Se dijo entonces –a raíz de que el comando estadounidense asaltara el refugio de Bin Laden, ultimara al terrorista y se llevara su cadáver para lanzarlo luego a las aguas del océano Índico– que la acción de EE.UU. provocaría una reacción masiva en el mundo musulmán que incluso podría poner en peligro la política de este país para la región y su presencia en ella; que lejos de significar un golpe demoledor para Al Qaeda, íbamos a ver cómo este suceso terminaba robusteciendo a la organización terrorista y multiplicando sus adeptos. Algunos hasta sacaron a relucir sus escrúpulos para criticar lo que llamaron “una ejecución extrajudicial” que rebajaba la dignidad de nuestra democracia. Se debía haber arrestado al famoso delincuente –arguyeron– y haberlo juzgado con todas las garantías procesales que brinda la ley.

Al cumplirse el primer aniversario de los hechos, estos pronósticos parecen desmentidos. La reacción de los musulmanes, ante el asesinato de quien era un símbolo de la resistencia islámica frente a Occidente, fue débil entonces y lo ha seguido siendo durante todos estos meses. Al Qaeda quedó profundamente desmoralizada y al presente, lejos de mostrar algún signo de pujanza, pareciera una organización sumida en el descrédito, la ineficacia y en vías de extinción. Y el presidente Obama, que tantos tropiezos ha tenido en su gestión de gobierno, ha terminado sacando partido de una decisión que no podía delegar en nadie, al extremo de que hace unos días la resaltó como el mayor éxito de su presidencia: la temeraria acción de los comandos que llevaron a cabo la operación fue de su sola responsabilidad y él no es remiso en cargar con los méritos que la misma conlleve.
Ahora, en la medida en que arrecie la campaña electoral, veremos que el cadáver de Bin Laden volverá a enarbolarse, no ya por los fundamentalistas musulmanes, sino por demócratas y republicanos que no escatimarán ningún argumento para acusarse mutuamente e intentar disminuir frente a los votantes la credibilidad de su adversario.
Sería una pena que, movidos por mezquindades políticas, los republicanos quieran rebajar los créditos del presidente en lo tocante al ajusticiamiento del líder de Al Qaeda, porque, ante los ojos del electorado, podría tener un efecto diferente, revelando que la impunidad del más connotado criminal podría ser preferible a reconocerle una acción meritoria al magistrado a quien se quiere derrotar. Tal actitud haría pensar a muchos que algunos políticos ponen los intereses del partido por encima de los de la nación, lo cual no contribuiría a su triunfo en las urnas.

Yo creo que el presidente Obama obró decisivamente –como corresponde al jefe máximo de una gran potencia– cuando dio la luz verde para llevar a cabo la operación contra Osama Bin Laden, lo cual, además de constituir en sí mismo un acto de justicia que se nos debía a todos nosotros, no ha tenido ninguno de los efectos negativos que se apresuraron a predecir algunos comentaristas agoreros el año pasado.

Sería bueno, por el contrario, que antes de enfrascarse en la contienda electoral que, cada cuatro años, suele darle tan mal nombre a la política en Estados Unidos, el contrincante del presidente y su maquinaria le concedieran al actual huésped de la Casa Blanca la pertinencia de este servicio público. Sería “digno y justo” como se dice en el Prefacio de la misa, y serviría para darle una alteza al debate político que ahora mismo no tiene: un elevado punto de mira desde el cual partir.

© Echerri 2012