas de placeres carnales, los que la concupiscencia de la carne lleva a desear. Dejando la rienda suelta a la voluptuosidad, Mahoma dio unos mandamientos que corresponden a sus promesas, de modo que los hombres los pueden obedecer con facilidad. Las únicas verdades que propone son las fáciles de entender para cualquier espíritu mediocremente inteligente. Pero entreveró las verdades de su enseñanza con muchos cuentos y con doctrinas de las más equivocadas. No presentó pruebas sobrenaturales, las únicas que pueden atestiguar a favor de la inspiración divina (.) Además, los que desde un principio creyeron en él, no eran sabios instruidos en las ciencias divinas y humanas, sino hombres bravos, habitantes del desierto, completamente ignorantes de toda ciencia de Dios, y que por su gran número le ayudaron, por la violencia de las armas, a imponer su fe a otros pueblos etcétera".

Juan Mansur describe al islam sin pensar en ganar el musulmán a la fe cristiana, sino más bien para impedir la conversión de los cristianos de Siria al islam, conversión que se estaba dando a la buena y a la mala y que se debía en buena parte a la idea de que los musulmanes predicaban una variante del cristianismo. Esa ilusión existe hoy en día entre muchos cristianos que buscan "dialogar" con el islam. Obviamente Benedicto XVI no la comparte.

jean.meyer@cide.edu

Profesor investigador del CIDE


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