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06/10/2008 | Crisis financiera en EE.UU.: La hora del mercado

Lorenzo Bernaldo de Quirós

Una de las sorpresas proporcionadas por el debate sobre las causas y soluciones a la crisis financiera es el de la arrolladora ignorancia económica de buena parte de la progresía. En un artículo reciente desmantelaba la idea según la cual, las fuerzas salvajes del capitalismo habían provocado el actual maremoto.

 

Esta tesis carece de soporte teórico y empírico y sólo se sostiene en prejuicios ideológicos y en un desconocimiento radical de la historia económica de los últimos dos siglos. Ahora, la segunda andanada es la hipótesis, falsa de nuevo, según la cual los economistas liberales han defendido y defienden una pasividad absoluta ante el riesgo real de un desplome del sistema de pagos. Esto es incierto. El debate básico estriba no en la intervención del Estado sino en su efectividad y ahí, sólo ahí, es donde surgen las diferencias entre el enfoque liberal y el intervencionista.

La corriente central del liberalismo económico clásico defendió y teorizó la necesidad de que la banca central, como prestamista de última estancia, inyectase la liquidez necesaria para evitar que un pánico financiero llevase al colapso del sistema financiero. En esta línea escribieron Thorton y Bagheot a mediados del siglo XIX. El banco central debería ofrecer liquidez ilimitada a las instituciones con dificultades pero con un tipo de interés más alto que el del mercado y respaldada por la garantía de colaterales (activos) sólidos. Este planteamiento permitía que las instituciones sanas se viesen abocadas a la bancarrota pero impedía incurrir en situaciones de “riesgo moral”, esto es, que el rescate crease incentivos perversos, esto es, que las malas gestiones y los inversores imprudentes se viesen salvados por los poderes públicos.

En esa misma tradición, la Escuela de Chicago siempre apostó por una agresiva actuación de la autoridad monetaria para evitar el hundimiento del sistema financiero. Los trabajos de Milton Friedman y Anna Schwartz, empezando por su monumental Historia Monetaria de los EE.UU., mostraron con claridad meridiana la necesidad de que la banca central debía intervenir cuando una crisis económica o financiera se traducía en un contracción de la masa monetaria y del crédito que condujesen a pánicos bancarios que destruyeran el mecanismo de pagos. Los monetaristas han mantenido esa línea con una coherencia extraordinaria desde la Gran Depresión y no han renunciado jamás a este planteamiento básico. Esa misma posición, con matices, ha sido sostenida por la Nueva Economía Clásica de Lucas y de Barro.

La teoría austriaca del ciclo representada por Hayek y Robbins, mantiene una posición similar. Demostraron que los excesos monetarios previos, la expansión del crédito impulsada por la banca central hacía inevitable las crisis posteriores. Sin embargo nunca sostuvieron que una deflación masiva derivada de una caída de la oferta monetaria, acompañada de un desplome del mecanismo de pagos, era el camino adecuado para solucionar los problemas. Ahora bien eran escépticos frente a la posibilidad de que inyecciones masivas de liquidez o actuaciones intervencionistas del tipo esbozado por el Plan Paulson sirviesen para impedir un ajuste brutal del mercado. La dificultad estribaba en cómo el gobierno o el banco central podrían evitar la depuración de los excesos cometidos en la fase expansiva con los mismos medios que la habían provocado. En cualquier caso, Hayek en su obra de finales de los años veinte y principios de los años treinta del siglo pasado consideraba que los institutos emisores debían de evitar una contracción de la renta nominal lo que a sensu stricto implica una intervención para sostenerla en caso necesario (Hayek F., Monetary Theory and the Trade Cycle, Cape, 1933).

En estas circunstancias, la pregunta es qué hacer. En el medio plazo, la solución es someter a reglas estrictas la política monetaria, la estabilidad de precios no garantiza la del sistema económico-financiero, y acotar con precisión meridiana las funciones de prestamista de última instancia de la banca central para evitar la creación de situaciones de riesgo moral. La opción de buscar mecanismos monetarios alternativos —patrón oro, coeficientes de caja del 100 por 100 o libre emisión de moneda por entidades privadas competitivas— para evitar un abuso del monopolio de la creación de dinero y de crédito, origen de los ciclos desestabilizadores, sería una alternativa mejor sin duda pero no parece, al menos de momento, políticamente viable.

En el corto plazo, existen dos posibilidades para afrontar la crisis: primera, dejar a las fuerzas del mercado limpiar el sistema; segunda, asumir una intervención masiva del sistema financiero para dar paso después a su reprivatización. Hasta el momento, la solución de mercado se ha visto frenada por un intervencionismo monetario, regulatorio y fiscal que ha mostrado una falta absoluta de efectividad. En consecuencia es el momento de permitir a las fuerzas del mercado funcionar y es muy probable que éstas logren resolver la crisis con mayor rapidez y a un coste muy inferior al derivado de las iniciativas estatistas. En la época anterior a la creación de la banca central, el sistema bancario-financiero mostró una capacidad asombrosa para absorber este tipo de problemas sin necesidad de intervención estatal. Ahora no tiene por qué ser diferente.

Lorenzo Bernaldo de Quirós es presidente de Freemarket International Consulting en Madrid, España y académico asociado del Cato Institute.

El Cato (Estados Unidos)

 



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