Estamos en presencia de una torpeza, una más de las que Israel --pese a ser fecundo en ardides, como Ulises-- ha venido cometiendo en los últimos tiempos, como torpe fue la campaña inconclusa del Líbano, o las tres semanas de batida en Gaza el año pasado, y no precisamente por el número de muertos (que siempre, si son civiles inocentes, causan pena), sino por no haber llegado hasta las últimas consecuencias y haber aniquilado a Hamas y Jezbolá cuando todo parecía hacerlo posible. En lo ocurrido esta semana uno se pregunta el por qué de la prisa de interceptar la flotilla en aguas internacionales --que ya algunos comparan a un acto de piratería-- o por qué los experimentados soldados israelíes no tomaron mayores precauciones antes de abordar un buque relativamente grande como el Mavi Marmara, y así evitar estos costosos enfrentamientos.

Lamentable como puede ser la pérdida de vidas, la misión de estos activistas no puede reducirse a una mera gestión humanitaria --la cual, en alguna medida, podría justificarse. Se trata, en verdad, de un gesto político destinado a violar o anular el bloqueo impuesto por Israel a Gaza, un performance cuyo objetivo último es deslegitimar la posición de Israel, algo que ese país no tiene la obligación de tolerar.

A quienes se embarcaron (nunca dicho con mayor precisión) en esta aventura tampoco puede tomárseles por un grupo de civiles ingenuos imbuidos de humana solidaridad; cuando son, por el contrario, militantes profesionales dedicados a subvertir el orden global que Occidente encarna y que Estados Unidos encabeza. Una pasión que vienen reciclando desde las protestas contra la guerra de Vietnam y que ellos, o sus padres, han puesto en práctica en numerosos escenarios. Son los mismos --como especie, si no como individuos-- que trataron de boicotear el emplazamiento de misiles nucleares de mediano alcance en la Europa de los años ochenta (iniciativa que habría de acelerar el colapso del régimen soviético), los mismos que salieron a protestar contra las acciones de los aliados en la primera y la segunda guerra del Golfo y los mismos que denunciaron la intervención de la OTAN en los Balcanes. Sus simpatías están por la gentuza que manda en los territorios de la opresión (Irán, Corea del Norte, Cuba, Zimbabwe) y los enfervorecen, o hasta los erotizan, los facinerosos de los traspatios de la historia que se oponen al orden que representan las democracias estables donde la mayoría de estos agitadores tiene la suerte de vivir.

Ya andan diciendo que este show --destinado a ser una farsa y que la torpeza de Israel convirtió en tragedia-- ha servido para que el mundo ponga en primer plano la situación de los asediados gazitas e Israel se sienta más coaccionado a levantarles el bloqueo. Sería un error, en mi opinión, que los israelíes sucumbieran a esas presiones y no advirtieran que lo más sabio y más fructífero a largo plazo, aunque ahora pueda verse sólo como lo más costoso, es consumar el desarraigo de Hamas en la Franja de Gaza, emprendido pero abandonado en enero del año pasado, y la posterior devolución de esa zona a las autoridades palestinas que desde hace algún tiempo se muestran como más responsables y racionales interlocutores.

(C)Echerri 2010