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27/09/2011 | El inquietante regreso del Emirato Islámico de Afganistán

Carlos Echeverría Jesús

El que representantes de los EEUU y de los Talibán afganos hayan celebrado hasta ahora tres rondas de conversaciones (¿negociaciones?) ya no es un secreto para nadie, como tampoco lo es el papel jugado en tales contactos directos por dos países extranjeros, Alemania y Qatar, y siendo esto ya de por sí preocupante aún más lo es el hecho de la normalidad – o incluso la satisfacción – con la que desde algunos círculos se evalúa este proceso.

 

Es preocupante ver de nuevo cómo, para algunos, lo importante es hablar, dialogar con el enemigo, porque lo relevante es el acto en sí y lo secundario es el objeto del que se habla, sobre el que se dialoga o, en último término, se negocia. Como existe un enorme riesgo de que se esté negociando a la baja con el enemigo, con los Talibán, con los adalides del Emirato Islámico de Afganistán (EIA), bueno es que refresquemos la memoria sobre quién es el Mullah Mohamed Omar, quiénes son los Talibán, qué quieren y qué hacen para conseguirlo. Bueno es también que constatemos el creciente peso de un pequeño pero muy rico país del Golfo, Qatar, que gusta de jugar con fuego en diversos escenarios, armando hasta los dientes a los rebeldes libios o acercando a los peligrosos Talibán a la mesa para que se encuentren en ella con sus enemigos occidentales. El anuncio de que este emirato del Golfo puede convertirse en la sede de los Talibán en el exterior no hace sino confirmar las peligrosas maniobras de su diplomacia.

De cómo ven los Talibán su victoria

Fue el 18 de junio cuando el Presidente Hamid Karzai hizo ya oficial durante una rueda de prensa en Kabul lo que muchos sabíamos desde algún tiempo atrás: que se estaba negociando con los Talibán y que “las tropas extranjeras, particularmente las estadounidenses, están participando en esas negociaciones”, según sus propias palabras. Negociación además y no sólo un simple diálogo. Ese mismo mes el aún Secretario de Defensa estadounidense Robert Gates afirmaba que podría haber un diálogo político con los Talibán antes de fines de 2011, pero todo indicaba ya que había comenzado mucho antes.

Por otro lado, el fin del Ramadán ha traído como dádiva un jugoso comunicado del Mullah Omar, un hasta ahora cabecilla sanguinario y pilar de terroristas que, de pronto, parece estar transformándose en el embrión de un respetable estadista. El que el mismo haya “moderado” su discurso ayuda también a ello pues no son pocos los que destacan algunos componedores contenidos de tal comunicado. El que hable de la defensa en clave nacional de los intereses de los afganos o de la legitimidad de la lucha contra el colonialismo suena a algunos como un discurso político estandarizado más que como las palabras de un reputado terrorista.

Los contactos que reconoce con estadounidenses y con representantes del Gobierno hasta ahora considerado apóstata del Presidente Hamid Karzai son presentados por Omar como aproximaciones sectoriales para liberar presos pero no como negociaciones políticas: es decir, utiliza las mismas maniobras del Movimiento de Resistencia Islámica palestino (HAMAS) con respecto a Israel, con el que fija treguas o ha llegado incluso a canjear prisioneros pero insistiendo siempre en que ni reconoce ni reconocerá nunca su existencia, y contra el que seguirá luchando para destruirlo. No hay por tanto aquí motivo alguno para empezar a alegrarse pues nada cambia en el fondo en lo que al conflicto respecta: sigue habiendo un enemigo con objetivos maximalistas al que se supone que habría que seguir combatiendo pues él lo sigue haciendo contra nosotros, y además con saña como luego veremos.

