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25/09/2014 | La inevitable guerra mundial

Vicente Echerri

Desde este lunes, los bombardeos de Estados Unidos y sus aliados regionales a las instalaciones terroristas del llamado “Estado Islámico” se han extendido a Siria con un poder de fuego bastante significativo: cerca de un centenar de militantes de dos organizaciones extremistas se contaron entre las bajas mortales de la primera jornada, además de la destrucción de equipos bélicos e infraestructuras: saldo previsible para una acción en que se utilizaron bombarderos, misiles y aviones no tripulados.

 

Sin embargo, no se trata de un juego de vídeo en que puede evaporarse al enemigo confiando solamente en estos sofisticados aparatos bélicos. El gobierno de Obama, al tiempo que anunciaba su propósito de derrotar a estos grupos bárbaros que han surgido en el Oriente Medio, se mostraba cauteloso y conservador: la lucha podría ser larga y, pese a la insistencia de que Occidente no iba a poner tropas sobre el terreno, la voz de los escépticos al respecto se hacía oír de labios de los militares estadounidenses de mayor rango: en una vista en el Capitolio, el jefe del Estado Mayor Conjunto afirmaba que no podría descartarse el empleo de soldados en Irak, donde el número de asesores ya ronda o sobrepasa el millar.

El escenario no podría ser más complejo, como difusas parecen ahora mismo las alianzas en la región: Estados Unidos ha extendido los bombardeos a los enclaves sirios de estos terroristas acompañado por aviones de guerra de algunos estados árabes, de los cuales hay sospechas bien fundadas de haber ayudado con armas y dinero a los mismos subversivos que hoy combaten. Esa ayuda se dice que responde a la necesidad que ven los regímenes suníes de la región de contrapesar la avanzada del chiismo encabezada por Irán, que extiende su influencia a Irak y Siria, cuyo gobierno llevan queriendo derrocar hace tres años y al que ahora, irónicamente, están librando de sus más feroces enemigos, sencillamente porque éstos constituyen un peligro mayor y más inminente. Nadie lo hubiera podido pronosticar el año pasado por esta fecha cuando los aviones americanos estuvieron a punto de bombardear los cuarteles y arsenales de Bashar al-Asad, cuya supervivencia en estos momentos esos aviones de algún modo preservan.

La intervención armada de Estados Unidos y Francia en esta campaña –aérea hasta ahora, a la que Gran Bretaña y otras potencias de la OTAN no tardarán en sumarse– emprendida ciertamente con tanta renuencia y excusas tendrá, necesariamente, que acentuarse, sin que eso signifique que la paz se consolide en la región, a pesar de que la necesiten desesperadamente gobiernos y pueblos. Si este “califato” de beduinos sunitas es finalmente destruido, como se proponen Estados Unidos y sus aliados y como casi seguramente ocurrirá; el chiismo lo sustituirá como amenaza contra los designios de Occidente: las ambiciones y la influencia de Irán se harán más obvias a través de su clientela regional (Siria, Jezbolá y buena parte de las fuerzas políticas iraquíes). Y es que, en el fondo, se trata del choque de culturas que los portavoces de los gobiernos occidentales no cesan constantemente de negar: el islam quiere hacer prevalecer unos “valores” que la expansión occidental le niega. El fanatismo religioso de cualquier vertiente musulmana —sunita o chiita— es la expresión de una profunda inconformidad con el diseño político y social inventado en Europa y exportado e impuesto en todo el mundo, en el cual la cosmovisión de estos vecinos de los traspatios de la historia no tiene ni lugar ni futuro.

Se ha dicho que la tercera guerra mundial ha comenzado ya y tal vez sea verdad, aunque los conflictos actuales casi no pasen de la categoría de escaramuzas. Durante la guerra fría nos acostumbramos a pensar que esa tercera guerra sería la devastación nuclear entre las dos superpotencias, cuando en realidad puede y está llamada a ser más bien una contienda convencional que se libre, al mismo tiempo, en múltiples escenarios. A la larga, por mucho que ahora casi nadie quiera admitirlo, será un encuentro de vida o muerte entre dos maneras de ver el mundo y de vivir en él. El planeta se ha hecho demasiado pequeño para que Occidente y el Islam (no como religión, es decir, como repertorio ritual, sino como ideología de vida y orden social) puedan compartirlo sin violencia.

© Echerri 2014

El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 



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