En materia de corrupción –los escándalos (los que se conocieron) fueron varios y grandes– no se investigaron a fondo ni se hizo una limpieza en serio para poner fin al problema. Fue muy hábil sí para salirse de cada “caso” como si fuera un ajeno, pese a que los principales responsables y acusados e incluso castigados (aparentemente por corto tiempo como se está viendo) fueron hombres de su confianza, muy allegados a él y figuras de primera línea de su partido (Partido de los Trabajadores).

Todo se lo dejó como herencia a Dilma Rousseff –su delfina– y además un encargo: llevar adelante una ley para “amordazar” la prensa (hablando de su “democratización” por supuesto), lo que él no se animó a hacer (cuestión de imagen), aunque no disimuló y ni calló sobre el final la molestia que le provocaba la prensa independiente ni nunca negó su militante solidaridad con aquellos regímenes donde la libertad de prensa está restringida o simplemente no existe. Quizás también se trató de una forma de curarse en salud: después de su alejamiento del poder era previsible que “comenzaran a saltar” muchas cosas y que podían reaparecer en primera plana alguno de sus amigos y colaboradores y que esta vez sería menos fácil “quedar al margen”.

La presidenta Rousseff, en cambio, no ha esquivado el bulto. Ha encarado de frente a la corrupción y ha iniciado una limpieza generando miedos y temblores a amigos, allegados y aliados políticos del ex mandatario. Las renuncias de jerarcas y “caídas” desde muy alto están a la vista.

La contraofensiva lulista no se ha hecho esperar. Se recurre al Congreso y partidos aliados para meter algunas “picas” en Brasilia. Una, el tema de los derechos humanos y la dictadura (la Comisión de Verdad y la revisión de lo “hecho” por las fuerzas armadas, a saber: torturas, desapariciones, asesinatos). El de los militares es de esa forma un frente que se le abre al gobierno de Dilma y le puede quitar aliados –además de los propios uniformados– en algunos sectores sociales. Por otro lado es un tema fuerte para confundir o distraer de otros (léase corrupción) a la gente y a los medios de comunicación.

Paralelamente Lula y el PT arremeten con bríos renovados con la ley para maniatar a la prensa. El proyecto regulador es impulsado y aprobado por el Congreso del PT y por los lulistas más ortodoxos y por un reaparecido José Dirceu, ex “primer” ministro de Lula, que tuvo que irse acusado por la prensa de ser el principal responsable de uno de los más escandalosos casos de corrupción política que se destapó durante la administración anterior.

Dilma, en tanto, ha reiterado que está en contra del control de los medios. Esa es su convicción y no de ahora y a ella se suma una razón más que práctica: en esta pugna que hoy vive su mejor y más fuerte aliado es contar con una prensa libre, independiente, profesional y sin ningún tipo de mordaza.