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29/08/2013 | La ineludible perdición de Assad

Vicente Echerri

Si es cierto –como afirman todas los órganos de prensa serios– que el gobierno de Siria recurrió al empleo de armas químicas contra la oposición armada, podría decirse que el presidente Bashar al-Assad ha sellado, con esa acción, su destino e incluso su sentencia de muerte.

 

El presidente sirio, obrando como su propio enemigo, le ha dado a las grandes potencias occidentales el pretexto que necesitaban para intervenir decisivamente en Siria. Suponer que esa intervención podría ser todo lo mesurada y contenida que algunos proponen y que el régimen de Assad podría sobrevivir a la misma es desconocer la historia o creer en los milagros.

La concentración, al presente, de fuerzas navales estadounidenses y británicas en el Mediterráneo oriental así como las declaraciones de los secretarios de Estado y de Defensa de Estados Unidos y de altos funcionarios del Reino Unido, amén de los de Francia, hacen pensar que el conteo regresivo para una acción militar en Siria ha comenzado, y que esta acción, a pesar de ventilarse actualmente en el ámbito del Consejo de Seguridad de la ONU, se llevará a cabo de forma unilateral y sin la aprobación de Rusia y China, que siempre se han mostrado opuestas a esa intervención.

La guerra civil en Siria, que empezara con protestas ciudadanas hace más de dos años, violentamente reprimidas por el régimen de Assad, ha producido hasta la fecha más de 100.000 muertos y una crisis humanitaria que afecta a toda la región. Sin embargo, Occidente, que no ha ocultado sus simpatías por la oposición, a la que le ha suministrado varias clases de ayuda, se había mostrado cauteloso ante la perspectiva de intervenir directamente; acaso porque en algunos gobiernos (más en Estados Unidos que en Gran Bretaña) había prevalecido la opinión moderada que resaltaba los riesgos de una acción militar, teniendo en cuenta la creciente presencia de musulmanes fundamentalistas en las filas rebeldes y la posibilidad de que el conflicto se extendiera por una zona de suyo muy volátil.

La cautela ante las consecuencias de apelar a las armas venía a neutralizar el deseo de Occidente de ver desaparecer al régimen de Assad y con él la influencia de Irán y el respaldo que ese país le brinda al grupo terrorista Hezbolá. Ambos objetivos, pues, la remoción de Assad y el querer evitar una conflagración mayor, habían servido hasta el presente para que se mantuviera precariamente el status quo, que no ha sido otro que el enfrentamiento a un régimen sanguinario y despótico por una oposición cada vez más fanática. No dudo que hubiera, en los gobiernos occidentales, algunos que apostaran secretamente por una guerra interminable que, al tiempo que desgastara a Siria y sus aliados, sirviera también para atraer y aniquilar, como insectos rabiosos, a los yihadistas que se le oponían.

Pero he aquí que el Sr. Assad, en un acto desesperado, ha caído en la tentación de echarle mano a su arsenal de armas químicas para desequilibrar con ello la balanza en contra de la mesura. De pronto ha faltado la moderación, y prevalece, por razones humanitarias, un llamado a la intervención militar: el mundo civilizado no puede tolerar pasivamente este acto de barbarie, condenado por todos los protocolos internacionales, aunque el número de víctimas resultante sea una mínima fracción de la cifra total de muertes que ha habido en esta guerra.

En el momento de escribir esta columna, la discusión ya no es si una intervención militar en Siria es pertinente o no, sino cuándo se producirá y con qué alcance y objetivos.

Resultaría difícil que Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, como principales actores de esta empresa bélica, puedan limitarse a los bombardeos quirúrgicos que algunos prescriben; ni que Irán, en peligro de perder su único aliado en el Mediterráneo, no se anime a intervenir, directamente o por medio de Hezbolá; ni que Israel resista las provocaciones de que será objeto a fin de enajenarle a la oposición siria el apoyo de la causa árabe… al principio de todo un abanico de posibilidades de imprevisibles consecuencias.

Si algo puede afirmarse ahora mismo es que la crisis siria ha dado un brusco giro. Si algo puede pronosticarse es que la violencia que aún resta en este conflicto será mayor a todo lo que hasta aquí hemos visto. En último término, la responsabilidad caerá ineludiblemente sobre Assad y su empecinamiento brutal, acaso para volver a hacer bueno el viejo dicho de que “Dios confunde a los que quiere perder”.

© Echerri 2013

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 


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