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28/10/2010 | Viuda de la Casa Rosada

Vicente Echerri

Si de algo pueden estar seguros los argentinos es de que el ex presidente Néstor Kirchner no volverá a postularse en las próximas elecciones generales de 2011, como hasta hace poco se rumoreaba: no podrá hacerlo porque ha muerto este miércoles de un súbito ataque cardíaco, el mismo día del feriado general por el censo.

 

Mientras escribo, no se conoce aún el parte oficial de la Presidencia de la República, si bien han comenzado a aparecer obituarios en distintos medios de prensa que lo califican como ``el político más influyente'' de su país. En el momento de su muerte Kirchner era el Secretario General de UNASUR y amigo y cómplice de los líderes de izquierda que infestan --e infectan-- la región. Como en Diez negritos, la famosa novela de Agatha Christie, no faltará quien cuente uno de menos.

El deceso de Kirchner no sólo elimina la posibilidad de ese apellido en la Casa Rosada durante el próximo cuatrenio, sino que deja viuda a la presidenta Cristina Fernández, estado civil que tiene algunos ominosos precedentes en la historia contemporánea de Argentina y en el partido de la mandataria: la viudez de Perón, que perdió del todo la brújula cuando le faltó Evita y, muchos años después, cuando su propia muerte elevó a la primera magistratura a su segunda esposa, Isabel Martínez (``Isabelita''), con las secuelas que sabemos. Podría apostarse que, al faltar el ex presidente, la política de su mujer se hará más errática e incontrolada, más dictada por su emotividad que siempre tiene a flor de piel.

La primera prueba para ``la presidenta viuda'' será precisamente las exequias de su marido. No todo el mundo tiene el temple debido ni dispone de la adecuada infraestructura para dirigir unos funerales de Estado. Puede que Cristina nos sorprenda a todos con el decoro y la dignidad que debe revestir siempre esta clase de ceremonias, y ella misma, como un remedo de Jackie Kennedy, marche enlutada y velada detrás del armón que lleve los restos del ex presidente quien, sin duda, siguió gobernando hasta el final mediante los socorridos consejos de alcoba y las reuniones ministeriales de cocina. Es posible, pero resulta difícil imaginar que alguien puede encarnar de pronto lo que no es. Es más lógico suponer que los desaguisados de la presidenta serán mayores ahora que le falta su asesor más íntimo y que se harán notar desde los actos del entierro.

No faltarán los que le atribuyan a Néstor Kirchner el haber sacado a la Argentina de la crisis económica y de confianza pública que, a principios de este siglo, la hizo descender a los niveles más bajos de su historia. Sin ánimo de negarle méritos al muerto, cuando una nación toca fondo, sobre todo si dispone de recursos y educación como es el caso de Argentina, no tiene otra opción más que subir, aunque la dirija un monigote, heredero del populismo peronista, que es pecado sin redención: tara política que encontró suelo fértil en la nación sudamericana y que se replica calamitosamente desde hace más de seis décadas.

Es predecible que el último año de la presidencia de Cristina Fernández, sin la sombra y los consejos de su marido, sea peor que los anteriores, que sus malos modales se hagan más irrestrictos y su aventurerismo más audaz. Es posible también que, en honor del difunto y deseosa de dejar una ``impronta'' (como podrían decir gacetilleros cursis), quiera resaltar algunas de sus políticas y, a ese fin, acercarse aún más a los agitadores mantenidos que escenifican estridentes lealtades en la Plaza de Mayo y otros lugares públicos. Es casi seguro que, sin la tutela del ex presidente, la Cristina muestre una amistad más fervorosa hacia Chávez, Correa, Lugo, Morales y otros exaltados protagonistas de la región y de más lejos y, al hacerlo, creerá que afirma el legado político del desaparecido.

La muerte de Néstor Kirchner es, pues, y a un tiempo, afortunada y ominosa para el pueblo argentino; por un lado, despeja el futuro político (nunca dicho con más exactitud) de las ambiciones de un mañoso y, del otro, deja a la presidenta librada a sus propios impulsos, que podrían mostrarse aún más desatinados de lo que han sido hasta el presente. El sainete de la política argentina podría tener una notable acentuación.

(C)Echerri 2010

Miami Herald (Estados Unidos)

 


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