Pero si las tropas aliadas vencen a los talibanes en Afganistán, sólo habrán recorrido un pequeño trecho del camino. La victoria allí no garantiza la derrota de los islamistas en otras zonas ni el final de la yihad global. Valga el ejemplo más reciente: ¿Cuál es el mayor logro hasta el momento de las operaciones militares en el sur del país? La detención del líder militar talibán Ustad Yasar. La paradoja es que no se le ha hecho prisionero en suelo afgano, sino en Pakistán.

 

Esto es, vencer en Afganistán es una condición necesaria, porque perder resultaría en el estallido de la OTAN y en quien sabe qué más, pero no suficiente para ganarle la batalla al terrorismo islamista. Lo estamos viendo con las actuales operaciones aliadas: la guerrilla talibán se desplaza para concentrase en otras zonas. Nada nuevo, por lo demás. Baste recordar cómo los argelinos sufrieron a comienzos de los 90 el mismo efecto a escala internacional, con la llegada de los muyahidines que se creían capaces de instalar en Argelia una república islámica por las armas tras haber expulsado a la URSS de las montañas afganas.

 

Una media victoria ahora en una provincia, que sólo busca forzar un acuerdo político con los talibanes para poder salir lo antes posible de aquel país tendría unas consecuencias catastróficas sobre Afganistán y sobre Pakistán. Una potencia nuclear cuya radicalización traería descontrol interno y peligro externo.