A comienzos de semana, al menos cuarenta enfermos mentales escapaban del Hospital Psiquiátrico Mathari, en la capital de Kenia, Nairobi, después de vencer a los guardas.
El motivo de la alborada radicaba en la queja, por parte de los internos (algunos de ellos ya regresados en los últimos días), de que los medicamentos que les estaban suministrando eran ineficaces.
En la actualidad, los enfermos mentales del continente africano se enfrentan a un velo mediático y académico debido, en gran parte, a la falta de registros fiables sobre su número total.
Ya en 2010, la Organización Mundial de la Salud reconocía que era difícil obtener una idea clara sobre su cuantía, debido a que la recopilación de datos era, en la mayoría de los casos, irregular.
Pese a ello, en este sentido, el psiquiatra David M. Ndetei, fundador y director de la African Mental Health Foundation y uno de los mayores expertos internacionales, aseguraba durante una conferencia en la universidad de Berkeley en octubre pasado que todos los datos indican que el índice de trastornos mentales en África es similar al encontrado en el primer mundo.
Sin embargo, su tratamiento es ya otra cosa.
En Uganda, un reciente estudio que evaluaba los niveles de «depresión» entre los miembros de su comunidad denunciaba cómo, incluso, el propio término no era culturalmente utilizado, prefiriéndose los conceptos «yo'kwekyawa» -que se odian a sí mismo- y «okwekubagiza» -que siente lástima de sí mismo- en su lugar.
De igual modo, la OMS asegura que tan solo el 42% de los países africanos (2011) tienen una política de salud mental específica, mientras que muchas leyes se muestran anticuadas. Sobre todo, debido a que un 70% de estos Gobiernos emplean menos del 1% de su presupuesto total de salud en los cuidados mentales.
Congo y Somalia
Y en casos de conflicto, la situación es aún más dramática. Sin datos fiables, en 2008, punto álgido del recrudecimiento de la violencia en Somalia entre la milicia islamista de Al Shabab y las fuerzas pro gubernamentales, un estudio realizado entre refugiados residentes en Reino Unido mostraba que el 52% de éstos desconocía el significado de «trastorno por estrés postraumático», pese a sufrirlo en sus propias carnes.
No en vano, a día de hoy, el país africano tan solo cuenta con cinco centros (situados en las ciudades de Hargeisa, Berbera, Bosaso, Garowe y Mogadiscio) dedicados exclusivamente al tratamientos de enfermedades mentales.
Una situación similar a la de la República Democrática del Congo. Pese a contar con una población cercana a los 70 millones de habitantes y haber sufrido, desde 1998, cinco millones de muertes por conflicto, el Estado tan solo dispone con seis espacios especializados en tratar desórdenes psiquiátricos provocados por la guerra.
No obstante, la mayoría de expertos consultados por este diario asegura que, ante el escaso número de psiquiatras en el continente, la mayoría de éstos se ven obligados a asociarse con los curanderos tradicionales. Situación que provoca no pocos conflictos internos.
Sin embargo, como reconoce el psiquiatra keniano Frank Njenga, una de las voces más destacadas del África, la discusión en cuanto a los problemas de salud mental comienza ya a ser positiva.
¿La esperanza? Que desaparezca el estigma de continente traumatizado.