Omar sigue insistiendo en que su objetivo es expulsar a las fuerzas extranjeras de suelo afgano, objetivo buscado desde el principio, y en esto los posibilistas no entran porque, en el fondo, están ya tratando de satisfacer tal objetivo con una retirada ya en pleno proceso de implementación en lo que a los EEUU y a otras potencias respecta. Lo más dramático es que, en este contexto que es el que sufrimos hoy todos los que estamos comprometidos en ese país, el Mullah se permite dibujar un surrealista escenario futuro de convivencia pacífica del EIA con sus vecinos inmediatos y con el resto del mundo, escenario que encima hay quien cree que puede ser factible. El compañero de fatigas de Osama Bin Laden se nos ha hecho ahora nacionalista, y sólo quiere construir un país próspero, libre de ataduras con terceros y orgulloso de su identidad, viviendo en paz con sus vecinos. Trata de ocultar el autor de tales reflexiones lo que de injerencia sangrienta hay en la ideología de los Talibán, sean estos afganos o paquistaníes, y parece que habla a ingenuos que pueden llegar a creer que el EIA se convertirá en un compartimento estanco tras la retirada occidental y la celebración de la victoria del Islam sobre la superpotencia estadounidense. De hecho las palabras le pierden cuando se refiere al futuro Afganistán orgulloso de la defensa de “sus intereses nacionales e islámicos”, pues todos sabemos que los segundos se imponen sobre los primeros y con una gran vocación expansiva en lo que a los Talibán respecta.

De entre las líneas del comunicado del líder de los Talibán afganos algunos destacan también como positivo el hecho de que ahora no se insulte al régimen de Karzai, como si sorprendiera esta omisión cuando los Talibán no hacen sino beneficiarse de las políticas entreguistas del líder afgano. Además, no hay más que echar un vistazo a lo que ahora mismo están haciendo los esbirros del Mullah sobre el terreno para comprobar que el que no se le insulte por escrito no quiere decir que no se le ataque con violencia extrema en imparables atentados, cada vez más frecuentes y sanguinarios. El temor en tiempos recientes de Karzai a un atentado de los Talibán contra su vida le impedía participar el pasado 9 de septiembre en los actos de homenaje a Ahmed Shah Masud, el comandante tayiko líder de la Alianza del Norte y conocido como “El León del Panshir” que murió asesinado por dos terroristas tunecinos de Al Qaida que se hicieron pasar por periodistas el 9 de septiembre de 2001, tan sólo dos días antes del 11-S. Este ha sido el primer año en el que Karzai ha faltado a la conmemoración, todo un indicador de que, aunque se “afganiza” la seguridad y según su Gobierno y sus aliados extranjeros se va a mejor, la inseguridad crece y ello en pleno proceso de negociaciones con el enemigo.

Instrumentalización pues de un Gobierno afgano al que odian, pero con el que contemporizan en ocasiones, y lucha sin cuartel contra los invasores extranjeros con un horizonte claro de victoria – anunciado desde que en diciembre de 2009 el Presidente Barack H. Obama hiciera públicas sus intenciones de retirada – es lo que ven los Talibán, algo reconfortante sin duda y que les estimula aún más para profundizar en su sanguinaria campaña que a continuación ilustraremos en algunas de sus manifestaciones más visibles. Antes del verano de 2012 los EEUU habrán retirado 33.000 de los 101.000 efectivos allí desplegados, algo que en la lectura de los Talibán no es sino un proceso similar al realizado por los soviéticos en 1989 cuando emprendieron la retirada por un simbólico puente uzbeco. Además, los Talibán no aplican el famoso dicho “al enemigo que huye, puente de plata” sino que le golpean y le golpearán aprovechando su supuesta debilidad: un buen ejemplo de esto, y simbólico de nuevo, fue el derribo el 6 de agosto en la provincia oriental de Wardak de un helicóptero Chinook en el que murieron, junto a siete militares afganos y un intérprete, una treintena de militares estadounidenses, 22 de ellos miembros de los míticos SEAL, los comandos de la Marina que mataron a Osama Bin Laden en Abottabad en mayo. También es interesante referirse a Alemania, presente como veíamos antes en la mesa negociadora con los Talibán junto con Qatar – ambos como facilitadores – pero que no por ello deja de sufrir ataques: el 28 de mayo una acción de los Talibán contra la sede del Gobernador de la provincia septentrional de Tajar acabó con el Jefe Superior de la Policía afgana y con el Jefe de la Policía de Tajar e hirió al Gobernador y a un General alemán.

