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02/04/2014 | La precaria democracia latinoamericana

Vicente Echerri

Sorprende a la gente sensata que, apenas una década después del desplome de la Unión Soviética y los regímenes comunistas de Europa Oriental, el socialismo haya tenido una segunda vida en América Latina, valiéndose, además, de la denostada democracia representativa.

 

Mediante consultas populares -que, sólo en contadas ocasiones han sido cuestionadas o consideradas fraudulentas-, la izquierda ha llegado al poder, con diversos grados de fervor e ineficacia, en la mayoría de los países de nuestra región. No se trata, en ningún caso, ni siquiera en el de Venezuela, de la receta totalitaria que Fidel Castro impuso en Cuba hace más de medio siglo, sino más bien de una mayor injerencia estatal en la economía con una exacerbación del tradicional antinorteamericanismo, que sirve para justificar los desmanes y la corrupción. El nefasto sistema presidencialista de nuestras endebles democracias viene a legitimar la gestión torpe y fallida de unos impresentables como el desaparecido Hugo Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega, Cristina Kirchner y ahora Nicolás Maduro; y respalda la de otros líderes de mejor talante (Michelle Bachelet, Dilma Rousseff, Rafael Correa) que han sido más exitosos en lo interno, sin dejar de consumir por eso los manidos clichés de la izquierda clásica en el plano internacional. Para toda esta camada de dirigentes, el neoliberalismo y las políticas de privatización, que han sido el indiscutible factor de desarrollo en muchas otras economías, son la encarnación del demonio.

La corrupción administrativa, endémica en nuestros países y responsable directa de todos los fracasos que pueda haber tenido la política de libre mercado, ha servido para potenciar la ignorancia de los votantes -intoxicados durante varias generaciones por la prédica insidiosa de revolucionarios profesionales y hastiados de las promesas vacuas de los políticos de siempre- y para propulsar a fascinerosos al poder, dando lugar, muchas veces, a cambios constitucionales respaldados por plebiscitos al objeto de prolongar o perpetuar un mandato, sin más consecuencia que el incremento de la misma corrupción que una vez denunciaron para seducir al electorado, a lo que suele sumarse la inoperancia de las instituciones, la plebeyez estatuida y el fracaso económico. El caso de Venezuela es una vitrina para ilustrar este proceso.

El resultado es lamentable y desesperanzador, salvo por estos chicos venezolanos que están en la calle dispuestos a jugarse la vida por enderezar el rumbo de su país e impedir que una falacia como el llamado "socialismo del siglo XXI" siga despilfarrando los recursos de una nación rica e imponiendo la sumisión abyecta por medio de un analfabeto soberbio e irresponsable. En Venezuela está ahora mismo, en el ámbito de esta protesta, la única esperanza de libertad y prosperidad que le pueda quedar a la región, de ahí que sería tener miras muy cortas suponer que es un fenómeno local que sólo concierne a sus nacionales, cuando se trata más bien de una apuesta por revertir una peligrosa tendencia continental.

La supervivencia de la democracia en América Latina precisa de una mayor independencia institucional -en la judicatura, en las Fuerzas Armadas- y, al mismo tiempo, de una reeducación del electorado para que se haga inmune a las promesas de los demagogos populistas. De lograrse esto, las sociedades estarían más preparadas para defender sus tradiciones constitucionales y los votantes serían más aptos para favorecer a políticos menos parlanchines y mejores administradores.

Si una lección deben aprender los pueblos -y algunos la han aprendido al precio de mucha sangre- es que el capitalismo es la única fórmula económica viable, cuya eficacia se puede perfeccionar y cuyas injusticias se pueden atenuar mediante una legislación racional, pero cuya esencia no se puede agredir sin pagar un gran precio en términos de libertad y bienestar.

Es en verdad muy triste que después de tantos años -casi tantos, en algunos casos, como los que tienen de existencia independiente algunas de las naciones latinoamericanas- el panorama político regional esté tan contaminado de fórmulas idiotas y enconos irracionales que sólo benefician a los oportunistas que se erigen en falsos salvadores de sus pueblos. Tal como ocurre en las democracias de mayor solera, el marco de las instituciones debe ceñir mucho más a los políticos y brindarles mucho menos espacio para hacer de las suyas.

Echerri 2014

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 



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