MIAMI, Florida.- Se acabó el Joe Biden que saludaba a placer en los lugares donde iba, aunque sea de lejos, o a unos metros con el cubrebocas puesto.Su fuerte era ese: la calidez que puede transmitir este hombre con don de gente, empático y de sonrisa fácil.
Diez minutos antes de las cuatro, una caravana de sesenta
motocicletas con policías armados llegó al callejón por donde se entra al
estacionamiento del complejo cultural José Martí.
Ahí era la cita, manejada casi en secreto, del candidato
presidencial demócrata con representantes de la comunidad hispana de Miami, en
un barrio cubano, es decir trumpista: la Pequeña Habana.
A la una de la tarde me presenté en el lugar, y después
de ver mi credencial de EL FINANCIERO y consultar por radio, se me permitió el
acceso al estacionamiento, junto al equipo de la cadena NBC. Nadie más.
Pude contar dieciséis coches de policía afuera y adentro
del estacionamiento descubierto, y cuatro camionetas con perros amaestrados
para detectar explosivos con el olfato.
Olían todo, pobrecillos: hasta a algunos invitados que
llegaban en su jugo a esa hora, enfundados en traje y corbata, bajo el abrazo
del sol y el sopor de la humedad.
Junto al espacio cultural José Martí hay una entrada de
mar, donde vigilaban embarcaciones de la policía con las torretas encendidas.
Además, dos ambulancias equipadas y un carro de bomberos.
Sólo falta la Sexta Flota, pensé.
Ya no es Joe Biden el candidato de un partido, sino el
casi seguro próximo presidente de Estados Unidos, salvo que ocurra un
cataclismo.
Y ese cataclismo es lo que se busca evitar, con un
despliegue de seguridad que no había visto alrededor de ningún mandatario de
este país en ejercicio de sus funciones.
Llegó el autobús con un reducido pool de prensa que tuvo
acceso al evento, y los motociclistas que se habían estacionado en un círculo
donde termina el callejón, oyeron los gritos con instrucciones de su jefe, que
parecía una arenga de coach en el tercer cuarto del Superbowl.
Rugieron los motores y se fueron al estilo americano.
Dejaron a diez en la entrada al estacionamiento.
-¿Qué pasó? ¿Llegó y entró por otra puerta?- pregunté a
uno de los policías que cuidaba la entrada al centro cultural.
-No, aún no. Después de esto llega el hombre-, respondió.
A las cinco comenzó a salir gente del recinto cerrado
donde se realizó el evento. Curioso para ser 'hispanos', es decir cubanos: la
mayoría no hablaba ni entendía español. Una señora me dijo que sí, ya había
terminado el encuentro, que el candidato fue y habló.
Al darle la vuelta al recinto, por fuera, en una calle
cerrada al tránsito y protegida desde el aire por el cemento de dos avenidas
elevadas, estaban las 50 motos que se habían ido.
Cerca del acceso de servicio al complejo cultural, una
fila de ocho camionetas negras blindadas, cuatro camionetas de lo que en México
sería la Federal de Caminos (State trooper le llaman aquí), dos carros de
bomberos y decenas de agentes de seguridad vestidos de civil, traje y corbata,
casquete corto, con el clásico audífono al oído y el micrófono en la solapa.
“Sr, sr, stop, stop, ¿cómo llegó hasta aquí?”, me
interceptó un agente de seguridad junto a la puerta por donde saldría Biden.
Mientras daba la explicación vino alguien que parecía ser
su jefe, otro agente, y otro agente, y otro agente, y hasta un traductor.
“¿Por dónde entró hasta aquí?”, me dijo el que hablaba
español.
Con altanería de reportero malcriado en las calles del
Distrito Federal, contesté que ya me habían pedido la credencial, que la
fotografiaron, que les enseñé el WhatsApp de mi contacto en prensa en la
campaña de Biden, que también fotografiaron, lo mismo que mi celular, “ahora
cuéntenme quiénes re #&”%&*#* son ustedes para detenerme y pedirme la
visa de periodista”.
Explicaron con sorprendente amabilidad: “miembros del
Servicio Secreto, del FBI, y una combinación de agencias federales que trabajan
conjuntamente con el equipo de seguridad del señor Biden”.
Ya nos entendimos. Nadie se puede acercar al candidato
demócrata en estos días de extrema tensión y alto riesgo para Estados Unidos.
Menos ahí, en el barrio tradicional cubano, reducto
trumpista y furiosamente anti-Biden-Kamala.
Algo distinto –pero igual en seguridad– fue en la visita
que hizo por la mañana el candidato demócrata a Little Haití, la colonia de los
refugiados haitianos que llegaron a Miami huyendo de la crueldad de los
dictadores Francois y Jean-Claude Duvalier, así como de los presidentes
chiflados que han gobernado la isla donde Colón perdió a la Santa María y los
esclavos negros derrotaron a Napoleón.
No hay paso para nadie, tampoco para la prensa –ni por
error de seguridad, como ocurrió en el Centro José Martí horas más tarde–, pero
ahí sí había manifestantes en calles aledañas que daban la bienvenida a Joe
Biden, alrededor del Centro de las Artes.
Gente pobre, un barrio pobre, pero más limpio que
Manhattan. Es esa peculiar devoción que tienen los haitianos por la limpieza,
que hacen de los tambos para la basura unas obras de arte, con pinturas
estridentes de aliento caribeño.
-¿Por qué tan elegante?-, le pregunto a un haitiano que
brillaba de tan negro, vestido de esmoquin, sin algunos botones en la camisa,
con una mancha amarilla en el pecho, ya raída, porque estaba lavada y vuelta a
lavar.
“Vengo a apoyar al señor Biden, porque tenemos muchas
esperanzas en él y en Kamala Harris”, responde mientras me enseña una revista
con la candidata a vicepresidenta en la portada. Es Gana, extrabajador de la
radio, ahora sin empleo y oriundo de Cabo Haitiano.
Se incorporan Ernest y Víctor a la conversación:
“Queremos un cambio, necesitamos mejor economía y reforma migratoria”, dice el
primero, que llegó de un lugar llamado Port Liberty, me dice y hasta ahí le
entiendo porque el resto de su travesía desde su ciudad natal hasta Miami la
contó en creole.
Mouchoir se le llama en creole al rollo de tela brillante
que las mujeres llevan en la cabeza. “Ayisien pou Biden=Harris”, dice la
pancarta que una señora seria y estoica sostiene bajo el sol del mediodía.
Se llama Mary, llegó hace seis años a Miami procedente
del barrio de Petion Ville –según apuntó ella en mi libreta–, de la capital,
Puerto Príncipe, donde era maestra y aquí está desempleada.
-¿Por qué está con Biden?-, le pregunto a la profesora
haitiana.
“Dice que está con Biden porque tiene buenos sesos, buena
cabeza. Ahora con Trump puro problema”, dice mi espontáneo traductor, el del
esmoquin.
En la Pequeña Habana puede haber nota, así es que media
vuelta y para allá.
Nada, cuatro horas al sol para ver sólo un formidable
despliegue de seguridad. Y sí, ahí estaba la nota: cambió la campaña de Biden.
Lo cuidan como a un presidente en riesgo.
Conocen la historia de su país. Hacen bien.
https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/pablo-hiriart/a-biden-ya-lo-cuidan-como-presidente