De cómo los Talibán establecen las condiciones de dicha victoria

Hacer un inventario de los zarpazos más destacados dados por los Talibán en los últimos tiempos puede parecer a algunos reiterativo pero es importante en tiempos de despiste generalizado e, incluso, también de aparente masoquismo sufrido por algunos dirigentes políticos de nuestro entorno. Es significativo que mientras Karzai anunciaba el 18 de junio que se estaba negociando con los Talibán, cuatro suicidas de estos asaltaran una comisaría cercana al Palacio Presidencial asesinando a nueve personas. Importante es comprobar que los esbirros de Omar masacran por igual a los miembros del Gobierno y de la Administración de Karzai – aunque ahora no le insulte en su jugoso texto del fin del Ramadán –, a mediadores y facilitadores de las negociaciones o contactos, y a sus valedores internacionales, curiosa manera de compaginar la actitud “constructiva” en las conversaciones/negociaciones con la vigencia del espíritu guerrero que siempre les ha caracterizado en el campo de batalla.

Los Talibán preparan al régimen de Karzai para que sepa a qué atenerse cuando el EIA se reconstituya, y el Presidente y los suyos avanzan impasibles hacia el matadero mientras alimentan el proceso de negociaciones y siguen hablando de reconciliación. Esta actitud se confirma en el trato que dan a las cabezas más visibles del cuerpo político afgano, desde el ex Presidente Barhanuddin Rabbani que había sido un facilitador de los contactos, recién asesinado el 20 de septiembre, hasta la figura del propio Presidente Karzai, golpeada directamente cuando el 12 de julio de este año los Talibán asesinaron a su hermano, Ahmed Wali Karzai, hombre fuerte de Kandahar y eslabón también de contacto con la “insurgencia”, léase con el bando Talibán.

Estos fueron tan osados que se permitieron tanto atentar incluso durante el funeral de Ahmed Wali, matando a tres asistentes, como asesinar dos semanas después, el 27 de julio, al alcalde de Kandahar, Ghulam Haider Hamidi: los atentados contra Hamidi, contra el sepelio de Ahmed Wali Karzai y contra el ex Presidente Rabbani se cometieron todos ellos con la imaginativa fórmula de un terrorista suicida que ocultaba los explosivos en su turbante. Los ataques a la cúpula han conllevado también visibles acciones contra los Gobernadores provinciales, es decir los hombres de Karzai más allá de Kabul. Un ejemplo ilustrativo de algo que se viene haciendo cada vez más frecuente fue el asalto por un grupo Talibán fuertemente armado de las oficinas del Gobernador de la provincia de Parwan, al norte de Kabul, el 14 de agosto: se atrincheraron en ellas tras matar a 22 funcionarios y allí resistieron con abundante armamento hasta ser eliminados. Por debajo de la cúpula política están otros servidores del Estado que también han sido y son golpeados sin piedad, en particular los miembros de las fuerzas armadas y de seguridad.

El ataque suicida contra un vehículo de la Policía afgana ejecutado en la localidad de Lashkargah, en la provincia meridional de Helmand, el 31 de julio, que mató a doce agentes y a un menor, o el hallazgo el 13 de agosto de los cadáveres de ocho policías secuestrados en la provincia central de Wardak, son sólo dos ejemplos de los muchos que demuestran cuán amigable es la actitud del Mullah Omar con los gobernantes que le están sirviendo en bandeja ese proceso de reconciliación que no hace sino fortalecerle. Con estos ataques – y otros muchos tanto o más letales realizados antes y después de los seleccionados – se quiere dejar bien claro al régimen de Karzai, a los ocupantes y, sobre todo, a la población afgana, que los 300.000 efectivos de las fuerzas armadas y de seguridad afganas son objetivo legítimo y lo seguirán siendo.

