Fueron en total cuatro las reuniones que convocaron a los 33 participantes, entre las que resaltan la Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo, la de Mercosur y la ya veterana del Grupo de Río, que hizo noticia por formalizar la incorporación de Cuba a ese foro.

La llegada de Cuba y el hecho de que fuera México quien le diera la bienvenida al Grupo de Río dan para un artículo aparte, si bien capturaron la mirada de los medios mexicanos y de uno que otro regional, así como de algunos en Miami. La ausencia de Fidel y la presencia de Raúl Castro sirvieron para simbolizar el proceso de cambios en que se encuentra inmersa la isla, que no puede ni debe escapar a la atención de sus vecinos. El llamado a poner fin al bloqueo estadounidense se da en un momento particularmente propicio dado el próximo relevo en la Casa Blanca. Pero claramente la intención de las reuniones era enviar un mensaje a EU en primer lugar, y a Canadá y España después, de que sus condiciones geográficas, históricas o culturales no les dan automáticamente un asiento en los foros latinoamericanos.

Lo que me resulta llamativo de las congregaciones en Brasil, más allá de la capacidad de convocatoria del anfitrión, es la manera en que se busca dar una nueva dimensión al proceso de integración latinoamericano, al diálogo entre todas las naciones de la región por encima de las diferencias ideológicas y a la necesidad de encontrar en el peso específico de la región un reflejo adecuado y proporcional ante la comunidad internacional, muy particularmente ante el mundo desarrollado que se enconcha cada vez más frente a la crisis que lo agobia.

El llamado del presidente mexicano a fundar una Unión Latinoamericana y del Caribe que explícitamente no incluya a países ajenos a la región y que por el contrario, sí incorpore a todos los que lo son, responde a la cada vez más clara necesidad de encontrar foros latinoamericanos representativos no sólo del número y diversidad regional, sino también de las preocupaciones de una parte del mundo que ha estado subrepresentada tanto en organismos internacionales como en el debate de los grandes temas mundiales.

No ha sido nunca mía la postura de recuperar el sueño bolivariano de la unidad latinoamericana, en primer lugar porque he visto cómo en el pasado la retórica termina sobreponiéndose a cualquier avance concreto y en segundo porque la unidad regional se ha vuelto recurso fácil para políticos ansiosos de avanzar sus propias agendas nacionalistas o ideológicas, como en el caso de la Venezuela chavista o de otros que anteriormente han pretendido arroparse con el manto del Libertador.

Creo que un país como México debe tener conciencia de su situación geográfica, de su condición natural de puente, de intermediario, de interlocutor privilegiado entre norte y sur, entre extremos económicos, sociales e ideológicos. También creo que nuestro destino, a querer o no, esta indisolublemente ligado con Norteamérica, cuya fuerza de atracción hace que nuestro comercio y nuestra gente graviten naturalmente hacia la parte de arriba del mapa.

Sin embargo, es momento para echar un vistazo al sur, no sólo como herramienta de distracción sino para poder encontrar, en los pesos ajenos, el complemento adecuado al propio.

México tiene su lugar en la comunidad de América del Norte aunque no lo haya sabido explotar suficientemente. Lo tiene por igual en Latinoamérica, de la que no acaba de ser parte plena, por culpa propia en muchos casos.

En esa dualidad está nuestra ventaja, si la sabemos aprovechar.