Línea directa entre el Golfo Pérsico y el continente africano. Esta semana, Qatar ejercía de cicerón a una de las conferencias de donantes más esperadas para desarrollar y reconstruir la región sudanesa de Darfur. El objetivo: obtener cerca de 5.500 millones de euros para un territorio vilipendiado por más de dos décadas de conflicto.

El caso no era nuevo, pese a la polémica que arrastraba el encuentro (varios grupos rebeldes no reconocen los acuerdos de paz firmados, precisamente en Qatar, en 2011), en los últimos tiempos, el Gobierno de Doha se ha convertido en un elemento fundamental de los procesos políticos del continente africano.

Ya en febrero, el primer ministro etíope, Hailemariam Desalegn, elogiaba los esfuerzos del emir de Qatar, Hamad bin Khalifa Al Thani, para lograr la estabilidad regional.

En una entrevista publicada en el diario local Al Sharq, Desalegn recordó la la relación estratégica de Etiopía con el emirato, así como los esfuerzos por llevar la paz a Darfur.

Cinco años antes, el caso era bien diferente. En 2008, el Gobierno de Addis Ababa y el de Doha interrumpían relaciones diplomáticas tras la presunta financiación del país del Golfo a grupos anti etíopes, fundamentalmente eritreos.

Las implicaciones regionales no terminaron ahí. A finales de 2009, el Gobierno de Estados Unidos acusaba también a Qatar de prestar apoyo logístico a la insurgencia de Somalia. La afirmación, hecha pública gracias a la difusión de un cable diplomático, fue realizada (presuntamente) por la representante de EE.UU. en las Naciones Unidas, Susan Rice, durante un encuentro con su homólogo turco, Ertugul Apakan.

Aliado contra la hambruna

Dos años después, eso sí, todo parecía también olvidado con el Gobierno de Somalia, convirtiéndose en uno de los principales donantes para paliar la hambruna declarada en el país africano en 2011 (por ejemplo, en noviembre de ese año, Qatar entregaría a Mogadiscio cerca de 400.000 dólares recaudados en un partido amistoso de fútbol entre Brasil y Egipto celebrado en sus fronteras).

Sin embargo, ¿cuál es el interés de Qatar en el continente africano? Por un lado, tras la experiencia de las últimas revueltas árabes, servir agente de estabilidad para la región (valga recordar, que el presidente sudanés, Omar Hassan al Bashir, cuenta con con una orden de busca y captura por parte del Tribunal Penal Internacional por los crímenes cometidos en la región). Y, por el otro, motivaciones religiosas (al margen de sus implicaciones africanas, el país agiliza su diplomacia silenciosa con grupos como Hamás o los talibanes afganos, quienes en los próximos meses podrían abrir «oficina» en Doha).

Pese a ello, eso no significa que el camino todavía sea largo. Terminada la cumbre de Darfur, el viceprimer ministro catarí, Ahmed bin Abdullah Al-Mahmoud, anunciaba que las promesas de contribuciones de los donantes se contabilizaban tan solo en 2.700 millones de euros. La mitad de lo inquirido.