Por otro lado, el que según fuentes de la Alianza Atlántica alrededor de 25.000 miembros de dichas fuerzas afganas hayan desertado a lo largo de 2011 pone en evidencia al régimen y no a los Talibán: alguien podría argumentar que lo han hecho por miedo, ante los golpes terroristas y las amenazas de los Talibán y el escenario de inseguridad endémica que se afianza ante el inicio de la retirada militar occidental, pero los hombres del Mullah Omar también pueden considerar que los desertores lo son por convicción, porque asumieron que tenían que abandonar el “bando equivocado”. Ahora que desde julio de este año siete áreas de Afganistán están ya formalmente en manos del Gobierno de Karzai en términos de seguridad, “afganizando” así esta última, abandonar el Ejército Nacional Afgano (ENA) o la Policía quiere decir que se discrepa y ello, en tiempos de guerra como son estos, significa que se está con el enemigo. La búsqueda rápida, o mejor precipitada, de una “afganización” de la seguridad deja pues múltiples resquicios que los Talibán aprovechan para socavar la solidez del régimen de Kabul: buen ejemplo a añadir al inventario de deserciones es la escasa fiabilidad del sistema penitenciario afgano – en abril de este año nada menos que 500 presos Talibán huyeron de la cárcel de Kandahar – que obliga a las autoridades estadounidenses a mantener el control sobre el centro de detención de Bagram, antigua base soviética y cárcel hoy repleta que muchos equiparan dentro y fuera del país a Guantánamo.

El componente anticolonial del texto de Omar le pone en contacto con las manidas referencias anticoloniales de los miembros del Consejo Nacional de Transición (CNT) libio, aupados adonde ahora están por algunas potencias occidentales y por la OTAN pero que gustan de recordarles a estas que no son bienvenidas. En el caso de los Talibán estos también lo dicen, pero además lo demuestran con sus atentados, cargados de simbolismo como suelen. El pasado 19 de agosto, jornada en la que se celebraba el Día de la Independencia – conmemorando la liberadora victoria en la Tercera Guerra Angloafgana, en 1919 -, qué mejor que asaltar el Instituto Británico en Kabul, resistir en su interior durante ocho horas y matar durante la acción a una decena de personas: eso es lo que hizo un pequeño pero muy motivado grupo de elementos Talibán, es decir, hombres del “político” Mullah Omar. En términos de ataques simbólicos este al Instituto Británico había seguido al realizado contra el Hotel “Intercontinental” de la capital en junio, en el que los Talibán asesinaron a 11 personas, y se completaba con el realizado el 13 de septiembre contra los Cuarteles Generales de los EEUU y de la OTAN en Kabul, mostrando de nuevo las capacidades de los Talibán que actuaban en la zona más vigilada del país y mostraban su voluntad de combatir a los ocupantes en paralelo al desarrollo de las conversaciones/negociaciones. Aunque tanto el Gobierno afgano como el Embajador estadounidense Ryan Crocker achacaron el ataque a la red Haqqani, probablemente en un intento de desligar a los Talibán de la acción, estos últimos reivindicaron rápidamente los ataques. Un pequeño pero muy motivado grupo de seis combatientes Talibán obligaron a las fuerzas afganas y de la Coalición a combatir hasta veinte horas hasta que pudieron eliminarlos. Para muchos esto tendrá que ver con una estrategia negociadora, reforzando sus posiciones con la violencia, pero para otros no es sino un paso más, dramático para nosotros pero consecuente para los Talibán que lo ubican en el marco de un combate que se define sin fin.

El día después de la retirada

Aunque teóricamente aún quedan algunos años para la llegada del escenario de un Afganistán sin fuerzas extranjeras de combate en su suelo, en 2014, no está de más hacer algo de prospectiva alimentándola con los indicadores con los que contamos hoy y que, al menos en parte, acaban de ser expuestos. El Presidente Karzai seguro que recuerda lo que le ocurrió al Presidente Najibullah a los pocos años de que la Unión Soviética le dejara en la estacada y abandonara el país. Por ello el que Karzai haya anunciado a principios de agosto que no se presentará a las elecciones de 2014 es significativo. Ahora tanto él como sus aliados extranjeros se esfuerzan en señalar que lo que dejaron los soviéticos y lo que en pocos años dejaremos nosotros no es comparable, confía en que la situación de seguridad no sólo mejorará sino que asegura que ya lo está haciendo y que la comunidad internacional – la que a fin de cuentas ha legitimado la guerra desde la ONU – acompañará al país en la paz.

