Finalmente hoy los peruanos optarán por Ollanta Humala o Keiko Fujimori. No hay forma de errarle en el pronóstico y esta columna no pierde actualidad incluso pasada las elecciones. Uno de los dos presidirá el Perú por cinco años a partir del próximo 18 de julio.
Las especulaciones, incertidumbres, temores, amenazas y vaticinios de lo que
va a ocurrir en los 43 días que median hasta el cambio de mando y lo que pasará
en el lustro siguiente serán temas de cada jornada, tras una campaña electoral
que ha dejado a un Perú dividido y crispado. Por lo menos, eso es lo que
reflejaban los medios de prensa, que más que órganos de información parecían
“jefes de campaña” de uno u otro líder político, los que por momentos no se
sabía si estaban enfrentados en una contienda electoral o en una cuasi guerra
civil.
Quién iba a pensar, hace tan solo unos cinco meses, en un Perú pujante, con
cifras que asombraban a nivel regional e internacional, que se percibía en el
optimismo de la gente, en la cara de sus ciudades y de sus habitantes, cuando se
lanzaron once candidatos a pujar por la presidencia, que iba a derivar en
semejante batalla. Es cierto que los resultados sorprendieron. Con una opinión
pública mayoritariamente “continuista”, pasaron a la final, la hija del dictador
preso por violador de los derechos humanos Alberto Fujimori, y un nacionalista
izquierdista amigo y protegido de Hugo Chávez. Y quizás no fuera para tanto,
pero como que la mayoría y teóricamente el centro se quedó sin candidato.
En las ocho semanas que mediaron entre la primera vuelta electoral y este
domingo se desataron las pasiones. La prensa más que informar, tomó partido, y
lejos de dar los elementos que necesitaban los peruanos sobre lo que podían
hacer como presidentes Keiko u Ollanta, se dedicaron a hurgar sobre sus peores
antecedentes; los propios y los de sus padres, esposa y esposo, hermanos,
amigos, allegados, sobre muchos de los cuales quizás nada y muy poco tenían que
ver. Mucho pasado y poco futuro, que es lo que importa. Los candidatos, en
consecuencia, dedicaron la mayor parte de su tiempo a actos de arrepentimiento,
a renegar de amigos y familiares y a jurar y prometer a diestra y siniestra y
ante tirios y troyanos que no harán tal o cual cosa, más que a exponer sus
planes y a presentar sus equipos de gobierno más o menos completos.
Mientras tanto al nuevo presidente le espera un país muy rico, en
inmejorables condiciones, con reservas y crédito envidiables, que haría las
delicias de cualquier demagogo irresponsable y barato. Un “aprendiz de Chávez” o
“fujimorista” con sueños monárquicos contaría con recursos más que suficiente
para la compra de apoyo electoral transitorio, y traducirlo en continuidad, por
ejemplo. Ese es el temor de muchos, dado algún antecedente, de uno y otro de los
candidatos. Otros más optimistas tienen fe y confían en que ocurra algo parecido
a lo que pasó con un presidente que en su primera vez fue en desastre, pero al
que le dieron un segundo chance y que según los números que deja no lo hizo tan
mal: Alan García.
Ahora es confiar y esperar.