El anuncio por parte de la Comisión Electoral Independiente de Nigeria (INEC) del aplazamiento de las elecciones presidenciales previstas para este domingo ha teñido de dudas las garantías democráticas del país africano.

Tanto el Gobierno de Abuya, el mando militar, como el INEC aducen que, ante la creciente amenaza de Boko Haram en el norte del país, las Fuerzas Armadas no hubieran sido capaces de garantizar la seguridad durante el proceso, ya que se encuentran enfrascadas en una gran operación contra los insurgentes.

Quizá eufórico en exceso por los acontecimientos, Sambo Dasuki, consejero en materia de seguridad del todavía mandatario, Goodluck Jonathan, aseguraba posteriormente que para el 28 de marzo, fecha en la que se celebrarán los nuevos comicios (o al menos, así está previsto), el Ejército nigeriano habrá destruido la totalidad de los bastiones del grupo armado.

Sin embargo, después de seis años de cruento conflicto, más de 13.000 muertos a manos de los insurgentes y 3,3 millones de desplazados internos, la pretensión de acabar con el grupo terrorista en seis semanas se presenta como una utopía desmesurada.

Pero, ¿por qué esta confianza en frenar a Boko Haram antes de las elecciones?

Por un lado, los esfuerzos regionales parecen, al fin, unirse. Pese al despliegue mediático que desencadenó el secuestro de las archiconocidas «niñas de Chibok» en abril, los tuits y demás simpatías virtuales apenas se tradujeron en personal sobre el terreno. Ahora, no obstante, conforme el conflicto se ha ido internacionalizando, las palabras parecen disponer también de entidad corpórea.

Este punto es importante. Primero fueron las acciones armadas de Boko Haram más allá de las fronteras de Nigeria (desde inicios de año se han registrado ataques en Camerún y Níger) y luego la percepción regional de que el asunto se fue de las manos. Antes, ciertamente, el apoyo era más que vaporoso.

Cerca de 7.800 soldados

Y los números son poca cosa. A última hora del pasado lunes, el Parlamento de la vecina Níger aprobaba el envío de tropas frente al grupo yihadista. Ya el sábado, los Gobiernos de Nigeria, Camerún, Chad, Benín, y la propia Níger habían accedido al establecimiento de un contingente militar compuesto de 7.800 soldados para combatir a la milicia. ¿Al otro lado del mapa castrense? Boko Haram, cuyo núcleo duro, según fuentes de Inteligencia estadounidenses, se estima entre los 4.000 y 6.000 miembros (poco o nada queda ya de aquel grupo formado en 2002 por estudiantes del Islam en el estado de Borno).

«Vuestra alianza no logrará nada. Acumulad todas vuestras armas y os haremos frente», aseguraba el presunto líder de la milicia, Abubakar Shekau, en su último comunicado de esta semana.

Aunque en esta guerra dialéctica, el interés no es solo militar: el aplazamiento electoral ha beneficiado especialmente al presidente Jonathan, a quien permite mayor margen de maniobra: los sondeos le conceden un empate técnico con su principal rival, Muhammadu Buhari, un antiguo dictador que ya ha prometido acabar con la acuciante corrupción que sacude Nigeria.

De igual modo, el receso otorga un respiro para entregar cerca 30 millones de tarjetas de votante que continúan en el limbo. Que el 28 de marzo sirvan para algo, eso ya es otra cuestión.