Antes de entrar en el agua intentaron vender a los vacacionistas algunas pequeñas artesanías. Poco después sus cuerpos estaban en la arena ardiente. Se ve a las familias y a los paseantes absolutamente indiferentes. El arzobispo de Nápoles, Creszencio Sepe, ha intervenido. Sus palabras quieren ser concluyentes: “Esas imágenes hacen más daño a Nápoles que todas las de la crisis de la basura acumulada”. Creo que la comparación del arzobispo me parece no menos terrible: se trata de dos vidas humanas y su intervención no ha venido acompañada de la denuncia del gobierno de Berlusconi que favoreció las más duras leyes antiinmigratorias de Europa —después retrocedió— con intensa reacción racista frente a los inmigrantes gitanos procedentes de Rumania.

Violetta y Cristina son la evidencia de la discriminación racial y a la vez la renuncia a superar los prejuicios seculares sobre los gitanos (tsigane, gipsy, sigeuner, rrom, etcétera). Un periódico inglés, The Independent, al comentar el caso añadía una generalización injusta. No tenía en cuenta lo que ocurre con los gitanos en otros países: “Los italianos no tienen ya respeto por las vidas de los rroms”.

En 1992, en el Preámbulo de la Carta Europea de las Lenguas Regionales se incluyó, entre las minoritarias, la lengua rromania que puede traducirse de dos formas distintas: a) hombre del pueblo rrom; b) hombre casado. En suma, se aceptó la legitimidad de la lengua rromani bajo la idea de que manus significa, en un sentido general, humano. Diríase, pues, que el rromani es una lengua que ha transmitido una cultura. El tema es por su singularidad apasionante, y nos conduce a Ionel Rotaru —escritor rumano muy importante en la fundación de la Comunidad Mundial Gitana—. Es evidente la existencia de grupos gitanos, tradicionalmente en España (donde Lola Flores y los suyos han insistido, como fundamento de su cante y baile, en su pertenencia a esa comunidad que ha producido artistas notables) y en muchos países europeos y, desde luego, en India.

En memoria de las niñas Violetta y Cristina me parece pertinente advertir que el pueblo rrom es un hecho cultural. En el Congreso de los rroms, celebrado en Varsovia en 1990, se logró establecer las normas fundamentales de la lengua rromani y hasta se definió un alfabeto que integre lingüísticamente distintos dialectos. La ONU misma se ocupó del caso.

Personalmente me interesé por el tema —como un arma contra el racismo— cuando Gila-Kochanowski, profesor eminente de las universidades francesas, lingüista famoso, afirmó que el rromani “es el hermano gemelo del sánscrito de India, que es su lengua cultural”. Esa lengua (lo digo en mi biografía de Gandhi Los liberadores de la conciencia) fue el corazón lingüístico de muchas de las afirmaciones gandhianas. Lo ratifica su definición de la “fuerza de la verdad como satyagraha.

En suma, la muerte de las dos niñas gitanas, rromaníes, me ha sobrecogido porque es el epílogo de una campaña contra los inmigrantes y, sobremanera contra los rroms. Ha generado ya, en Italia, las fotografías de una tragedia vinculada a la discriminación. Partidos de India en el siglo XI, pobladores de muchos países asiáticos, los rroms, llegaron a Europa, y en América después del siglo XV; tienen hasta un himno nacional: “Gelem, Gelem, lungone dromencar” que se traduce, comúnmente, con una verdad valiente: “Yo he ido por largos caminos”. En ellos han muerto Violetta y Cristina. Sus nombres en la memoria.