La historia de Costa Rica, es una historia que ha gravitado sobre dos supuestos: liquidar el analfabetismo y el Ejército. La Constitución de 1948 lo prohibió para terminar con los pronunciamientos militares endémicos de la región con lo cual su desarrollo ha sido muy distinto al de otros países centroamericanos. La contienda civil más grave de Costa Rica sería, de alguna manera, la de 1948. En ese año entró en escena un personaje, hijo de españoles de Cataluña, que estudió en EU en el Tecnológico de Massachussets. Regresó a Costa Rica para ocuparse de los negocios cafeteros de la familia cuando las elecciones, críticas, de 1948, le lanzaron a la lucha. Se llamaba José Figueres. La revolución de Guatemala, a cuya cabeza apareció Juan José Arévalo, que sería arrojado del poder —después— por un golpe en el que la CIA fue determinante, iluminaron la rebelión de los “nicas”, contra los Somoza. En Costa Rica, Figueres, transformado en “Don Pepe”, dirigió con su Legión del Caribe, una revolución que duró dos meses. Figueres fue presidente provisional (1948-1949). Dejó su lugar al presidente Otilio Ulate Blanco (1949-1952) de forma que Figueres fuese el candidato ineludible para el periodo 1953-1958. Don Pepe, confrontado con Tacho Somoza, el dictador de Nicaragua, representó, a escala, una lucha política entre los “nicas” de Somoza —apoyado por EU— y los “ticos” de la democracia. Queda en la memoria colectiva.

Aunque exista una cierta simplificación (modelo con el que no comulgo) así se vio, en ocasiones, en América Latina, el proceso centroamericano. En suma, Costa Rica eligió procesos constitucionales pacíficos y democráticos en una sociedad que armó su tienda teórica bajo el lema “Escuelas sí, cuarteles no”. Años después José Figueres vino a México y conversamos en mi casa —entonces yo vivía en Coyoacán— sobre un tema que le preocupaba (también a Malthus mucho antes): la pobreza. Me entregó un libro suyo: La pobreza de las naciones, José Figueres Ferrer. Sé que le dije que mi opinión era contraria: que el problema no era, en América Latina, la pobreza, sino la desigualdad. El libro estaba dedicado, en portada, con letras doradas, a Muni Figueres de Jiménez.

Me dijo: “¡Quédatelo!”. Dentro, de su propia mano, estaba, para mi sorpresa, autobiografiado. Decía: “A Munito, en el día que nació José Martí: 25 de diciembre de 1973”. Leí la dedicatoria y entendí que Don Pepe se había equivocado: Martí nació un 28 de enero de 1853. El capellán del regimiento de su padre (sargento español en Cuba) le impuso el nombre de José Julián Martí Pérez.

En 1992, se celebró en México una Conferencia de ex Jefes de Estado. La presidió el ex presidente De la Madrid. Fui invitado y escuché con suma atención. Al finalizar el ex presidente costarricense, Óscar Arias, premio Nobel de la Paz, se opuso a la petición de De la Madrid de que se diera las gracias al presidente de México por las atenciones recibidas. Arias dijo que un país que tenía tan bajos niveles en Indicadores de Desarrollo Humano no podía ser felicitado. Pasado el silencio no se volvió a hablar del tema ni de su posición. Hoy, Óscar Arias es, de nuevo, presidente de esa admirable sociedad centroamericana. Ha logrado que se acepte el Tratado de Libre Comercio. La justicia “tica” ha llevado ante los tribunales a presidentes que rompieron los preceptos morales. Yo tengo, aún, el libro dedicado a Munito. En mi biblioteca está.

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