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16/03/2013 | Rumores de guerra en Corea

Vicente Echerri

Mientras la atención del mundo se concentraba en los funerales del presidente Chávez y en la elección de un nuevo papa, la retórica de la confrontación aumentaba extraordinariamente en la península de Corea.

 

Desde que el régimen norcoreano hiciera una prueba nuclear el mes pasado y el Consejo de Seguridad de la ONU le impusiera en respuesta, semanas después, una nueva ronda de sanciones, el agresivo lenguaje oficial del último enclave del estalinismo no ha hecho más que aumentar, acompañado por algunas acciones simbólicas, aunque no por ello menos peligrosas, como el anuncio de que se eliminaba el armisticio entre las dos Coreas y que se interrumpía la línea telefónica de emergencia que ha existido por años entre Pyongyang y Seúl. Aunque estas amenazas y estos gestos han ocurrido varias veces antes desde que finalizara la guerra en la península en 1953, esta vez se producen en el contexto de una mayor crispación.


Un elemento que altera sustancialmente la ecuación ahora es la nueva presidente de Corea del Sur, Park Geun-hye –la carismática y determinada hija del difunto dictador Park chung-hee– que tomó posesión de su cargo el pasado 25 de febrero y que ha respondido a las amenazas del norte con un lenguaje no menos incendiario. Su gobierno ha dicho que, en caso de que Corea del Sur fuese víctima de un ataque, no sólo la fuente de ese ataque sería blanco de su represalia, sino también el alto mando del régimen comunista. Y la propia presidente expresó en días pasados, casi en vísperas de los tradicionales ejercicios conjuntos de las fuerzas armadas estadounidenses y surcoreanas, que un ataque nuclear de parte de Corea del Norte tendría por consecuencia que los agresores “serían evaporados de la faz de la tierra”. Es de creer que tales declaraciones deben tener el visto bueno del Pentágono y de las más altas instancias del gobierno de Estados Unidos, que han repetido, en las últimas semanas, que estarían al lado de sus aliados en la región, sobre todo Corea del Sur y Japón, en el caso de que fuesen objeto de cualquier agresión.

Algunos analistas consideran que, una vez más, la guerra no pasará de las palabras; que, a pesar de su retórica de barricada, los comunistas norcoreanos no son suicidas y que, en definitiva, lo único que andan buscando es un diálogo directo con Estados Unidos para extraer una tajada mayor de ayuda en momentos de grandes apreturas dentro de la crisis permanente en que vive ese país. En Corea del Sur son mayoría los que se declaran escépticos si no del todo indiferentes hacia el tono subido de esta confrontación verbal, los que apuestan incluso que no pasará nada. Otros, sin embargo, se muestran más inquietos que otras veces, y opinan que las amenazas tienen mayor probabilidad de materializarse que en ocasiones anteriores.


Me parece muy difícil suponer que la inconclusa guerra de Corea se reanudará con un bombazo atómico de parte de los comunistas que conllevaría, ciertamente, su inmediata aniquilación (en este improbable escenario el conflicto duraría unos pocos días y costaría millones de muertos). Creo, más bien, que a la guerra puede llegarse debido a una inevitable escalada en la que un pequeño acto de agresión, como esos que los comunistas han hecho anteriormente, se vea respondido por una represalia más enérgica que a su vez provoque nuevas agresiones que sean igualmente contestadas en una crescendo exponencial de medidas y contramedidas que llevarían, en poco tiempo, movidas por su propia dinámica, al clima de la guerra total. Tal vez sea éste el altísimo precio que el pueblo coreano tenga que pagar por alcanzar la unificación territorial bajo un sistema democrático.


Esperemos, si llega ese momento, que Estados Unidos se muestre tan dispuesto a respaldar a su aliado con todo el poderío de su arsenal como ahora mismo dice estarlo y que un nuevo conflicto en Corea pase a la historia por la brevedad con que quedó barrido ese último bastión de la ortodoxia comunista: intolerable opresión para el pueblo que lo padece y escarnio de la humanidad.

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 


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