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El Universal (Mexico)

 

19/08/2007 | El capitalismo de los ''compinches'' no funciona

Juan María Alponte

No parece posible engañarse más: el “capitalismo de los compinches”, como acertadamente bautizara Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía y ex consejero de Clinton, al sistema económicamente dominante, no funciona. En 2001, después del 11 de septiembre y el hundimiento de las torres gemelas, el Banco Central Europeo, el Banco de la Unión Europea, inyectó en los mercados 69 mil millones de euros.

 

En estos momentos, ante la crisis del sistema hipotecario de Estados Unidos, el Banco Central Europeo ha elevado su cuota hasta 94 mil 800 millones de euros, esto es, 131 mil millones de dólares. Sólo el comienzo. Es un ejemplo. Estados Unidos hace lo mismo y Bush, con 28% de popularidad, la más baja que se recuerda para un presidente, “asegura que la economía es fuerte y puede resistir la crisis”. Como en Irak.

Nadie se atreve a decir la verdad: la crisis hipotecaria de Estados Unidos, esto es, en los mercados de deuda (subprime y prime) era absolutamente previsible. En otras palabras, Estados Unidos vive sobre dos cosas imposibles de sostener: sobre el crédito y el consumo irresponsable. Es un hecho que los estadounidenses de cultura protestante no están instalados en la “morosidad” como comportamiento moral, pero el sistema los ha atrapado en el consumo de tal forma que, la menor alteración en las tasas de interés, es una catástrofe. ¿Por qué? Porque la sociedad más opulenta del mundo está incapacitada para ahorrar y cualquier modificación de la tasa crediticia supone un volcán. El promedio de morosidad del mercado hipotecario español, por ejemplo, es de 0.4% (y ya comienza a estar sacudido por la imposibilidad de ahorrar y cumplir con los créditos) en tanto que en Estados Unidos el ratio de morosidad era ya de 4%. El estadounidense ha sido integrado en un modelo de consumo que le hace inviable superar las contradicciones del capitalismo de los compinches.

Se olvida, a su vez, a la hora de hablar de la caída de las bolsas mundiales y de bancos prestigiosos envueltos en la adquisición de créditos basura, que el sistema económico de Estados Unidos está inserto, como proyecto de Estado, en el mismo modelo: el endeudamiento global. Su déficit comercial es equivalente al PIB de México —885 mil millones de dólares en 2006— y su déficit presupuestario y de capitales es semejante: más de 800 mil millones de dólares. Se ha incrementado de una manera inaceptable para un país responsable. Sobremanera si, como es evidente, la crisis de su sistema de seguridad social tiene, como contrapartida, un presupuesto militar que supera los 420 mil millones de dólares en guerras (perdidas) y en procesos de equipamiento militar al servicio de las grandes industrias de guerra que ven morir, en el propio mercado estadounidense, a las empresas automovilísticas que fueran la gloria del país y que, ahora, ceden el paso a las japonesas y, alguna de ellas, se apunta ya a servir de “vendedoras” a los automóviles chinos de muy bajo precio.

El problema hipotecario, sin más, expresa también el modelo: construcciones sobre el crédito en una sociedad que no puede ahorrar y que vive con el santo y seña de decenas de tarjetas bancarias. Si alguna duda quedara de la significación de ese proceso de irresponsabilidad colectiva bastaría ver algo impresionante: la primera economía del mundo ha dejado de ser, desde hace cuatro años, el primer exportador del mundo para ser, imbatible, el primer importador del planeta. Pero su déficit comercial (232 mil millones de dólares el año pasado con China y ¡81 mil 639.6 millones con México!, lo que nos permite tener un déficit de 62 mil 488.8 millones de dólares con Asia y 17 mil 890.8 con la Unión Europea) sirve a Estados Unidos para tener, primero, mercancías baratas que debilitan la inflación y, como le ocurre con el déficit comercial con Japón, estos países, para mantener en pie el gigantesco mercado consumidor de Estados Unidos, imprescindible para sus empresas, invierten el superávit en bonos del Tesoro estadounidense o compran los activos de sus mayores compañías. Ese inmenso proceso —enajenante— mantiene la economía de EU, pero la deja en manos de sus acreedores que, progresivamente, temerosos, modifican sus reservas monetarias con otras divisas, fundamentalmente con euros. ¿Hasta dónde puede prolongarse una situación semejante sin que las “burbujas de tensión” se propaguen, como hoy, al sistema mundial entero?

Es ostensible que la bancarrota (como la de Enron que crucificó al capitalismo bushiano que había hecho del presidente de Enron la figura principal de la reforma energética de Estados Unidos) de la Unión Americana, a escala, no conviene a nadie y menos a sus gigantes acreedores, es decir, a China y Japón. A su vez, el modelo es inasumible para la misma sociedad estadounidense que pretendió nacer con la idea de la igualdad y que ve acrecentarse, año con año, la desigualdad entre el 10% más poderoso y la masa salarial que pierde puntos anualmente ante el modelo corporativo. Es cierto que esa desigualdad no posee las connotaciones, intolerables, que tiene la masa salarial mexicana frente a los grupos de poder. La masa salarial mexicana representa 33.2% del PIB y en Estados Unidos supera el 50%, pero año tras año pierde (al igual que en todo el mundo desarrollado) frente a la concentración del poder financiero y monopólico.

Ese es el centro del dilema. La gigantesca masa de dinero inyectada a los mercados (el ejemplo del Banco Central Europeo es un síntoma, como la crisis de algunos bancos europeos que había adquirido deuda basura para especular) invitando a la calma no elimina en su fondo último, la derrota del capitalismo luterano —Max Weber— por un capitalismo de compinches irrefrenables. Si alguna duda hubiera sólo hay que ver la gigantesca masa de liquidez de los mercados y la compra de empresas o bancos por cifras fabulosas, mientras, en esos mismos países, las necesidades fundamentales de los pueblos (los 47 millones de estadounidenses sin seguro de Salud) se postergan y las “burbujas” financieras alumbran, con la concentración de la riqueza, la crisis de los pueblos. El dinero barato se acaba.

E-mail: alponte@prodigy.net.mx



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