El Estado propiciaría el debate, de no estar comprometido con un partido y con un candidato; aportaría los medios y garantizaría, así, el sagrado derecho a estar bien y suficientemente informado, sobre todo, cuando se trata de la escogencia de la persona que regirá los destinos del país por cinco años.

Pero como vivimos en un régimen político "raro", una mezcla de democracia, socialismo y dictadura, más dictadura que otra cosa, se permiten algunas manifestaciones democráticas dentro de un Estado Federal, en los términos consagrados en la constitución, como la de votar cada cierto tiempo, expresar todo cuanto no conmueva, critique y denuncie los desafueros de los "caciques" y sus "roscas", las cuales constituyen un verdadero "anillo de hierro" oligárquico, "sentados sobre la sociedad", sobre nuestra sociedad y sobre éste régimen político que tanto se cuida y, para hacerlo, se esgrimen tantos argumentos, se crean grupos policiales represivos con y sin identificación, se "somete" al individuo, a la familia, se controlan los medios de comunicación, etc., con todo esto es muy difícil y a la vez muy utópico que puedan participar, en un debate, todos los candidatos.

De darse el debate, lo cual dudo, se hará entre los candidatos que "tienen claras opciones de triunfo", auspiciados, "como debe ser" por los "angelitos" que siempre han deseado "lo mejor para el país". Y, claro, el debate es exigido con más vehemencia por quien, a su manera de ver las cosas y lo comprendemos, aspira con su presentación ganar las elecciones. Esto explica un poco la importancia que algún grupo le ha querido asignar a ese posible debate.

¿Por qué el debate?

1. Porque existen unos mitos, prácticas asimiladas por analogía, experiencias extranjeras, imitaciones, que se cree funcionan igual en todas partes, y, sobre todo, muchos deseos de ganar, lo cual hace posible que se trate "hasta de tirar paradas" como dice la copla llanera, "voy jugando a Rosalinda".

2. Porque es cierto que en otros países del mundo occidental el debate ha sido parte de su cultura y, en especial, del proceso electoral; miden sus resultados, los cuales sirven de referencia en sus planes y no es menos cierto que, en nuestro caso, estamos comenzando, experimentando en carne propia. Eso es bueno. También es cierto que el proceso educativo le debe mucho, en sus inicios, al debate entre el maestro y el alumno.

3. Porque el debate es esencial en los foros y en las cámaras legislativas, cualquiera que sea su rango e importancia; quizás por estos antecedentes, analogías citadas y por las conclusiones que se han obtenido de los debates en otros países, aquí, ahora, se le quiere atribuir una importancia decisoria en lo electoral.

4. Porque se cree firmemente que en Estados Unidos el debate define las elecciones y aquí se pretende imitar e implantar esa práctica, entusiasmados, tal vez, por la muestra que se hizo en una oportunidad.

Indudablemente que un debate televisado debería mostrar, de alguna forma, la capacidad de los candidatos para desempeñar la presidencia en momentos de bonanza o crisis y, eso, ayudaría a mejorar los criterios de selección de los electores.

El debate sirve para despertar o acicatear nuestro dormido "juicio crítico" frente a todo cuanto se nos dice, presenta y muestra. Y sirve para impedir reclamos agresivos por todo el caos en el cual nos han llevado a vivir.

El debate debería mostrar más íntimamente al candidato en sus cualidades humanas fundamentales y su espontaneidad y conocimientos se verían sometidos a una prueba espectacular. Personas de todos los estratos y condiciones pueden ver y oír cómodamente, frente al televisor, y formarse un mejor criterio para decidir. Claro, cada candidato llevará y desarrollará su técnica; pero deben existir unas reglas y condiciones a las cuales deben someterse, los candidatos y el debate.

Los candidatos, independientemente de cuanto pretendan, deben exhibir ante los electores, objetividad por lo menos, y total honestidad, pero esto es mucho pedir hoy día, aquí, en Venezuela.

La emoción, seguramente, jugaría un papel fundamental en nosotros, los televidentes, a la hora de enfrentamos con nuestro juicio crítico. Es muy probable que resulte, al final, más importante la palabrería, la gesticulación, la parafernalia, que los planteamientos, que las soluciones propuestas a los problemas existentes. Actualmente es así.
Los candidatos van al debate con la firme convicción de hacer que los televidentes electores, sobre todo los indecisos y abstencionistas, mediante esa presentación y discurso basado en creencias, mitos y con el paquete de ofertas que les llevan, acepten votar por uno de ellos y lo elijan presidente. La imagen televisada debe lograrlo, ese es su cometido.

¿Para qué el debate? Para ganar las elecciones, sobre todo, para influir sobre los indecisos y abstencionistas. Se sostiene la creencia de que los votantes obedecen a actitudes condicionadas por los partidos políticos, quienes prácticamente les impiden dejar su posición tomada, so pena de perder los privilegios o canonjías alcanzadas, hecho que por lo demás los condiciona a la total conformidad y a la incapacidad de plantearse cuestionamientos y otras alternativas.

Se viene discutiendo, aún cuando parece prehistórico, la existencia de un tipo de hombre que no quiere oír ni dar explicaciones, ni razones, tampoco parece aceptar tener o poseer algún motivo, sino una resolución casi bárbara de imponer, por cualquier medio, su opinión. Olvidando, desde luego, que la convivencia tiene como fondo el diálogo y la democracia que andamos buscando, construyendo, debería tener muy en cuenta, de no basarse en ella, esa convivencia.

La gran verdad sobre la que esta montada nuestra democracia es que tenemos gente y que “dirigente” y en las posiciones de poder, carente del concepto y ejercicio de la democracia; da la impresión de que algunos se sienten perdidos cuando aceptan la discusión e instintivamente la rechazan, con ella, la convivencia y pasan a la "acción inmediata", la cual puede terminar, muy fácil y rápidamente, en la barbarie.

Convivir con la oposición, mejor dicho con el enemigo y respetarlo, es demasiado difícil. Por eso, quizás, en muchos países la oposición está desapareciendo y una masa homogénea comienza a aplastar al poder público de origen democrático. Sin continuar por la vía incisiva, podríamos decir que no se debería aceptar el debate porque la experiencia ajena aconseja que no se haga cuando se tienen ganadas las elecciones, quien tiene el triunfo asegurado no tiene porque buscar más ventajas, pues no las hay. Pero es bueno tener en cuenta los criterios que afirman que los debates no sirven para ganar electores, ni para influir sobre los indecisos y abstencionistas, tampoco para mejorar los juicios sobre los candidatos y, más, formarían parte de la estrategia y táctica de quien se siente en desventaja, momentánea o permanente, con relación a la preferencia electoral.
Montar un debate entre candidatos implica dedicación, trabajo y muchos detalles previos.

 Hay que discutir y ponerse de acuerdo sobre varios aspectos como el número de debates, medios de comunicación, temas, formas de abordarlos y responderlos, duración y oportunidades para cada cual, horarios, presentadores, quienes participan en la escogencia de los temas y bajos cuáles criterios, quienes y cómo les hacen las preguntas, cuál de los candidatos comienza el debate, patrocinantes, evitar cualquier tipo de favoritismo, lugar, preguntas por escrito u orales, posibilidades de llevar y consultar notas o asistentes, todo lo relativo al atuendo, maquillaje, luz, colores, espacio, etc. Eso toma tiempo. Sería recomendable la preparación de estudios y análisis previos, durante y después del debate.

A muchos nos gustaría ver y oír el debate, a sabiendas de todas las limitaciones; pero es muy posible que nos quedemos con las ganas. Así somos, también, los venezolanos.