Vladimir Putin se encuentra con una creciente oposición política que ha puesto en el candelero a un ex campeón mundial de ajedrez, Kaspárov, que pretende, en la arena política, dar jaque al rey. Rey absoluto y a tenor de la experiencia de dos regímenes, el zarista y el staliniano, que culminaron una doble confluencia de autoritarismo de Estado y que, por ello, trasladó, a la generación actual, un inmenso problema que el ex agente del KGB, Putin, no ha podido resolver.

El titular del Financial Times (FT Weekend) Russia-US tensiones mar end of summit, advertía la crisis. No se resolverá con un acuerdo parcial sobre los misiles y Kosovo porque, en el fondo, se trata de algo más serio: que ni Putin, por causas históricas precisas, ni Bush, por sus orígenes de clase y por los negocios petroleros de la familia y de sus inmediatos colaboradores, están capacitados para pasar de una visión fundada en la arrogancia de un mundo unilateral a un cambio radical de la estructura mundial. El "derrumbe de los muros" y la caída (desde sí misma) de la URSS hubiera requerido cabezas muy complejas. Aptas, para la responsabilidad de crear, sobre esas ruinas ideológicas, un mundo nuevo. Todo era propicio para ello, pero EU eligió, frente a la pasión homicida (con bombas atómicas) de las dos superpotencias, la hipótesis, peregrina, de Fukuyama que afirmó que se había entrado en "el fin de la historia" bajo el dominio unilateral de EU.

Ni Putin ni Bush tenían, en sus cabezas, una visión universal de una paz, solidaria, en la edad de la Revolución Biogenética (ahora el Congreso USA aprueba fondos para investigar las "células madre" cuando ese episodio es ya el centro de transformaciones fundamentales en numerosos países desarrollados y todavía es posible que Bush imponga el veto) que transformará la mayor parte de las ideas científicas y teológicas de nuestro siglo y del siguiente. Ni el uno ni el otro, ambos inmersos en debates del siglo anterior, tuvieron una visión de las obligaciones de la nueva edad. Son dinosaurios de una especie política terminada.

El más inteligente de la expedición, Tony Blair, que ni de lejos es Aznar, quedó atrapado en una guerra, la de Irak, que se formuló en las grandes corporaciones, como Enron, cuyo líder, familiar de los Bush, tenía del mundo una interpretación corporativa y soñaba con controlar el petróleo del Oriente Medio y repartirlo entre los amigos. Se inventaron una guerra, desde la lógica del poder que se ha encontrado, con la lógica revolucionaria de los pueblos, inyectada de una vehiculación religiosa, que nos ha devuelto al peor de los pasados: las guerras imperiales y las guerras religiosas. Ese descenso al mundo de Thanatos, bajo la superchería de las grandes potencias, ha revelado que inclusive las cabezas complejas, las muy pocas, fueron atrapadas en un pantano sin salida.

La Conferencia de los Ocho ha sido inútil. Tampoco ha certificado un proyecto real ante el cambio climático ni un proyecto de solidaridad internacional porque el sistema dominante, controlado por el "capitalismo de los compinches" (el Presidente de Enron murió encarcelado por su gigantesco fraude) ha traspasado el poder a una clase política incapacitada para asumir las responsabilidades de la nueva Revolución Biogenética que pasa por encima de sus cabezas sin que comprendan que están de sobra en un mundo donde ellos son los últimos dinosaurios.

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