Pese al medio siglo transcurrido, no son tan pocos los testigos de aquellos días que sobreviven. Además de Kiraly, podemos citar al Archiduque Otto de Habsburgo, que el pasado lunes era mencionado por Péter Nádas en su crónica de la revolución en «The Wall Street Journal Europe». Nádas recordaba cómo el 23 de octubre los manifestantes «demandaban [la vuelta de] el Príncipe Heredero, querían que el Rey Otto volviera al trono para restaurar la Monarquía y a los Habsburgo». Hace medio siglo nos jugábamos la supervivencia de una Europa con principios.

Hogaño hemos visto cómo la conmemoración de tan trascendental efeméride -que venturosamente contó con la presencia del Rey de España- ha sido secuestrada por una pandilla de hooligans. Hungría vive hoy bajo la crisis provocada por un primer ministro felón, Ferenc Gyurcsany, que fue grabado confesando las mentiras que empleó para alcanzar el poder y sostenerse en él. Ello le hace merecedor de ser destituido (por el Parlamento) y enviado a disfrutar de su inconmensurable fortuna. Mas de lo que se trata ahora es de si Hungría vive circunstancias que ameriten una nueva revolución.

Los veteranos de 1956 son testigos de cómo entonces había que jugarse la vida por la libertad de expresión. Hungría tiene hoy tres cadenas de televisión y una Prensa libérrima. Mas no siempre una Prensa fiel reflejo de la verdad. Medios de toda Europa han presentado los disturbios callejeros de esta semana como revival de 1956 cuando sólo era una pandilla de hooligans corriendo tras las cámaras para provocar incidentes donde quiera que éstas fueran. Pobre Europa.