Sea esto así o sea una buena dosis de voluntarismo, lo que aquí nos interesa es analizar la visión que el enemigo tiene de todo este proceso, es decir, de cómo analizan los Talibán la situación presente y futura y de cómo actúan y actuarán en consecuencia. Por de pronto, anida entre ellos la sensación de victoria, idéntica a la que en su día los muyahidin sintieron al lograr derrotar a los infieles soviéticos en la década de los ochenta del siglo XX. Vencer ahora a la que ya es única superpotencia es aún más estimulante, y su sensación de fuerza les lleva a golpear a quienes ya aparecen para el mando de los Talibán como un ejército en retirada.

Tal sensación de victoria y la motivación religiosa de los Talibán y de sus asociados (Haqqani, Hekmatyar y otros) hace que su obsesión por “afirmar lo correcto y corregir lo erróneo” cree pavor en sectores de la sociedad afgana pues se sienten ya como las víctimas inmediatas de todo este proceso. Por ello no es tampoco de extrañar que a mediados de agosto se contabilizaran ya más de 12.300 seguidores en un grupo de Facebook – llamado Movimiento Antitalibán (ATM, en sus siglas en inglés) y cuyo símbolo es la cara del Mullah Omar tachada con un aspa roja - creado en Afganistán para oponerse a las excesivas concesiones que se están haciendo en el proceso de negociación con los Talibán. Aunque participan en dicho grupo también afganos de la diáspora, la cifra es significativa en un país donde más del 70% de la población es analfabeta. Quienes se manifiestan en este sentido perciben el riesgo de una Talibanización de la sociedad afgana aún mayor que la que ya se sufre desde que Karzai empezara a hacer concesiones para intentar así, ingenuamente, reducir la presión de sus enemigos.

Importante también es señalar que una victoria de los Talibán afganos puede conllevar – y con ello desdecimos de paso al Mullah Omar y a su idea del pretendido encapsulamiento del Emirato Islámico afgano – mayor radicalización en el vecino Pakistán y en las también vecinas repúblicas centroasiáticas. Como quiera que la instauración del EIA llevará seguramente a frenar o incluso a erradicar una presencia india que ha crecido mucho en los últimos años en Afganistán dicho proceso alimentará la conflictividad entre Nueva Delhi e Islamabad y, con ello, la inestabilidad regional. Hacia el norte, la revitalización del Movimiento Islámico de Uzbekistán (MIU) no es sólo previsible sino que ya se está produciendo, con una implantación destacable en provincias septentrionales de Afganistán y en repúblicas centroasiáticas como Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán.

Recordemos ahora para terminar que, cuando en 2010 la comunidad internacional bendijo las negociaciones del régimen de Karzai con los Talibán lo hizo sobre la base de unas “líneas rojas” que ni son tales ni han sido respetadas por el lado Talibán: renunciar a los contactos con Al Qaida, abandonar la violencia y aceptar la Constitución afgana son tres de las muchas cosas que los Talibán habitualmente incumplen, y lo más lamentable de todo es que alguien haya podido creer que iban a constituir algún tipo de freno para combatientes tan motivados como estos.


Carlos Echeverría Jesús (Madrid, 26 de marzo de 1963) es Profesor de Relaciones Internacionales de la UNED y responsable de la Sección Observatorio del Islam de la revista mensual War Heat Internacional. Ha trabajado en diversas organizaciones internacionales (UEO, UE y OTAN) y entre 2003 y 2004 fue Coordinador en España del Proyecto "Undestanding Terrorism" financiado por el Departamento de Defensa de los EEUU a través del Institute for Defense Analysis (IDA). Como Analista del Grupo asume la dirección del área de Terrorismo Yihadista Salafista.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 


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