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11/01/2011 | México - Violencia y política

Gabriel Guerra Castellanos

Tan antiguas como la historia de la humanidad, la violencia y la cosa pública han ido de la mano, acompañándose simbióticamente, como lapas recíprocas que no pueden separarse porque se requieren mutuamente.

 

Si le hiciéramos caso a José Saramago en su novela Caín, podríamos decir que el vínculo inicia desde los tiempos de Abel y su hermano, cuando este último recurre a la violencia fratricida por no obtener el favor divino en una primera versión (novelada y ciertamente heterodoxa) del uso de la fuerza para hacerse de poder o posición de ventaja.

Muchos siglos después, el teórico militar alemán Carl von Clausewitz afirmó que la guerra no es sino la continuación de la política por otros medios, frase que ha acompañado a soldados y generales en batalla, y a políticos en sus campañas electorales.

El uso y el abuso de la fuerza militar con fines electorales están bien documentados, y si bien con frecuencia pueden tener resultados desastrosos para quien lo propicia (como en los casos de Nixon y Carter), también puede dar una patente de corso a un mandatario que tal vez de otra manera no tendría mayor futuro, como en el más reciente caso de George W. Bush. Pero el éxito militar puede o no dar larga vida a un gobernante, como en el caso de Winston Churchill, quien ganó la guerra tan sólo para perder las siguientes elecciones y se reivindicó unos años después volviendo al poder.

Esta malsana unión se da también en la violencia física o legal que gobiernos o partidos utilizan para llegar al poder o conservarlo. Desde la violencia de Estado hasta la segregación racial, étnica, social o religiosa practicada por regímenes de lo más diversos, el uso de la fuerza no legítima, constituye con frecuencia la piedra angular de países enteros.

La demagogia y el populismo son herramientas frecuentes en los estuches de monerías de los políticos profesionales, y resulta muy fácil cruzar la línea invisible que separa la verborrea de la incitación a la violencia. La intolerancia, característica de la naturaleza humana, se ve acrecentada cuando el discurso promueve las divisiones y ensalza las diferencias, cuando se busca más denigrar al contrincante que afirmar lo positivo propio.

Encontramos esta deplorable tendencia en todo el espectro ideológico. No es una cuestión de derechas o izquierdas, sino de sentido de responsabilidad y de madurez cívica y pública. Un candidato, un partido, que promueven o toleran el discurso del odio y de la división son corresponsables de los actos que de ello resulten.

Lo vimos en México, durante el proceso electoral de 2006, cuando la retórica incendiaria de varias de las campañas contribuyó a un clima de crispación que venturosamente no se desbordó, pero que tuvo al país entero con el alma de un hilo. Las divisiones, profundas, tocaron no sólo a grupos sociales, sino a amigos y familiares cercanos, que no vieron en sus diferentes posturas, punto alguno de acercamiento, de interés común. Hay quien hoy se lamenta por los bloqueos y manifestaciones que siguieron a la disputada elección, ignorando tal vez deliberadamente que la violencia se quedó, por fortuna para todos, sólo en le retórica y no en los hechos.

No todos son tan afortunados. En Paquistán, un gobernador que se oponía a la aplicación estricta de la ley islámica fue acribillado por su propio guardaespaldas, y el asesino fue recibido entre vítores y pétalos de rosa por la multitud en una horrorosa muestra de lo que puede ser el fanatismo religioso desbordado.

Del otro lado del mundo, a unos kilómetros de nuestro propio país, una congresista estadounidense fue víctima de un atentado y sobrevivió milagrosamente. El atacante, que había dado muestras de inestabilidad mental, pudo sin problema alguno hacerse de un arma, y muy probablemente se alimentó del discurso incendiario de grupos radicales de derecha que han hecho su agosto en EEUU a raíz de la llegada al poder de Barack Obama, a quien acusan lo mismo de ser extranjero que musulmán que un agente comunista encubierto. La congresista es una mujer joven, progresista, firme opositora a las leyes racistas y discriminatorias de Arizona. Estaba, y aquí es donde todos debemos reparar, en una lista de “blancos electorales” difundida por la mismísima Sarah Palin, literalmente ilustrada con gráficos que insinuaban la mirilla de un rifle… El discurso del odio puede tener ecos lamentables.

gguerra@gcya.net www.twitter.com/gabrielguerrac

El Universal (Mexico)

 


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