Ni a Liu ni a Fariñas los dejaron salir de sus países cárceles. En el caso del disidente chino, estaba imposibilitado de hacerlo por hallarse en prisión, pero las autoridades tampoco permitieron que su esposa o algún otro familiar o amigo que resida en China fuera a representarlo. En lo concerniente a Fariñas --quien llevara a cabo la más larga huelga de hambre en la historia de su país--, el gobierno cubano apeló al sencillo expediente de la inacción: no le negó la salida, simplemente no se la otorgó.

Las protestas por estas coacciones han estado en medio mundo, sumadas a la noticia del escandaloso chantaje mediante el cual el régimen chino logró que un buen número de legaciones diplomáticas no enviaran representantes a la ceremonia de Oslo. El resultado ha sido mayor vergüenza y descrédito para los opresores, a los que pareciera que aconsejan sus peores enemigos.

Aunque es de lamentar que Liu y Fariñas no hayan podido ir en persona a recoger sus premios, no puedo dejar de alegrarme, al mismo tiempo, de que tanto la tiranía china como la cubana hayan sido consecuentes con su propia tradición represora. Me preocupa, por lo que puede tener de engañoso y desmoralizante, cuando estos regímenes se muestran liberales, dejan salir y reentrar a sus críticos, no hostigan a sus opositores ni encarcelan a sus disidentes. Esos signos de aparente reforma o de bondad me producen, lo confieso, una genuina irritación, sobre todo cuando encuentran eco en el mundo civilizado, donde enseguida se traducen por cambios y reformas trascendentes.

Me gusta que el totalitarismo nunca se olvide de comportarse como lo que es. En el caso de mi país, me inquieta cuando no acosa con sus turbas a las Damas de Blanco, ni reprime a los que discrepan ni encarcela a sus periodistas independientes, incluso cuando juega a la magnanimidad y suspende la pena de muerte. Aspiro, por el contrario, a que siga siendo fiel a sí mismo hasta el último día, que continúe haciendo lo que mejor sabe hacer: censurar, encarcelar y matar, mostrando así su auténtico pelaje de fiera, aunque sea una fiera algo decrépita y senil. Como yo no quiero que el castrismo se reforme, sino que estalle, me desazona mucho cuando apela a gestos conciliadores que algún iluso puede traducir por bondad; cuando promulga alguna política que los benévolos y apaciguadores pueden llegar a confundir con un cambio legítimo.

Cuanto más persevere este régimen en su maldad esencial, tanto más posibilidad habrá de que se produzca ese saludable estallido; cuanto más pura e inflexible sea su crueldad, tanto más limpio será su desarraigo; cuanto más envilecedora sea su gestión, tanto más execrable será su memoria.

Espero que el castrismo no me defraude dando oídos a la ``insidiosa piedad'' que la Iglesia --fiel a su misión milenaria-- promueve, que no ceda ni a debilidades cristianas ni a los llamados a la prudencia que le puedan hacer otros gobiernos, que resista cualquier tentación que lo separe un milímetro de esa pavorosa alternativa que es ``socialismo o muerte'', que se encastille en sus fórmulas viejas y gastadas que garantizan la permanente frustración e infelicidad de sus súbditos.

Los asientos vacíos de Liu Xiaobo y Guillermo Fariñas deben verse, pues, como signos positivos en la contienda por la democracia global. Sus ausencias son mucho más elocuentes a favor de su causa que cualquier discurso que hubieran podido pronunciar en la recepción de esos premios.

(C)Echerri 2010