Bután, Brunei o Japón, entre las casas reales del continente.
La
reciente muerte a los 88 años de Bhumibol Adulyadej, rey superviviente a 19
constituciones y a una decena de golpes de Estado en Tailandia, vuelve a
recordar el peso capital de ciertos tronos en el continente asiático.
Al
margen de las monarquías de Jordania y los países del golfo Pérsico (Bahréin,
Kuwait, Omán, Qatar, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos), he aquí el estado
actual de las casas reales de Asia.
Bután:
el índice de la felicidad
En el
trono de Bután desde la reunificación en 1907, la dinastía de los Wangchuck
gobierna esta nación de la cordillera del Himalaya bajo el honor (autoimpuesto)
de ser el país más feliz del mundo.
En 1972,
el cuarto rey de Bután, Jigme Singye Wangchuck, introdujo el índice de
felicidad nacional bruta (GNH, por sus siglas en inglés), donde el desarrollo
de un país debe conceder igual importancia a los aspectos no económicos de
bienestar.
Con
ello, el índice se sustenta en cuatro pilares: la buena gobernanza, el
desarrollo socio-económico sostenible, la preservación cultural y la
conservación del medio ambiente.
Ya en
2006, Jigme Singye abdicaría para ceder el trono a su hijo Khesar, quinto Druk
Gyalpo (rey dragón). Dos años después, Bután aprobaría su primera Constitución
plenamente democrática.
Brunei:
el poder de los petródolares
Con una
de las rentas per capita mayores del mundo (79.508 dólares, según el FMI),
Brunei camina bajo el halo de seguridad que conceden las reservas de gas y el
petróleo.
A pesar
de que el sultanato se remonta al siglo XIV, desde la independencia de Gran
Bretaña en 1984 Brunei solo ha contado con un monarca: Hassanal Bolkiah.
Y no le
parece ir mal. Según la publicación Forbes, su reinado es uno de los más
fructíferos en el terreno económico, con una fortuna personal cuantificada en
los 20.000 millones de dólares. Sin embargo, la salud de sus arcas no ha
impedido sangrantes polémicas entre miembros de la familia real.
Éste es
el caso de las disputas abiertas entre Hassanal y su hermano, el príncipe Jefri
Bolkiah. Entre 1986 y 1997 Jefri fue ministro de Financias, un cargo que
posibilitó su control sobre las reservas de petróleo y gas del país. Más aún,
ante su cargo paralelo como presidente de la Agencia de Investimento de Brunei.
Los
números, eso sí, comenzaron a no cuadrar, con millones de dólares fluyendo
desde cuentas de la agencia. Desde entonces, el Gobierno reclama al príncipe la
cantidad dilapidada.
Camboya:
El legado de Sihanouk
En
Camboya, el actual reinado corresponde a Norodom Sihamoni, antiguo embajador en
la UNESCO y quien asumió el trono en 2004. Su padre, Norodom Sihanouk, fue una
de las figuras más determinantes de Asia en el pasado siglo. «Sihanouk es
Camboya», llegó a decir su biógrafo oficial, Julio Jeldres.
Malasia:
La monarquía rotatoria
El caso
de Malasia es singular. En este país la monarquía no es hereditaria, sino
rotatoria. El Yang di-Pertuan Agong es elegido cada cinco años entre nueve
gobernantes de otros tantos estados.
Su orden
se establece por antigüedad de cada uno de los monarcas o sultanes en estos
reinos. Por ejemplo, el actual jefe de Estado, Abdul Halim, pertenece a Kedah.
Con ello, el próximo gobernante será Muhammad V, de la región de Kelantan,
quien recogerá el cetro el próximo diciembre (Halim ya desempeñó el cargo de
Yang di-Pertuan Agong en otra ocasión, entre 1970 y 1975),
Aunque
el papel del monarca es en gran medida ceremonial (el poder administrativo se
encuentra depositado en el primer ministro y el Parlamento), la institución es
reverenciada. Además de ser la máxima autoridad (aunque de forma simbólica) del
Islam en el país.
Japón:
pasos de futuro
El
pasado agosto, en un mensaje a la nación, el emperador de Japón, Akihito,
reconocía que «cuando considero que mi estado físico está deteriorándose
gradualmente, me preocupa que me resulte difícil seguir adelante con mis
obligaciones como símbolo del Estado». El discurso rehuyó, no obstante,
palabras como «abdicar» o «retiro», para evitar un choque frontal entre sus
funciones y la propia Constitución.
La
declaración, eso sí, busca sembrar el camino ante una posible regencia futura
de su hijo, el príncipe heredero Naruhito, que tiene ya 56 años.