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04/10/2010 | Democracias en América

Gabriel Guerra Castellanos

Mientras escribo se llevan a cabo elecciones presidenciales en Brasil, la segunda democracia más grande, en términos de población, del hemisferio occidental. Si bien todo apunta a que será la candidata oficialista del Partido del Trabajo la que se imponga, lo hará tras un proceso electoral abierto, plural y competido, en el que Dilma Rousseff se supo recuperar de una desventaja inicial significativa y podrá dar continuidad al proyecto político del presidente Lula.

 

Sin aventurar pronósticos, la abanderada de la izquierda y el candidato socialdemócrata José Serra no difieren dramáticamente en sus planteamientos, y si bien hace diez años el empresariado brasileño veía con franca preocupación la llegada de Lula al poder, hoy han comprobado en los hechos que un gobierno de izquierda centrado y moderado puede impulsar perfectamente bien el desarrollo y el crecimiento del país, al grado de convertirlo en un modelo al que muchos quisieran poder emular en la región, no sólo por el dinamismo de su economía, sino por la manera en que ha sabido posicionarse en la escena internacional y convertirse en una potencia regional más allá de toda duda. Ayer, 135 millones de electores estuvieron invitados a refrendar el compromiso brasileño con su futuro, independientemente de quién gane.

El actual presidente, Rafael Correa, se salvó de milagro de un desenlace trágico tras una revuelta policiaca que no sólo pudo haberle costado la vida, sino habría sumido a Ecuador en el caos y a la región en una peligrosa espiral de inestabilidad.

El zafarrancho ecuatoriano puso de manifiesto una vez más la debilidad estructural de las instituciones de ese país, y nos debe servir de recordatorio de la fragilidad de las democracias latinoamericanas, que en un abrir y cerrar de ojos pueden sucumbir ante tentaciones autoritarias o el descontento popular o una revuelta de quinta como la escenificada por las supuestas fuerzas del orden. Ahí está, como ejemplo adicional, el triste caso hondureño que costó a esa nación el aislamiento internacional y un agravamiento de las divisiones internas.

En el otro extremo y regresando a EU, la más importante democracia del mundo acaba de ser exhibida ante el mundo por sus prácticas de una manera vergonzosa. Las revelaciones acerca de los experimentos llevados a cabo en Guatemala por mandato estadounidense para probar en pacientes los efectos de la sífilis infectándolos deliberadamente no hace más que poner en evidencia la doble moral y el cinismo de un sector de EU que está más que dispuesto a jugar con la integridad y dignidad de aquellos a quienes no considera de su estatura. Para muestra otro botón, el de los infames experimentos con el mismo objeto, realizados en sujetos afroamericanos en Alabama en los años 40.

Finalmente, ya en nuestro propio terruño, en este año de conmemoraciones y aniversarios, pasó relativamente desapercibido el 42 aniversario de la matanza de Tlatelolco con que culminó el largo periodo de cerrazón y represión del gobierno del presidente Díaz Ordaz y que llevaría a México a una de sus más profundas divisiones y al divorcio del régimen con los universitarios en particular y con los jóvenes y estudiantes en general.

El movimiento estudiantil de 1968 marcó de muchas y muy diversas maneras a las generaciones que sin haber vivido en carne propia ni la represión ni el idealismo de esa época sí se beneficiaron del gradual proceso de apertura institucional que siguió a la barbarie diazordacista y que eventualmente nos llevó a vivir en un país que, con todos sus muchos defectos, es mucho más libre y democrático que lo que muchos activistas y ciudadanos creían posible apenas hace algunos años.

Con todas las amenazas a las libertades que enfrentamos cotidianamente, los mexicanos debemos reflexionar sobre la importancia de fortalecer las instituciones y evitar que el canto de las sirenas (populistas o autoritarias) nos haga perder de vista lo difícil de construir un sistema en el que la voz y el voto ciudadano pesan todavía, en que la opinión pública es un factor que se toma en cuenta, en que la estabilidad política se ha vuelto tan común que ya no le damos la importancia que merece.

La democracia mexicana atraviesa por momentos particularmente complejos y retadores. La clase política no da señales de entenderlo ni de actuar en consecuencia. Ojalá que los ciudadanos no seamos tan miopes, y hagamos lo que nos toca para cuidarla.

gguerra@gcya.net www.twitter.com/gabrielguerrac



El Universal (Mexico)

 


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