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31/01/2009 | La batalla por nuevas energías comienza

Juan María Alponte

La Revolución Industrial, cuyo comienzo podríamos apuntar hacia 1750 (en 1688 Inglaterra inició la Revolución Parlamentaria, es decir, antes la política y un nuevo derecho liquidando la monarquía absoluta), se encontró, en su gigantesco proceso, con un dilema irreversible: la energía

 

La Revolución Industrial, cuyo comienzo podríamos apuntar hacia 1750 (en 1688 Inglaterra inició la Revolución Parlamentaria, es decir, antes la política y un nuevo derecho liquidando la monarquía absoluta), se encontró, en su gigantesco proceso, con un dilema irreversible: la energía.

El uso de los bosques para la Marina imperial y el combustible para las nuevas necesidades, podía ser el caos ambiental. Tuvo su momento dialéctico de cambio con la entrada en la historia del carbón y, por ende, la coquización. Las máquinas de vapor cambiaron el dinamismo de la producción y una nueva clase entró en escena con otra contaminación y los proletarios.

Marx definió esa clase de una manera irreductible a la componenda: proletario es aquel que no tiene nada más que su prole. Añadiría: “El lecho de la miseria es el lecho de la procreación”.

En el inicio del siglo XX, Churchill pasó del carbón al petróleo. Para ello liquidaron la presencia turca en el Oriente Medio e impusieron las reglas del imperio. Imperio que tuvo un estandarte paradigmático: Lawrence de Arabia, el amigo de los líderes árabes.

Ahora, en su arenga por un mundo nuevo —después de la desnuda hecatombe bushiana que se negó a fundamentar, con la ecología, una nueva edad de la energía y, por tanto, del cambio climático—, Barack Obama propone la invención de las energías alternativas. En lengua africana swahilli, por cierto, Barack significa el “bendecido”.

Para mensurar la dimensión de ese proyecto, que podría ser el principio de una nueva civilización respetando la naturaleza y la evolución de las especies —ahora que celebramos el segundo centenario de Charles Darwin— cabe recordar algunos hechos.

El primero, el mayor, es que en términos de energía primaria (petróleo, gas, carbón, energía nuclear y energía hidroeléctrica) Estados Unidos, con menos de 5% de la población del planeta, consume 25.6% de la energía primaria. Esos datos, reveladores, corresponden al año 2007 y al admirable documento anual de BP Statistical Review of World Energy, June 2008.

En orden al petróleo —ese maná que los desiertos del Oriente Medio elevaron a categoría supereconómica—, en 2007, EU consumió cada día casi 21 millones de barriles diarios.

Si lo quieren con los datos exactos del documento citado, 20 millones 968 mil barriles, esto es, el 23.9% del mundial.

En el año 2007, los 6 mil 500 millones de habitantes de la Tierra devoraron 85.2 millones de barriles de petróleo diarios, esto es, 12.3 millones de barriles más que en 2007. Los países de la OPEP contribuyeron a la cifra con 35.2 millones. EU produjo en 2007, poco menos de 7 millones de barriles. En otras palabras, un importador neto. Pronto, México será un importador neto. Años perdidos en la romería de los discursos del viento. La clase política miraba hacia otra parte. ¿Dejó de hacerlo?

Es inútil decir que la energía ha reflejado, también, la desigualdad. África, de donde vino a Hawai el padre de Barack Obama, es decir, África entera consumió solamente 3.5% del petróleo mundial. El consumo irracional ha permitido unos resultados trágicos en términos no sólo ecológicos, sino antropológicos y culturales, al priorizar procesos económicos cuya catástrofe ambiental está a la luz del día. Catástrofe que aniquila especies que son inseparables de la evolución humana y sin cuyos eslabones perderíamos una parte esencial de nuestra biografía.

Por lo demás, merece la pena recordarlo, la epopeya de Lawrence de Arabia en el Oriente Medio (Inglaterra había prometido la creación de una nación árabe independiente y, con Francia, Tratado de Sykes-Picott 1916, se repartieron la región entera) terminó mal. Lawrence de Arabia se negó a recibir las condecoraciones del rey de Inglaterra. Churchill intervino: “Eso no lo hace un caballero”. El caballero Lawrence de Arabia ratificó su negación. Memoriales.

El Universal (Mexico)

 


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