Hoy tenemos al primer ministro Cameron en visita de Estado a Washington. Y su mensaje es exactamente el contrario. En un elocuente artículo publicado ayer («A Staunch and Self-Confident Ally», WSJ, 20-07-10) Cameron recuerda que su abuelo trabajó en Wall Street y después luchó junto a los norteamericanos en la guerra, que su mujer, embarazada de su primer hijo, estaba trabajando en Nueva York el 11-S, y que él trabajó siete años para una compañía californiana. Mas quizá haya algo que no funciona. «Ninguna otra alianza intercontinental es sometida al intenso escrutinio que se reserva a la de Gran Bretaña y Estados Unidos». Y tiene razón.

A Cameron no le duelen prendas a la hora de reconocer que juntos lucharon contra el fascismo y el comunismo en defensa de la democracia, pero que los británicos son el «junior partner» de la coalición transatlántica. Mas Cameron nos lo deja todo bien claro a quienes albergamos algunas dudas durante la campaña electoral: «Como ésta es mi primera visita como primer ministro, déjenme enfatizar que soy pro americano sin reservas. Amo este país y lo que ha hecho por el mundo. Pero no soy un soñador idealista sobre nuestra relación especial. Me importa la profundidad de nuestra alianza, no la duración de nuestras conferencias telefónicas». Creo que no hay mejor diseño estratégico de la relación bilateral de ambos países. Tanto para los ciudadanos norteamerianos y británicos como para todos nosotros, a los que tanto nos va en que esa entente sea firme. No hay mejor anclaje para nuestra libertad.