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23/02/2012 | Grecia y la tragedia en el futuro

Vicente Echerri

La crisis de Grecia –económica y política– se vive aquí como en el ojo de un huracán, con una calma aterradora y agorera. Los actos vandálicos que dieron lugar hace poco más de una semana a numerosos incendios y decenas de heridos y arrestados no se han vuelto a producir.

 

Ayer, después de saberse que al fin la Unión Europea había aprobado el paquete de ayuda de 130.000 millones de euros (luego de que el gobierno griego firmara y garantizara todas las medidas que exigen los acreedores y a que a la mayoría de la gente aquí les resulta intolerable), hubo otra manifestación masiva en la Avenida Reina Sofía con dirección al Palacio del Parlamento, donde todavía tienen que ratificar el acuerdo. La manifestación no alteró el orden público, pero la frustración y la cólera de los manifestantes eran evidentes.

Mientras los pocos turistas que vienen en esta temporada invernal se dedicaban a ver ruinas en medio de una llovizna incesante; los conocedores advierten de una tragedia inevitable, una auténtica tragedia griega con su correspondiente colofón catastrófico.


Los ministros de economía de la Unión Europea, reunidos este martes en Bruselas, se felicitaban por haber logrado evitar la bancarrota de Grecia y que esta no se viera obligada a abandonar el sistema del Euro –lo cual representaría, según algunos especialistas, el principio del fin del sistema mismo. Sin embargo, esta seguridad era semejante a un mantra que estuvieran repitiendo para creérselo. Debajo del optimismo de esas declaraciones aflora una presagiosa realidad: por mucho que el gobierno griego se haya comprometido, todo el mundo sabe que no podrá cumplir y que este paquete de ayudas, que además le será dado a cuentagotas y con grandes reservas, no podrá evitar que el mes próximo, cuando tengan que pagarse ciertos intereses, o en abril, cuando se celebren elecciones, o un mes o dos después, Grecia vuelva a estar en la misma o peor situación, porque los problemas esenciales que han producido esta crisis lejos de resolverse o mejorarse se habrán agravado.

Se trata, como ya algunos empiezan a reconocer, de un país en quiebra, que por varias décadas ha estado gastando cientos si no miles de veces más de lo que recauda, minado por una corrupción administrativa endémica y asociada con una clase política que se ha mantenido en el poder, con muy pequeñas variaciones –en monarquía, dictadura y república– durante casi un siglo; clase a la que acusan de ser responsable de pavorosas malversaciones que se han tragado el dinero público, así como de haber hinchado la nómina del Estado varias veces por encima de su auténtica necesidad. El Estado sobreprotector ha incubado, en esa nómina hipertrofiada –como un auténtico huevo de basilisco– a sus peores adversarios: todos los que sienten amenazado el salario por las reducciones o los despidos que el gobierno no tiene más remedio que imponer.

Los afectados, que siempre son los más pobres e ignorantes, no entienden de finanzas públicas ni quieren oír las razones de los políticos que les dicen que el país está en bancarrota y que el rechazo de estas medidas de austeridad, por severas que parezcan, provocaría una situación mucho peor en que se evaporarían los ahorros de la mayoría y la nación, convertida en un paria internacional, tendría que enfrentarse a un cataclismo de dimensiones muchísimo mayores. Los pequeños afectados no quieren escuchar; además no creen que los políticos, que les han estado mintiendo durante tanto tiempo, ahora les digan la verdad. Algunos piensan que podrían volver a los tiempos del dracma librándose de la tutela de los alemanes y sus bancos. Recuerdan incluso la indemnización de guerra que los alemanes nunca le pagaron a Grecia por los desmanes de la ocupación nazi y consideran –en los términos más ingenuos– que defraudar a sus acreedores alemanes sería un auto de justicia histórica.


En medio de esta crispación, los extremistas de la izquierda y de la derecha tienen la esperanza de pescar en río revuelto. Los comunistas, que tanto saben de organizar manifestaciones y tan poco de gobernar, ya hace tiempo vienen moviendo su sistema de propaganda y se proponen como una alternativa (o al menos tal cosa empiezan a pretender) a socialistas y conservadores que ahora mismo gobiernan en coalición. Lo peor es que puede haber un creciente número de personas –según la situación empeore y el clientelismo del Estado no pueda mantenerse– que empezarán a prestarle oído a las viejas recetas leninistas o fascistas que, no obstante sus probados fracasos, siguen proponiendo la regulación totalitaria.


Un comerciante griego del pintoresco barrio de la Plaka me decía ayer mismo que pese a esta aparente prosperidad –nada parece en este país tocado por la miseria– el futuro de Grecia es el retorno al tercer mundo, hipotecada por varias generaciones y convertida su población en mano de obra barata de sus agenciosos cofrades europeos. El porvenir, pues, será de ruinas, aunque tal vez menos espléndidas que las de la antigüedad que descuellan sobre esta hermosa y amable ciudad como emblema y aviso.


© Echerri 2012

Miami Herald (Estados Unidos)

 



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